Por la inclusión y el pluralismo
Tras la contundente victoria en las elecciones primarias, la Presidenta convocó a la unidad de los argentinos. Es un buen primer paso para aventar el riesgo de más intolerancia y exclusión.
Las leves perturbaciones que se percibieron en nuestro país durante el estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense, que agrietó los cimientos de la economía global, y el actual boom del consumo local en un mundo convulsionado, pesaron, sin dudas, sobre el ánimo de
millones de ciudadanos que el domingo último enviaron una clara señal por la continuidad de
Cristina Fernández de Kirchner, de cara a las presidenciales del 23 de octubre próximo.
Fue un triunfo claramente suyo, porque en su discurso existen, además, menor agresividad y un persistente llamado a la unidad. De hecho, en la noche del triunfo comenzó su mensaje apelando a la unidad de todos los argentinos, lo que constituyó un buen primer paso. Sin dudas.
Por cierto, los excesos verbales y operativos quedaron, como es de estilo, a cargo de Aníbal Fernández, la agrupación La Cámpora, la Televisión Pública, que domina los espacios del estatal Canal 7 como si fueran propios y exclusivos del Gobierno nacional, y algunos de los intelectuales de Carta Abierta, entre otros.
La magnitud de la victoria debe ser manejada con prudencia y humildad, como también lo destacó la Presidenta en su mensaje, cuando convocó a sus partidarios a asumir esas virtudes, como así también a los millones de argentinos que decidieron respaldarla ante una dispersa y poco clara oferta electoral por parte de la oposición.
Pero una victoria que no deja dudas a lo largo y ancho del país –ganó en todos los distritos salvo en San Luis, donde triunfó Alberto Rodríguez Saá, con adhesiones en algunos casos superiores al 60 por ciento del electorado (en Santiago del Estero llegó al 80 por ciento)– supone un latente riesgo autoritario. El cristinismo, conviene hoy recordarlo en el marco de los festejos, impuso sus pulsiones hegemónicas hasta cuando perdió su dominio en el Congreso Nacional en los comicios de 2009. Sin ser mayoría en ambas cámaras, bloqueó siempre las iniciativas de la oposición, que perdió toda posibilidad de legislar. Para ello, recurrió a alianzas impensadas en su ideario, como con Carlos Menem en el Senado.
Queda por verse si ahora, prácticamente plebiscitado, dejará de lado sus obsesivas guerras contra los productores rurales, el periodismo independiente y el pensamiento divergente.
¿Seguirán perseguidos y excluidos, mientras se habla hasta el hartazgo de pluralismo e inclusión?
Por otra parte, el enorme apoyo popular no exime de la obligación de gobernar para todos y distribuir con equidad; por lo contrario, da una mayor presión al compromiso asumido. Sería lamentable que se entendiese el triunfo como un mandato popular para profundizar un "modelo", que muestra evidentes grietas en lo social.
Quizá ahí, en la inclusión y en el respeto por el pluralismo, estén los mayores desafíos de un gobierno que ha recibido un enorme apoyo en las urnas con vista a la elección presidencial.