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Por la identidad de género

Históricamente las identidades colectivas se definieron en el contexto de épocas y lugares determinados, en función de correlaciones de fuerzas que impusieron una cultura dominante

... que oficiaba de parámetro o vara de medición de lo que se podía ser o hacer y, del otro lado, lo que no, lo que "quedaba mal", lo que era "anormal" y, por ende, había que censurar, reprimir o, en el mejor de los casos, tolerar.

Así, la libertad de una persona para elegir qué o quién ser podía desplegarse en un campo acotado que ofrecía sólo dos opciones: eras varón o eras mujer. Y cada una de estas opciones venía preestablecida biológicamente por las características morfológicas del cuerpo al nacer.

O sea, no podía haber "elección" en rigor de verdad sino predeterminación por parte de un cuerpo que nos era dado por la naturaleza mucho antes de que estuviéramos en condiciones de ejercer manifestación alguna de libertad, sin perjuicio de que universalmente –y paradójicamente– se definiera que "todo ser humano nace libre".

Lo que una persona sentía poco importaba, dado que sólo era legítimo y natural "sentir de acuerdo con" esa forma biológica o corporal dada. Acotada de tal modo la libertad de sentir, la identidad que uno podía asumir estaba premoldeada y no permitía demasiadas alternativas. Esto así incluso en ese componente central de la identidad que constituye el género o la orientación sexual.

Si nacías con forma corporal de varón no eras libre de elegir jugar con nenas a las muñecas en vez de con los nenes a la pelota ni podías adoptar determinados modales, gestos, expresiones o andar que pudieran granjearte calificativos de "delicado" o "afeminado".

Si nacías con forma o cuerpo de nena no podías sentarte de determinada forma, ni preferir a los varones como amigos, ni jugar con ellos a la pelota ni utilizar expresiones "poco finas" que a alguien le permitiera adjetivarte de "machona".

Las sociedades de todas las épocas y geografías desbordaron estos moldes y la multiplicidad de opciones siempre desafió la prefijación cultural, de base biológica, de sólo dos opciones en materia de identidad de género.

El colectivo humano conformado a partir de ese desborde, al no conformar el reglamento estandarizado por la cultura dominante, ha sido blanco de toda clase de estigmatizaciones, discriminación, vejación, negación, ocultamiento, censura, represión, violencia y muerte moral y física.

La resistencia y la lucha de estos grupos, juntamente con otros sectores sociales solidarios, ha traccionado una parte importante de la evolución de la democracia en cuyos dominios, al calor del movimiento de derechos humanos, fueron emergiendo cada vez con más claridad y con la fuerza de estructuras constitutivas la dignidad humana, la igualdad de oportunidades, la prohibición de la discriminación, la intimidad y esa síntesis obligada de todo ello que es la identidad.

Sin autonomía de la conciencia no hay identidad personal. Sin derecho a elegir el perfil de la propia identidad no hay dignidad humana. Sin dignidad no hay democracia.

Permitir a todo ser humano vivificar el género y la sexualidad tal como los siente, con prescindencia de si se corresponde o no con el sexo asignado al nacer, incluyendo las vivencias del cuerpo, la vestimenta, el modo de hablar y los modales, es un imperativo democrático.

Así lo imponen nuestra Constitución nacional, los tratados internacionales sobre derechos humanos que la integran, la doctrina y la jurisprudencia que tales normas han habilitado. Así lo haremos ley.

Una vez más, tal y como va siendo ya "un clásico" en tiempos de la Argentina kirchnerista, un día de éstos la atmósfera va a pesar menos sobre muchísimas espaldas humanas. Se va a erguir la postura de muchos y muchas y van a tomar luz muchas frentes que no veíamos en la plenitud de sus dimensiones.