Por la esperanza en un país mejor
Los obispos han realizado un llamado para combatir la discordia, la soberbia y la fragmentación social que sufre el país.
El llamado hecho con motivo de la Navidad por los obispos argentinos ha tenido como destinatarios a los habitantes del país. A todos. Es, en rigor, a ese conjunto humano al que se ha hecho la urgente convocatoria a contener y neutralizar las múltiples manifestaciones de discordia, de soberbia y de fragmentación social que ensombrecen la actualidad argentina.
La feligresía católica puede haberse sentido, como es natural, en el centro del mensaje episcopal. Pero, como eje del credo fundador de la nacionalidad, la Iglesia Católica tiene la responsabilidad de ejercer magisterio con la vocación de que su mensaje alcance a hombres y mujeres que, congregados por otras religiones, sean por igual parte del mundo indiviso, y diverso al mismo tiempo, de la argentinidad.
La libertad de cultos y la pacífica convivencia y relación entre quienes resultan depositarios del gobierno de numerosas iglesias hace posible, y hasta fácil, en el país lo que en otros enclaves se paga, cuando menos, con la negación de quienes piensan y sienten de distinta manera y, en casos extremos, sirve de razón para el exterminio.
Debe celebrarse la convocatoria a la humildad y a la mansedumbre a fin de estimular la aptitud de reconocer, desde una actitud de enaltecedora naturaleza, la dignidad de los restantes miembros de la comunidad.
Eso fortalece, en las actuales circunstancias, la sensación de cada uno, y de todos, de pertenencia a una misma sociedad. Refleja, además, sentimientos que trascienden, como es obvio, las fronteras de un culto que es decididamente mayoritario en la Argentina.
El cardenal primado, al oficiar la tradicional Misa de Gallo en la Catedral Metropolitana, caló hondo en las cuestiones de estilo y de carácter en las que se ha vaciado la convivencia argentina en estos últimos largos y encrespados años.
Le bastó con invitar a deponer los gritos que se repiten en los discursos públicos y a rebajar de grado los afanes de dominación. Al hacerlo, dejó una enseñanza vicaria, social y pastoral, del catolicismo bien entendido, pero no ajena a las otras grandes religiones monoteístas.
El cardenal Jorge Bergoglio reclamó, en efecto, algo tan natural como no tener miedo a la humildad. Lo dijo como pastor de la iglesia fundada a raíz del alumbramiento en un pesebre, tan contrastante, como se sabe, con los oropeles y la altanería paralelas a la codicia de poder y el acaparamiento de bienes materiales, principales resortes de algunas conductas tanto públicas como privadas.
Lo dijo, también, como ciudadano atento a las perturbaciones inmensas que pueden afectar la sociedad cuando, desde lo alto de la pirámide administrativa y de la política, se grita y se actúa "haciendo lío o sembrando discordia".
La lectura comparativa de las homilías de los obispos en fecha tan significativa para la cristiandad ha mostrado un concierto de voluntades comunes. Ellas han puesto el acento en la preocupación por los desencuentros entre los argentinos.
A partir de ese diagnóstico compartido, resultó inevitable desgranar la idea esencial del mensaje navideño en cuestiones concretas que tanto apesadumbran a la ciudadanía.
Se pasó, de esa manera, revista a algunos de los capítulos que el año electoral por venir se ofrecen para la superación, a través de la herramienta civilizada del voto popular, de problemas tan acuciantes como la falta de diálogo político, la violencia verbal y física, la pobreza estructural, la proliferación de los casinos y los bingos, que introducen el flagelo de la ludopatía y desintegran familias. En realidad, son cuestiones que se han ido agravando y que deberían comenzar a resolverse ya mismo, antes de que sea demasiado tarde.
El obispo de Santa Fe, José María Arancedo, recordó que el pasado quiere memoria, justicia y reparación, pero también la reconciliación entre los argentinos y la recuperación del diálogo, que es hijo del generoso sentido de convivencia.
Al ir cerrándose el año, hemos recibido nuevos testimonios de la forma en que la sociedad argentina ha estado comprometida, en sus franjas mayoritarias, con los fenómenos de mayor alegría y decepción más abarcadora, de paz y de discordia, en el devenir de la República.
La Navidad trajo así la oportunidad de insistir en la necesidad de recuperar profundos valores de la humanidad. Conciernen ellos de tal modo a la naturaleza de la especie que no habrá palabras en contrario que resulten suficientes para arredrar el ánimo de quienes creen que, por muchas que hayan sido las defecciones del país, jamás podrá declinarse la esperanza en un futuro más venturoso.
A las puertas del nuevo año, brindemos porque se intensifique esa luz vital de los espíritus.