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Populismo xenófobo

* Por Aleardo F. Laría. Los dos atentados luctuosos acaecidos en Noruega han sacado a la luz la perturbadora presencia de partidos ultraderechistas y xenófobos en Europa que, de ser minoritarios, han pasado a tener una elevada representación electoral.

Estos partidos son considerados populistas por la prensa porque sus mensajes van dirigidos a movilizar emotivamente a los sectores populares, atribuyendo la responsabilidad de la crisis actual a la pasividad de las elites que permiten la presencia de inmigrantes que vienen a quitar el trabajo a los obreros locales.

El populismo, como bien se encarga de señalarlo Ernesto Laclau –un intelectual de moda en el kirchnerismo– puede ser de izquierda o de derecha. Consiste en una estrategia discursiva dirigida a crear la imagen de dos bloques enfrentados. Frente al "bloque en el poder" los populistas intentan conformar una coalición opositora reivindicando su condición de representantes de un "pueblo" inocente, afectado por la insensibilidad de las elites que ignoran sus padecimientos.

En esa estructura maniquea se pueden luego colgar los contenidos que se quieran. Mientras los populistas de derecha europeos reivindican la necesidad de cerrar las fronteras a la inmigración extranjera, los populistas de izquierda latinoamericanos hacen un llamado a la lucha contra la "oligarquía vendepatria". En ambos casos se asume la defensa del pueblo frente a enemigos poderosos y distantes, insensibles a los reclamos y necesidades de los más desfavorecidos.

Según Anders Breivik, el autor de la matanza de Oslo, Europa estaría siendo disgregada por el avance del multiculturalismo que tolera la inmigración, en particular la musulmana. Según este "relato", la colonización islámica y la corrupción espiritual que carcome a Europa terminarían destruyendo las bases de la civilización occidental y cristiana. Habría una izquierda ilustrada y universalista, la socialdemocracia, que sería cómplice de los musulmanes, como en el pasado fue cómplice del avance de los judíos.

La existencia de un plan secreto para islamizar Europa es una versión actualizada de los famosos protocolos de los sabios de Sión, creación artificial de los servicios secretos de Rusia para alentar la aversión contra los judíos en el siglo XIX. La búsqueda de un chivo expiatorio, cuando una situación de crisis desestabiliza emocionalmente a las poblaciones, ha sido un recurso frecuente en la historia de la humanidad.

Existe un riesgo en el uso desproporcionado de la retórica. La práctica de lanzar a los cuatro vientos, sin el menor recato, palabras como puños es que esas palabras encuentran luego seguidores desequilibrados dispuestos a llevarlas al último extremo. No hace mucho tiempo pudimos comprobar cómo las soflamas del Tea Party en Estados Unidos –otro populismo de derecha– acabaron con la vida de seis personas y casi con la de la congresista por el Partido Demócrata, Gabriela Giffords.

Clarence Dupnik, el comisario a cargo de la investigación, atribuyó los crímenes de Arizona a "la retórica vitriólica que escuchamos cada día de la gente de la radio o de algunos en la televisión". El autor de los disparos, Jared Loughner, probablemente enfermo mental, tenía una visión conspirativa del gobierno de Estados Unidos. Según el relato de sus amigos, estaba convencido de que Washington había orquestado los ataques del 11 de septiembre, que la Reserva Federal era una farsa judía y que el gobierno trataba de controlar su mente a través de la gramática.

En España recientemente se ha publicado un libro titulado "Palabras como puños" (Tecnos) que documenta en forma minuciosa la espiral de violencia verbal que fue envolviendo a la izquierda y a la derecha durante la Segunda República en el siglo XX. El efecto tóxico de esos mensajes fue tal que, primero los puños y luego las pistolas, terminaron por erradicar toda posibilidad de convivencia política civilizada.

El populismo, ya se trate de su versión de derecha o de izquierda, hace un uso desmesurado de la retórica. Es una estrategia deliberada dirigida a movilizar a sus partidarios. Pero al crear un clima de confrontación, la sociedad se desliza suavemente hacia las trincheras de la intolerancia. Muchos terminan convencidos de que cualquier búsqueda de consensos equivale a una tibieza que linda con la cobardía.

La intransigencia radical no es compatible con la democracia. Atrincherarse detrás de visiones mesiánicas, en donde los luchadores por la emancipación del pueblo van enfrentando a los perversos enemigos que salen al paso, instala en esos nuevos creyentes un clima de dogmatismo de espesura religiosa. El riesgo es que, según nos advierte Juan Toharía, "basta con un puñado de iluminados, y otro puñado de iluminadores, para que prenda la mecha".

(*) Abogado y periodista
ALEARDO F. LARÍA (*)