Política
Política con rostro humano
El ajustado triunfo de François Hollande abre un período de febriles negociaciones con vistas al balotaje. El caudal de votos del neofascismo es un dato inquietante.
El presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, hizo cierto un viejo aforismo de la política: las elecciones no las ganan los partidos de la oposición, las pierde el partido en el poder. Con todas las ventajas económicas, informáticas y de difusión del aparato del Estado puestas al servicio de un proyecto continuista, hay que obrar con demasiada torpeza y con excesiva subestimación del adversario para ser derrotado.
El izquierdista François Hollande hizo un uso inteligente de su gris personalidad: no salió al cruce de las provocaciones de Sarkozy. Al principio de la campaña, prometió no respetar las limitaciones de Maastricht sobre déficits presupuestarios y endeudamiento soberano en relación con el Producto Interno Bruto, lo que implica un abandono de la función de escolta de Alemania, que ultrajó el nacionalismo francés, y una crítica de la Unión Europea (UE) y del Banco Central Europeo. Luego, al aproximarse la votación, sugirió que procuraría reducir al máximo los costos humanos de los brutales ajustes.
El sábado 21, a 24 horas del llamado de las urnas del otro lado de los Alpes, el tecnoburócrata y actual primer ministro de Italia, Mario Monti, denunciaba por primera vez el elevado costo humano que los italianos están pagando: dos suicidios por día causados por la pérdida de calidad de vida, una sangría aún demasiado lejana del horror económico que padecen los griegos: 1.725 suicidios en un año.
A lo largo de su campaña, Hollande exhibió siempre sensibilidad humanitaria, digna de la tradición humanista de la izquierda europea, mientras Sarkozy acumulaba improvisaciones, contradicciones y desorientaciones, y cada una de ellas lo acercó más y más al descalabro.
La exigua diferencia con que se saldó la primera vuelta (1,5 por ciento de ventaja) abre un período de febriles negociaciones para construir una mayoría presentable el 6 de mayo. La tarea de Hollande sería menos dificultosa que la de Sarkozy, cuyas mayores esperanzas se depositan en una alianza con la neofascista Marine Le Pen, que obtuvo un sorprendente 18 por ciento.
Pero no le será fácil. Las rígidas posiciones de Le Pen antieuropeas y racistas, y los temores y rechazo que produce la posibilidad de que el neofascismo cogobierne en Francia, conspiran contra esa estrategia electoral. Es que el deslizamiento de millones de franceses hacia la extrema derecha preocupa a Europa toda.
De Hollande se duda de su capacidad para gobernar porque carece de experiencia administrativa. Mariano Rajoy, ex ministro de Administraciones Públicas, agrava la situación de España con sus salvajes ajustes. En cambio Monti, tecnócrata aséptico, demuestra ser un político más intuitivo y hábil.
De todos modos, por izquierda o por derecha, el camino de salida de la crisis de la UE es complicado y difícil de transitar.
El izquierdista François Hollande hizo un uso inteligente de su gris personalidad: no salió al cruce de las provocaciones de Sarkozy. Al principio de la campaña, prometió no respetar las limitaciones de Maastricht sobre déficits presupuestarios y endeudamiento soberano en relación con el Producto Interno Bruto, lo que implica un abandono de la función de escolta de Alemania, que ultrajó el nacionalismo francés, y una crítica de la Unión Europea (UE) y del Banco Central Europeo. Luego, al aproximarse la votación, sugirió que procuraría reducir al máximo los costos humanos de los brutales ajustes.
El sábado 21, a 24 horas del llamado de las urnas del otro lado de los Alpes, el tecnoburócrata y actual primer ministro de Italia, Mario Monti, denunciaba por primera vez el elevado costo humano que los italianos están pagando: dos suicidios por día causados por la pérdida de calidad de vida, una sangría aún demasiado lejana del horror económico que padecen los griegos: 1.725 suicidios en un año.
A lo largo de su campaña, Hollande exhibió siempre sensibilidad humanitaria, digna de la tradición humanista de la izquierda europea, mientras Sarkozy acumulaba improvisaciones, contradicciones y desorientaciones, y cada una de ellas lo acercó más y más al descalabro.
La exigua diferencia con que se saldó la primera vuelta (1,5 por ciento de ventaja) abre un período de febriles negociaciones para construir una mayoría presentable el 6 de mayo. La tarea de Hollande sería menos dificultosa que la de Sarkozy, cuyas mayores esperanzas se depositan en una alianza con la neofascista Marine Le Pen, que obtuvo un sorprendente 18 por ciento.
Pero no le será fácil. Las rígidas posiciones de Le Pen antieuropeas y racistas, y los temores y rechazo que produce la posibilidad de que el neofascismo cogobierne en Francia, conspiran contra esa estrategia electoral. Es que el deslizamiento de millones de franceses hacia la extrema derecha preocupa a Europa toda.
De Hollande se duda de su capacidad para gobernar porque carece de experiencia administrativa. Mariano Rajoy, ex ministro de Administraciones Públicas, agrava la situación de España con sus salvajes ajustes. En cambio Monti, tecnócrata aséptico, demuestra ser un político más intuitivo y hábil.
De todos modos, por izquierda o por derecha, el camino de salida de la crisis de la UE es complicado y difícil de transitar.