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Poder que no abusa, poder que no sirve

* Por Carlos Pagni. Es lo que había que esperar. Así como las listas de la oposición expresan, en su desconcertante rompecabezas, la pulverización del sistema de partidos, la oferta electoral del Gobierno reproduce los trazos principales del mapeo cerebral de un caudillo. O caudilla, si se prefiere el neologismo. Este es el estado en que se encuentra la política en la Argentina, al cabo de una década de crisis.

Cristina Kirchner elaboró su propuesta con un estilo que, si por algo sorprende, es por su arcaísmo. Siguió aquella regla principal del PJ, formulada hace décadas por un gobernador del Litoral: "Poder que no abusa, poder que no sirve". Gobernadores, intendentes, sindicalistas, ministros, murmuran como si su jefa fuera la encarnación de Cruella de Vil, pero entienden ese código por una razón inocultable: es el que aplican en sus propios microcosmos. La única innovación del kirchnerismo ha sido potenciarlo, concentrando recursos económicos extraordinarios en las manos del que manda.

Esta concepción es la que explica la selección de Amado Boudou como candidato a vicepresidente. La señora de Kirchner se encargó de aclararlo: en Boudou no se premia, por ejemplo, la reconexión del país con las corrientes de inversión o una receta capaz de estabilizar la economía. Su mérito fue otro: haber puesto al servicio de su gobierno la caudalosa caja previsional, que permite financiar desde planes sociales y computadoras hasta fideicomisos energéticos de dudosa rentabilidad. La Presidenta, que siempre anda en busca de un récord, dijo que nunca antes un ministro de Economía había sido propuesto como candidato. Tal vez porque ningún antecesor de Boudou tuvo la plasticidad que él viene exhibiendo para que sus jefes se crean liberados de las restricciones de la economía. Boudou se sometió a la regla de oro del populismo: la política, instalada en un presente eterno, debe sobreponerse a la limitación presupuestaria. Cuando se acepta ese principio se ingresa en una geometría donde hay "fútbol para todos", "milanesas para todos", "televisores para todos", en definitiva, "todo para todos". Boudou pactó con esa creencia. ¿Cómo no condecorarlo?

Por si quedaba alguna duda de esta orientación, la Presidenta anexó a su boleta a Roberto Feletti para pedir el voto a los porteños. Viceministro de Boudou, Feletti se hizo célebre cuando dijo que "el populismo debe radicalizarse" porque "ganada la batalla cultural contra los medios, y con un triunfo electoral, no tenés límites". Boudou es un hombre de suerte. Si el Gobierno ganara y, más tarde, estas premisas se demostraran falsas, el contratiempo lo encontraría a él en el Senado, decodificando el cambio histórico para plegarse al nuevo clima. Es su destreza, según la Presidenta.

La promoción del ministro de Economía tiene beneficios accesorios. La Presidenta imagina que, desde la vidriera que acaba de concederle, y si ella no cae derrotada, podría competir por la presidencia en 2015. O por la gobernación bonaerense, enfrentando al ex amigo Sergio Massa.

Otra ventaja de Boudou es la edad. En este aspecto la Presidenta imitó a Elisa Carrió, a quien también la secunda un sub 50, Adrián Pérez. Son las únicas. Además, a Boudou varios sectores pueden sentirlo como propio. Es amigo de Hebe de Bonafini y de Hugo Moyano, pero mucho más del banquero Jorge Brito y del presidente de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, con cuya sobrina, Mariana, protagonizó un noviazgo interminable. Por lo ecuménico, casi un Scioli. Y, de nuevo como Scioli, es sumiso. Toleró bien que en la ceremonia de presentación lo privaran del micrófono, siquiera para agradecer. Y no le pareció raro que, cuando los flamantes amigos del campeón quisieron saludarlo, la Presidenta cortara con un "orden en la sala" para seguir con su discurso. Así empezaron con Cobos: prohibiéndole expresarse.

Cristina Kirchner sostuvo que al optar por Boudou optó por la lealtad. Fue, claro, una coartada. Si ése fuera el criterio, deberían haberle permitido al consecuente Scioli llevar a José Pampuro como vicegobernador. En cambio, le intervinieron la provincia. Las dos cámaras de la Legislatura estarán controladas, si triunfa el oficialismo, por subordinados a la Casa Rosada.

Lección a Scioli

La Presidenta impartió a Scioli otra lección del estilo peronista. El viernes, él la visitó en Olivos a las 11 de la mañana. Debió esperar más de media hora hasta que lo atendieron. La reunión fue breve, lo suficiente para que expusiera sus sugerencias. La señora de Kirchner lo despidió con la promesa de que en media hora lo llamaría para hacerle conocer el resultado de la, por llamarla de algún modo, negociación. Scioli se encerró con Alberto Pérez y Eduardo Camaño en la sede del Banco Provincia. La información de que le tenían reservado a Gabriel Mariotto le llegó por la radio. Esa noche debió suspender, por la amargura, una comida en La Ñata, su chacra náutica.

Eduardo Duhalde acompañó la vigilia del gobernador con la expectativa de que, indignado, saltara el cerco y se convirtiera en candidato presidencial del peronismo disidente. Duhalde sigue sin comprender lo esencial de Scioli: que no es el dueño de su estrategia; que se concibe como el insumo de un liderazgo ajeno; que su incapacidad para romper es una limitación profesional.

Mientras revisaba el jardín de al lado, a Duhalde se le deshizo el propio. Graciela Camaño buscaba armar una fórmula con Jorge Triaca (Pro), llevar a Felipe Solá como candidato a senador y abrir la lista de diputados al macrismo. Un diseño para seducir al peronismo menoscabado por la Casa Rosada. Pero Duhalde insistió en postular a su esposa y en armar la lista con amigos. Camaño renunció a la candidatura. Un desagradable espejo para Scioli.

La provincia se ha convertido en una caldera de reproches al gobernador. También en esa atmósfera hay mucho de cinismo. Los caudillejos de todas las secciones enviaron sus listas a Olivos y esperaron, con la misma mansedumbre, a que burócratas como Carlos Zannini, Juan Carlos Mazzón o Florencio Randazzo les indicaran a los chicos de La Cámpora que debían incorporar. Gracias a ese "trasvasamiento generacional", la mitad del bloque de diputados del Partido J de la Legislatura podría estar dominada por el ultrakirchnerismo. Si Scioli fuera aprensivo con los complots, como la Presidenta, dejaría de dormir tranquilo.

El argumento de que a Boudou lo premiaron por leal debe de haber causado escozor no sólo en Scioli. A Pampuro, que votó y ayudó a gerenciar en el Senado todas las iniciativas del Ejecutivo, no lo llamaron ni para darle las gracias. Como candidato a senador va, defenestrado, Aníbal Fernández. El incondicional Agustín Rossi, en Santa Fe, tampoco ha de creer que la fidelidad pague demasiado. Su hermano Alejandro debió dejar lugar en la lista también a un adscripto de La Cámpora. Igual que Patricia Fadel, su segunda en el bloque de diputados nacionales, en Mendoza.

Sin embargo, los tormentos contra Scioli sólo son equiparables a los infligidos a Moyano. El gremialismo recibió dos lugares en las listas. Uno para la UOM, el cuarto, y otro para el secretario de la CGT, el undécimo. Allí irá Facundo, el hijo del temible camionero. El orden lo eligió la Presidenta, que, de este modo, mandó a Moyano al descenso. Igual que a Juan Carlos Schmid, en Santa Fe, o a Julio Piumato, en Capital. Schmid, bastante digno, renunció a la candidatura diciendo: "Entendemos que la propuesta no está a la altura de la contribución que ha hecho el movimiento obrero a este gobierno". Schmid acaso tenga un margen de acción mayor que el de Moyano. El camionero está atribulado por una causa judicial que sigue Claudio Bonadio. Es el mismo juez que investiga a Boudou por la compra de 19 automóviles sin licitación. Boudou presentó varios testigos, hizo un descargo, y de un momento a otro obtendría la falta de mérito. Por lo visto la lealtad de Moyano resulta, también en este campo, insuficiente.

El kirchnerismo presenta su oferta electoral como un homenaje a la renovación de la política.

Sin embargo, la Presidenta armó las listas desde Olivos, con el mismo despotismo que empleaba Carlos Menem. También en los años 90 los peronistas se enteraban de que habían sido bendecidos cuando los convocaban a firmar. Los dirigentes territoriales, como ahora, despotricaban. Y se los sometía con la misma argucia: "Hay que promover a los exponentes del modelo". Ese método supone un poder ilimitado y, por lo tanto, busca un poder ilimitado. Los reemplazos en las creencias son la máscara cada vez más ineficaz para que ese procedimiento persevere. Es decir, ayudan a advertir que permanece lo que, en serio, habría que cambiar.