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Poder, política y sexo

Por Mario Diament. Si el poder es el mayor afrodisíaco, el sexo es la kriptonita. Los escándalos sexuales siguen apareciendo en la política norteamericana con una frecuencia implacable, destruyendo carreras y reputaciones con el mismo efecto devastador con que el ficticio material radiactivo disolvía las facultades de Superman.

La lista de políticos que debieron admitir, confesar, pedir perdón, invocar debilidades de carácter y disculparse públicamente ante sus esposas, sus familias, sus colaboradores y su electorado podría llenar todas las bancas de la Cámara de Representantes.

En muchos casos, los mismos acusadores que levantan el dedo para señalar al culpable y denuncian su carencia moral, aparecen pocos días después protagonizando un escándalo parecido, como sucedió con Newt Gingrich, arquitecto del “Contrato con América”, el panfleto que le dio el triunfo a los republicanos en 1994, durante el juicio político al entonces presidente, Bill Clinton.

Algunos de estos episodios exceden los límites más convencionales del pecadillo y desafían el sentido común. ¿Qué decir de la paternidad extramarital de John Edwards, dos veces candidato a la presidencia, cuya esposa, enferma de cáncer, insistió en acompañarlo en la campaña? ¿Cómo explicar la relación adúltera de Arnold Schwarzenegger, ex gobernador de California, casado con la periodista María Shriver, quien podría haberse entretenido con una variedad de beldades de Hollywood, pero eligió hacerlo con una de sus mucamas, con la que tuvo un hijo a quien solía incluir en los paseos familiares? ¿O de la extraña obsesión del representante demócrata Anthony Weiner, de fotografiarse en calzoncillos apretados y enviar las imágenes a varias mujeres por Facebook, a pesar de llevar solo nueve meses de casado y con su esposa embarazada? ¿O de la revelación de que el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, célebre por enfrentarse a poderosas corporaciones, era el ‘Cliente No. 9‘ del Emperors Club VIP, una organización que administraba prostitutas de alta calidad a los ricos y famosos?

En los últimos dos años, más de 25 casos que involucraban a miembros del Congreso, gobernadores y candidatos a la Presidencia salieron a la luz pública. La mayoría de ellos terminaron en la renuncia de los afectados.

Uno de los más paradójicos fue el de Tim Mahoney, representante demócrata por la Florida, quien en 2006 debió reemplazar al representante republicano Mark Foley, que había renunciado después que trascendió que había enviado correos electrónicos sexualmente explícitos a algunos de los jóvenes pasantes del Congreso. En su campaña, Mahoney, casado y padre de una hija, había prometido ‘un mundo más seguro y más moral‘, pero en el 2008 debió admitir que había empleado a su amante como asistente, a la que más tarde despidió, pagándole una compensación de 121.000 dólares a cambio de que ella desistiera de llevarlo a juicio.

Posteriormente, confesó haber tenido numerosos affaires. En agosto último, fue arrestado y encarcelado por conducir en estado de ebriedad.

El más reciente de estos escándalos fue el que afectó a Herman Cain, el pintoresco ex empresario pizzero, quien lidera la lista de candidatos republicanos. En la últimas dos semanas, Cain, un afronorteamericano nacido en Memphis, Tennessee, debió afrontar una avalancha de acusaciones de abuso sexual, ocurridas, según se afirma, durante los años en que presidía la Asociación Nacional de Restaurantes (NRA).

La primera noticia apareció en el diario online Político, el 31 de octubre. Decía que dos mujeres que habían trabajado en la NRA en los años 90, se habían quejado ante colegas y dirigentes de la organización de que Cain les había hecho comentarios y gestos inapropiados. Una de ellas había formalizado la denuncia. Posteriormente, ambas renunciaron a sus empleos.

Cain, quien había trepado al primer lugar entre los favoritos a lograr la nominación republicana a través de un discurso populista cercano al movimiento Tea Party y un extravagante proyecto fiscal, desechó las acusaciones, alegando que se trataba de un “linchamiento mediático” y asegurando que nunca había molestado a nadie. Pero algunos días más tarde, otras dos mujeres salieron a la palestra con denuncias similares.

Pero el extraordinario universo de la celebridad se parece más al país de las maravillas de Alicia que a la anónima realidad del 99% restante. Allí, los motivos que provocan la caída suelen convertirse, con la apropiada ayuda de relacionistas públicos, más en una oportunidad que en una maldición.

Cain no ha descendido ni un milésimo en su popularidad y parece haber dejado las acusaciones de abuso atrás. Spitzer renunció a la gobernación, pero inició una promisoria carrera como comentarista periodístico y no se descarta que reingrese a la vida política. Su mujer se divorció y recibió un bonito adelanto por escribir las memorias de sus años de víctima de la infidelidad.

Weiner apareció días atrás en una fotografía en la revista del New York Times, paseándose amorosamente con su mujer embarazada y asegurando que se había tomado un tiempo para pensar en su futuro.

Newt Gingrich, quien terminó casándose con la dama del escándalo, es hoy candidato a la nominación republicana. En estos días, debe batallar una evidencia más inquietante: que durante años se benefició de pagos millonarios como consultor de la empresa gubernamental de hipotecas, conocida como Freddie Mac, pese a posar como uno de sus principales críticos.