Plácido y el piquete mozartiano
*Por Osvaldo Andreoli. Los sumarios y demandas millonarias contra los asambleístas del escenario del Teatro Colón parecen retrotraernos en esta dialéctica del amo y el esclavo. Se reviven escenarios de pesadilla.
Fue una ráfaga junto al obelisco y una aclamación del público despidiendo al seductor. Las escenas se sucedieron sin tregua. Había besado el escenario del Teatro Colón.... De paso desnudó la campaña contra los artistas y empleados que defienden sus derechos. Cuando en su impactante conferencia de prensa aclaró que a los músicos "se les ha quitado algo que ya tenían" no sólo hizo referencia al aspecto económico. Los músicos sienten que les han conculcado sus derechos. Y cuando el "rey de la ópera" abogó por el diálogo con los sindicatos y alegó que "siempre hay alguien que da la cara" estaba saliendo al cruce de la criminalización de la protesta social. Después se prodigó en el escenario junto al obelisco, como tenor y barítono, tenor heroico y director de la orquesta, sin olvidar las canciones populares y el tango. Recital memorable. Algunos alucinan un Plácido director del Colón, aunque ya tenga bastante con la dirección de la ópera de Washington y la de Los Angeles, sin abundar en el resto de su hiperactividad a los 70 años. ¿Director itinerante? "Un compañero", para el sancionado contrabajo de la Orquesta Estable. Plácido pasó como una ráfaga por Buenos Aires. Y los despidos de quienes "dieron la cara" estaban cajoneados, esperando su partida....
Un fenómeno solidario creció durante los últimos meses. En los conciertos de protesta en la calle, se veía confraternizar a las Orquestas Estable y Filarmónica en huelga, rodeadas por miembros del Ballet y el Coro, técnicos y administrativos . Un violín de la Filarmónica afinaba: "Teníamos que tocar fondo para ponernos de acuerdo." Y un clarinete de la Estable recibía el respaldo de colegas de otras orquestas. El sueldo suspendido de los sancionados fue solventado por una colecta de cientos de empleados del teatro.
La solidaridad de la Sinfónica y de las orquestas del país no se hizo esperar. Adhirió la orquesta del Sodre de Montevideo. En vísperas del inicio de la temporada y la visita de Plácido Domingo (quien se enteró del conflicto diez días antes de llegar) el Colón quedaba en la orfandad. Cuando fracasaron todas las alternativas para reemplazar a los huelguistas, una Asamblea en el teatro decidió (por respeto al público y al ilustre visitante) acceder al concierto en el Obelisco. Eso sí, la continuidad de la huelga abortaba el concierto en el Colón. La visita fue organizada por la Fundación Beethoven y no por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, como daba a entender un matutino. Estas manipulaciones confunden al público propenso a las jugarretas mediáticas concertadas con políticos y funcionarios. Acuerdan con un sector gremial para enfrentar a los empleados y aislar al resto. El objetivo es acusar del fracaso de la reapertura a una de las partes del conflicto. Pero el sector reprimido, enrolado en ATE, exige que se anulen sanciones y demandas millonarias sobre "los que dieron la cara". No se puede negociar con un arma en el pecho. El conflicto cobra dimensión nacional e internacional.
Los músicos del Colón ganan menos que sus colegas de otros importa
ntes teatros del país. Ni hablemos con relación a los de otros teatros líricos del mundo en el nivel del Colón. La precarización laboral los golpeó desde 1992, con el Simupa, un convenio firmado por Sutecba, el gremio que acuerda con la dirección actual del teatro. Las bonificaciones no remunerativas, en negro, hipotecaron el futuro con magras jubilaciones. Se anularon las bonificaciones por antigüedad y por instrumento.
Cuando los músicos aludían a la sensibilidad y la dignidad estaban anticipando la postura de Plácido Domingo. "Qué maravilla", exclamó éste ante los primeros compases del ensayo con la orquesta. Alabó su jerarquía, tradición y prestigio. Puso el acento en el patrimonio artístico y humano.
Las necesidades básicas imprescindibles, así como la índole de su satisfacción, son un producto histórico y rebasan un monto salarial. Dependen del nivel cultural alcanzado. Esas necesidades responden a las condiciones bajo las que se formaron los músicos como creadores, trabajadores libres, con hábitos y aspiraciones. Se comprueba que el valor de la capacidad laboral, creativa, no es una mercancía más, sino que encierra un elemento histórico y moral que debe ser advertido. Lo comprende el valor de la capacidad creativa, ya que siempre hay ganancia y beneficio por parte del empresario, sea oficial o privado.
Ya no estamos en la época de la expulsión de Mozart del despacho del cura Colloredo. Un famoso "puntapié en el trasero" lo despidió de la corte de Salzburgo. La función social que cumplía como músico discordaba con su autoestima. Se había rebelado personalmente al maltrato como súbdito y servidor.
Salvando las distancias, la nuestra es la época del trabajo asalariado y del capital cultural. Los sumarios y demandas millonarias contra los asambleístas del escenario del Teatro Colón parecen retrotraernos en esta dialéctica del amo y el esclavo. Se reviven escenarios de pesadilla. La realidad se delira en la escalada del conflicto. Alcanzamos el punto muerto, el estancamiento. La temporada se abre con la ópera El Gran Macabro con piano y percusión, sin la orquesta que prosigue la huelga. Con mano dura. ¿Cómo llegaremos a La Flauta mágica?
Escasa cobertura mediática tuvo el concierto autogestionado por las Orquestas Estable y Filarmónica, con la batuta de Stefan Lano. Fue al día siguiente del megaevento en el Obelisco .Un concierto testimonial, en defensa de la temporada 2011. Se trataba de la segunda versión de El Colón al Cólon (la primera había sido la del Ballet Estable en el Cervantes). Además del "testimonio" musical desde Beethoven a Piazzolla, pasando por El idilio de Sigfrido wagneriano, los músicos expusieron sus demandas en el programa de mano. Deploraron la falta de respeto hacia su profesión y el maltrato habitual. La subestimación de los recursos humanos de la institución. Las cuestiones salariales y los reclamos desatendidos por los funcionarios motivaron medidas de acción directa como último recurso. La reacción de las autoridades los calificó como "grupo de ocho piqueteros de escenario, cuasi mafiosos" mientras "simultáneamente ciento cincuenta músicos ejercíamos nuestro derecho a protesta en la calle". En la búsqueda de consenso solicitan al jefe de gobierno que descarte los métodos de intimidación para resolver un conflicto. Con veinticinco suspensiones y amenazas de exoneraciones es difícil alcanzar una solución. También se convoca a los ciudadanos y se agradece el apoyo de artistas y científicos, profesionales y trabajadores.
En el momento culminante del concierto, el público que colmaba las instalaciones de la Facultad de Derecho coreó "Al Colón". Y al resonar el "Va pensiero", las lágrimas rodaban por las mejillas de los coreutas del teatro que acompañaban a los músicos. Se veía a las bailarinas. Tal la reciprocidad de lo que había ocurrido en diciembre. En esa confraternidad de los cuerpos estables, ciertos códigos comunes superan rivalidades y recelos . En la inolvidable función del Ballet Estable (El Colón al Colón) fue durante el paréntesis cuando unos deliciosos compases arrullaban desde el vestíbulo del Cervantes. Era un concierto de cámara de los músicos que se solidarizaban con los bailarines. Con el violín o el clarinete podía identificarse a los acusados como "terroristas psicológicos". ¿Piqueteros mozartianos? Pero los despidos están a la orden del día. Dar la cara era una novela de David Viñas y un film maldito de Martínez Suárez, el hermano de Mirta.