Personas y sociedades en escena
*Por Osvaldo Quiroga. Se ha repetido una y otra vez que en el teatro norteamericano Tennessee Williams trabajó a fondo los aspectos psicológicos de sus personajes, mientras que Arthur Miller se dedicó más a poner al descubierto los aspectos sociales que influían en sus conductas.
Ahora bien, las dos obras que se presentan en este momento en la cartelera porteña, Un tranvía llamado Deseo , de Williams, y El precio , de Miller, vienen a desmentir semejante encasillamiento. Lo psicológico y lo social van unidos a través de un lazo tan fuerte que es difícil discernir en qué momento se inclina la balanza hacia uno u otro lado.
En la puesta en escena de Daniel Veronese, y a través de la excelente interpretación de Erica Rivas en la piel de Blanche Dubois, el espectador percibe que en un mundo machista, donde las mujeres son tratadas como objetos fáciles de manipular, la supuesta locura de Blanche pone en tela de juicio la idea de la mujer sumisa que domina las conversaciones de ese grupo de amigos que despliega su filosofía de vida mientras juega a las cartas.
Más allá de los padecimientos psicológicos de Blanche, catalogarla como loca supone castigarla por ser diferente al arquetipo de mujer tradicional. Pero, además, ella es portadora de un erotismo inquietante y perturbador. En ese sentido, la obra no ha perdido vigencia. Poco importa que se haya estrenado en 1947. Ciertos sectores de las sociedades modernas han condenado el erotismo con tanto fervor que no es muy difícil darse cuenta de que se condena aquello que se teme. La histeria que padece Blanche es también una construcción social, la de una sociedad hipócrita y primaria representada por Kowalski, el marido de la hermana de Blanche, que la seduce mientras prepara el camino para su encierro en un hospicio.
A pocas cuadras del teatro Apolo, donde se representa Un tranvía llamado Deseo , otro grande del teatro norteamericano de posguerra se hace visible en la hermosa sala del teatro Liceo: Arthur Miller con El precio , estrenada en la Argentina en abril de 1968, en el desaparecido teatro Odeón. Y nuevamente hay que reflexionar sobre la concepción de teatro social de Miller. O mejor, lo que corresponde decir es que todo teatro es social y psicológico al mismo tiempo, porque aun en sus variantes más complejas, como el teatro del absurdo, siempre se está hablando de seres humanos en una situación social e histórica.
Arturo Puig, Selva Alemán, Antonio Grimau y Pepe Soriano permiten entrever, a través de sus logradas interpretaciones, que el enfrentamiento de los hermanos Franz entrelaza la crisis económica mundial de la década del 30 con el impacto en la subjetividad de quienes la padecieron.
Frente al derrumbe, cada uno reacciona como puede. Walter prefirió poner distancia de su padre enfermo y luchó para ser médico. Víctor, en cambio, optó por quedarse al lado de su progenitor y dejó de lado su vocación científica para convertirse en policía. El encuentro entre ambos se produce cuando hay que vender todo lo que quedó de la casa familiar. Y en cada objeto hay un recuerdo. Siempre en la vida desmantelar una casa es un hecho doloroso. Pero también es una oportunidad para construir algo mejor o diferente. La verdadera tragedia es la inmovilidad.
Tennessee Williams y Arthur Miller construyeron dramaturgias en las que la fina línea que separa lo psicológico de lo social se diluye para dar cuenta de momentos en los que la toma de decisiones puede conducir a los personajes a la libertad o a la esclavitud, a cierta forma de dicha o alguno de los rostros del fracaso.