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Peronismo invertebrado

Jorge Asís analiza la situación del peronismo. "Urtubey, Massa y Pichetto. Los dadores voluntarios de gobernabilidad."

El Tercer Gobierno Radical, que preside Mauricio Macri, tiene la suerte de contar con la oposición relativa del peronismo invertebrado.

Como la "España Invertebrada", que en su época describió Ortega y Gasset.
Un peronismo sin forma, que hasta carece de la potencia sindical que debió tolerar Raúl Alfonsín, presidente del Primer Gobierno Radical, el que venció al peronismo, en el segundo lustro de los ochenta.

Aquel Alfonsín padecía los llantos multiplicados de Saul Ubaldini, el carismático cervecero que monologaba en el final de las movilizaciones organizadas por Lorenzo Miguel.

Aparte, Alfonsín debía padecer con el betún de los expresionistas carapintadas, que lo estamparon en la Semana Santa. Juntos, peronistas y carapintadas lo iban a debilitar, mientras la economía se pulverizaba. Y después de la derrota de 1987, en la inviable Buenos Aires, el alfonsinismo culminó con el ritmo lento de la despedida.

No obstante, en el Tercer Gobierno Radical, Macri tendrá que convivir con la unificación de las tres centrales sindicales, capitaneadas por los honrosos septuagenarios. Barrionuevo, Moyano y Caló. Mucho más hábiles para arrancarle concesiones dinerarias, que para ocuparle masivamente las calles. En una atmósfera de estanflación que produce severos nubarrones en el horizonte cercano.

Para agosto o -acaso- para septiembre, a pesar de la adhesión espiritual de la alta Argentina blanca, esclarecida en la pasión del antikirchnerismo.

A Macri, en el fondo, se lo ve más fortalecido que al presidente del Segundo Gobierno Radical. Conste que no es sólo por el entusiasmo de las masas enardecidas de Expo Agro.

El pobre De la Rúa tuvo la desgracia de combinar los iniciales desaciertos por el déficit con la persistencia de un peronismo también vencido, aunque en condiciones de recuperarse con celeridad. Al extremo de picarle el boleto, a través de Duhalde, en las elecciones de 2001. Por si no bastara, el radical De la Rúa contaba con un radicalismo casquivano que le jugaba, en gran parte, en contra. Hasta persuadirlo de la idea más mala. La de subir al helipuerto para siempre.

La venganza de Alsogaray

Además del Peronismo Invertebrado, el Tercer Gobierno Radical de Macri mantiene la ventaja de contar con un radicalismo rendido. Contiene el objetivo existencial de "mojar el pancito", en la olla insustancial del PRO. Cuesta admitir que en el partido jactanciosamente centenario haya triunfado la línea "Todo por dos pesos".

En cierto modo, aquí se reproduce la venganza histórica de la vieja Unión del Centro Democrático. La UCD, aquel sello inventado por don Álvaro Alsogaray, un epígono de la Nueva Fuerza que fue absorbido, de manera orgiástica, por el menemismo que le copió las ideas en un "pendrive". Para aplicarlas, gracias a Cavallo, con la Economía Popular de Mercado.

Hoy Alsogaray se puede sentir políticamente rescatado. Mantiene a su disposición a los peronistas invertebrados que procuran ser perdonables. Y a los radicales rendidos que sólo quieren tener más presencia, un poco de protagonismo, para ser claros más carguitos, en este Tercer Gobierno Radical que sólo semánticamente les pertenece. Y del que históricamente tendrán que hacerse cargo.

A veces los radicales se sienten forasteros en sus propios ministerios. O simples intrusos de militancia prestada, que enarbolan una medialuna endurecida.

Les cuesta culturalmente (a los radicales) admitir que son gobierno. Que tienen ministerios a su cargo y mojan el pancito en las embajadas, aunque en el fondo abunden los radicales que sienten alguna rebelión interior que los incita a ser más opositores que los propios peronistas invertebrados.

A los peronistas invertebrados les cuesta, en cambio, convencerse que son opositores. Que dejaron de ser gobierno. Peronistas sin vértebras que se sienten desorientados afuera del poder que debiera pertenecerles por derecho natural.

Urtubey y Massa

De todos modos, mientras el cristinismo se hunde en la ciénaga de las evidencias y se desprestigia por sus devastaciones, en el peronismo invertebrado se toma una cierta distancia con su historia reciente. Y surgen, de pronto, las figuras que estratégicamente se disponen a vertebrarse.

Son los dadores voluntarios de gobernabilidad. La mercadería que Macri necesita más. Y al que deben, para sobrevivir, apoyar. O por lo menos no empujarlo aún hacia la crisis, como en 2001.
En primer lugar luce el políticamente correcto Juan Manuel Urtubey. Es el máximo artesano para hacerse el tonto, el experimentado gobernador de Salta.

Y casi a la par de Urtubey se encuentra el diputado Sergio Massa. Es el hábil deslizador que lo atormenta a Mauricio con su juego de piernas, mientras se autopropone como un virtual Co Gobernador de la Buenos Aires inviable.

Ambos dadores voluntarios de gobernabilidad -Urtubey y Massa- compiten para demostrar quien se encuentra en mejores condiciones para crecer entre las cercanías amables de Macri. A los efectos de facilitarle sus movimientos vacilantes, mientras aguarda al Cavallo que lo rescate de esta tierra de nadie, y que tal vez puede ser el mismo Alfonso Prat Gay. También Urtubey y Massa aguardan, como buenos peronistas, el instante propicio para clavarle lícitamente un punzón.

Del mismo modo que creció amablemente Menem desde la oposición constructiva a Alfonsín, durante el Primer Gobierno Radical.

O Ruckauf con De la Rúa, durante el Segundo.

Pero sobre todo Urtubey y Massa comparten otro punto importante de diferenciación. Massa acompañó al Kirchner-cristinismo durante diez años, hasta octubre de 2013. Y Urtubey supo recurrir a la artesanía de hacerse el tonto para acompañar al Kirchner-cristinismo durante los doce años.

Aunque debe aceptarse que algunos meses antes despuntó como un propagador internacional de Scioli.

Es Scioli, a propósito, el que perdió, aunque trata de mantenerse como elemento de reserva. Con el argumento del que anticipó lo que Macri, en el gobierno, iba a hacer. Devaluar y despedir.
Lo mismo, tal vez, que hubiera hecho el propio Scioli.

Otro que aguarda, como elemento de reserva, es aquel que no pudo, siquiera, perder. Randazzo.

Detrás de Massa y Urtubey, casi al mismo nivel, por su capacidad de sobrevivencia en la conducción legislativa, se encuentra otro dador voluntario de gobernabilidad.

Es el senador Miguel Ángel Pichetto. Se comió con admirable voracidad, y con una capacidad de digestión extraordinaria, la totalidad de las forreadas. Pero le fue leal a La Doctora, como corresponde a un peronista orgánico, hasta el último minuto de los interminables doce años años y siete meses.

Ahora, después de la caída, durante el Tercer Gobierno Radical, Pichetto dejó, según nuestras fuentes, de atender los contínuos llamados de La Doctora.

Final con el CFI

El peronismo invertebrado, en cualquier momento, puede volverse a vertebrar.
Alrededor de los dirigentes citados, o a pesar de ellos.

Para colmo con Macri, igual que con De la Rúa, vuelven a producirse las temerarias reuniones de gobernadores en el Consejo Federal de Inversiones.

Las tardes del CFI, que por conocimiento y astucia Kirchner solía prohibirlas. Y ni les permitía a los gobernadores hablar por teléfono entre ellos. Dormía la siesta mientras escuchaba como fondo las transcripciones. Para decirles después a los chupados: "hablas mucho, de más, cuidate".
En semejante foro de especialistas vuelve a tallar Carlos Verna, el gobernador de La Pampa, tal vez el único que se enfrentó en 2011 a La Doctora.

Es Verna el gobernador duro de perfil mínimo, pero que reluce siempre a la hora de la gestión, por ser el conocedor más sólido de los secretos de conducción del Estado.
E inesperadamente, estimulado por Verna, comienza a destaparse Insfrán, el formoseño que sabe más decidir que hablar.

Insfrán es el decano de los gobernadores. Con mano de hierro sabe administrar una provincia pobre como Formosa, pero la tiene casi al día y sin deudas (ya que arregló en su momento con Kirchner, y la caja de empleados de The Old Fund).

Mientras prepara su prometida salida de la gobernación, Insfrán amontona las facturas políticas que tiene para cobrarse. Con Massa, sin ir más lejos. El dador voluntario que se fue del peronismo invertebrado con el presunto objetivo de volver para conducirlo. Le va a costar, sobre todo en el norte, donde lo hacen directamente responsable a Massa de la fractura de algunas vértebras que reprodujeron la derrota.