Periodismo y militancia
*Por Claudio Fantini. La descalificación personalizada, en el terreno de la opinión, constituye lo que Umberto Eco llama "ur fascismo", o sea el fascismo eterno que profesa y multiplica odio político.
Si Pablo Neruda hubiera sido militante de ideales y valores, pero no de ideologías y regímenes, quizá no habría incluido en Las uvas y el viento su "Oda a Stalin", la imponente elegía que escribió al enterarse de la muerte del sanguinario dictador soviético, al que llamó "el más grande de los hombres sencillos".
Cuando Jorge Luis Borges confundió valores con ideologías y regímenes tuvo pronunciamientos espantosos, como al avalar la tiranía de Augusto Pinochet diciendo que prefería "la clara espada a la furtiva dinamita".
Aunque en posiciones extremas, son ejemplos que sirven a la hora de intentar respuestas a la pregunta de la Argentina de estos días: ¿es válido el periodismo militante, o periodismo y militancia constituyen una inexorable contradicción?
Desde una posición, se invalida al periodismo oficialista, sin invalidar también al periodismo opositor. Desde la otra vereda, se anatematiza al periodismo opositor como instrumento de sórdidos intereses, sacralizando al periodismo oficialista como indispensable y moralmente superior.
En ambos casos, la falacia asoma a simple vista. Pero eso no invalida al periodismo oficialista ni al opositor. Es lógico y necesario que ambas posiciones existan. Lo que no es aceptable es que los medios del Estado sean utilizados para propaganda oficialista y para denostar a dirigentes opositores y a periodistas críticos, sin siquiera darles derecho a réplica ni a legítima defensa.
Hay buenos periodistas que defienden con lucidez al Gobierno, demostrando su honestidad intelectual al cuestionarle lo que consideran cuestionable. Un ejemplo: Mario Wainfeld.
Lo mismo ocurre en la otra vereda, en la que la honestidad intelectual se prueba reconociéndole al Gobierno sus aciertos y señalándole al arco opositor las nulidades de las que está haciendo patética ostentación.
Instrumento de censura. La clase de militancia se revela en la actitud hacia el otro. Quienes usan los medios como nidos de metralla para dañar la imagen pública de otros formadores de opinión, atacándolos con descalificaciones, infamias o ridiculizaciones, constituyen precisamente el lado más oscuro de la Argentina de estos días.
La oposición política expone con crudeza su mediocridad al sobredimensionar fallas en la economía y la seguridad, minimizando la oscura gravedad de la cultura autoritaria que, avasallante, emerge armada con un eficaz aparato de propaganda.
El ataque personalizado es el instrumento de censura de las culturas autoritarias, porque su objetivo es amedrentar para silenciar. Si alguien, por ser crítico, recibe una descarga de descalificaciones o es públicamente ridiculizado, quizá silencie sus críticas.
Más allá del narcótico ideológico que se use, se trata de un instrumento totalitario que se ejecuta a través de mercenarios y que sirve para reclutar fanáticos. En definitiva, la descalificación personalizada, en el terreno de la opinión, constituye lo que Umberto Eco llama ur fascismo , o sea el fascismo eterno que profesa y multiplica odio político.
Fanatismo. Un estudio de la Universidad de Texas señala que el periodismo militante tiende a fanatizarse y a generar fanatismo en sus audiencias. El ejemplo recurrente es la cadena Fox, baluarte ultraconservador al que George Bush (hijo) dejaba de lado cuando sentenciaba que "la prensa miente".
En rigor, ese trabajo académico usa la palabra "militante" para referirse sólo al periodismo formador de opinión que actúa como la intelectualidad orgánica, mientras que es posible distinguir dos tipos de militancia. Una abraza ideologías y se vuelve partidista, como los momentos de Neruda y Borges señalados anteriormente; mientras que la otra sólo es fiel a ideales y valores, manteniéndose al margen del sectarismo y el odio político.
Jean-Paul Sartre y Albert Camus ilustran uno y otro caso. En el terreno común de la filosofía existencialista, había nacido una amistad, finalmente quebrada en el terreno de la militancia. Sartre abrazó la militancia ideológica que en la década de 1950 lo convirtió, prácticamente, en un intelectual orgánico del Partido Comunista Francés (PCF) y del régimen soviético. Por eso, desde las páginas de Les Temps Modernes , la publicación que dirigía, atacó lapidariamente y con desprecio a El hombre rebelde , libro en el que Albert Camus denuncia los dogmatismos ideológicos y teológicos como instrumentos de construcción totalitaria. Desde su militancia ideológica, el brillante autor de El ser y la nada incurrió en la supremacía moral que lo llevó a sentenciar, en el tomo VI de Situations , que "los anticomunistas son perros", englobando en tal descalificación a Camus y a muchos otros valiosísimos intelectuales de su época. En cambio, el autor de El mito de Sísifo , desde su militancia en ideales y valores, podía denunciar los crímenes genocidas del totalitarismo soviético después de haberse jugado el pellejo en la Guerra Civil española y junto a la resistencia maqui, contra el régimen colaboracionista francés.
Por cierto, de los dos geniales pensadores, era Sartre quien despertaba adhesiones fanáticas. En la Argentina de estos días, se ve con claridad cómo la militancia ideológica genera un fanatismo que no percibe, o no le importa, el carácter autoritario y censurador de los formadores de opinión dedicados al ataque personalizado contra otros formadores de opinión.
También se ve con claridad lo poco excitante que ha resultado siempre la militancia en ideales y valores. Al fin de cuentas, se sustenta en el pensamiento liberal-demócrata. Y los valores liberal-demócratas son como el oxígeno: no huelen, son incoloros y no tienen peso. Recién se los valora como imprescindibles cuando no están, y sobreviene la asfixia.