Peatonales desamparadas
Por Miguel Ángel Roca* En años recientes, el sistema peatonal de Córdoba se ha defendido solo. Pero eso también requiere un mantenimiento.
Según Hegel, la ciudad es el producto cultural por excelencia. La ciudad es un fenómeno múltiple. Es obra, obra de arte, obra de la historia. Es valor de uso y campo de despliegue del valor de cambio. Es texto. La ciudad prescribe, inscribe, escribe. Como un libro, la ciudad es un objeto en el cual contenido y continente son inseparables.
La ciudad es el lugar de la necesidad y del deseo. De los conflictos y de la resolución de los conflictos. Es el lugar de la historia; no existe historia sin ciudad. La ciudad es una multitud de términos. Es emisora y receptora de mensajes, es un sistema de códigos y de signos, es significado y significante.
La ciudad es, fundamentalmente, el lugar de la coexistencia, de la pluralidad, de la simultaneidad. La forma urbana nos recuerda que no existe forma sin contenido, ni contenido sin forma. Lo esencial tiende a la forma, el pragmatismo tiende al contenido.
La forma tiene dos modalidades de existencia: la existencia mental y la existencia social. La forma urbana reconoce así una existencia mental: la simultaneidad. Simultaneidad de percepciones, de situaciones. Reconoce, además, una existencia social: la del encuentro y la coexistencia de personas, bienes y actividades.
Todo individuo aspira y merece lugares cualificados (y cualificantes). Esta necesidad –que es un derecho– cierra el discurso de aquella oposición entre realidad urbana y orden urbano. La dependencia de la periferia en relación con el centro define la realidad urbana actual. La relación estructurada e inteligible define el orden urbano. El hombre necesita orden urbano: la existencia de ámbitos significantes que estructuren y sean el soporte de su existencia.
Los microcosmos. Si adherimos al aforismo de Rafael Alberti, según el cual la casa es una ciudad pequeña y la ciudad una casa grande, los mismos atributos de figuratividad que reclamamos para una los demandamos para la otra. La ciudad, las instituciones y la casa aparecen así como microcosmos que reproducen el orden del mundo, nuestra inteligencia de él en cada momento histórico, en acuerdo con las ideologías que portamos y los mitos que se perpetúan en nosotros.
La ciudad es también un lugar, porque por sí misma es localizadora de un territorio. Es un lugar convocante, es el lugar de la simultaneidad, el lugar del encuentro, de la convergencia, de la pluralidad.
Al localizar un territorio, transforma el espacio en lugar. En tanto lugar, la ciudad es fabricante y alojadora de instituciones. Así, la ciudad se convierte en mediadora entre un orden lejano (el Estado y las instituciones) y un orden próximo, inmediato (la vecindad, la vida cotidiana).
¿Cuáles son los elementos irreductibles de la imagen de la ciudad? A nivel existencial, ellos son la noción de centro o nodo; la de trayecto o ruta; la idea de área o distrito. En el espacio arquitectónico que es como se ha señalado la realización de ese espacio existencial, cada una de esas nociones tiene un correlato en la formalización de instituciones irreductibles.
El área central es la Catedral de la ciudad, barrio primero, que pertenece a todos como punto de referencia, condensación, cristalización de todos sus atributos. Lugar saturado y pleno del espacio-territorio; como punto de identificación, relación y escenario de la realización de la historia. Es el lugar simbólico de máxima significación.
La ciudad contemporánea. La ciudad contemporánea es el "fenómeno del estallido urbano" que define Lefebvre, la ciudad posmoderna de Amendola, la fragmentación y el collage de la metrópolis de la hipermodernidad, armada como un patchwork , donde coexisten barrio cerrado, barrio jardín, distritos de vivienda social, barrios de autoconstrucción, de periferias débiles, de villas miserias cada vez más extensas. En ellas, todo es diferente e incoherente. En el centro urbano histórico, en cambio, todo es diferente, pero coherente. Su respeto, cuidado y celebración son esenciales a la identidad de una ciudad. Así lo entienden todas aquellas que trabajan en la construcción de sus contenidos y de su imagen.
La tarea contemporánea más relevante, en aquellas ciudades dotadas de un pasado, cualquiera sea su valor o antigüedad, es la preservación de ese patrimonio, teniendo en cuenta que el pasado es la memoria colectiva de los pueblos y que en consecuencia no podemos perder nada de él. Por otra parte, como decía Ortega, el pasado no se ha tomado el trabajo de pasar para ser negado sino integrado a nuestro presente y a nuestro futuro.
Ese presente y ese futuro fueron pensados para Córdoba, como un intento de revalorizar la vitalidad del centro, dándole un contenido, una proyección y una forma simbólica que lo condensara y potenciara como un vector de porvenir.
La peatonal fue pensada en 1967 como ejercicio intelectual sobre la ciudad en un curso de maestría en Arquitectura y Diseño Urbano en la Universidad de Pennsylvania, Estados Unidos; retomada en 1975-76 como ejercicio en año sabático otorgado como primer premio del concurso ganado del edificio nuevo de la Facultad de Arquitectura con Chechi-Chiavassa-Santos; ejecutada en los años ‘80 (gestión Gavier Olmedo) y terminada en 1991-99 (gestión Martí).
Cómo es. El tratamiento aplicado a la peatonal existente desde 1975 tiene una extensión de cinco cuadras y una forma cruciforme. Es el de un pergolado abovedado de arcos metálicos, como soportes rígidos para esos árboles sin tronco que son las enredaderas. Éstas son de hojas caducas y floraciones diversas, que permiten el ingreso del sol del este y del oeste durante el invierno y protegen firmemente de los rigores del verano, como un cielo florido, enlazando el extendido sistema de galerías cubiertas existentes, que perforan en todas direcciones el interior de las manzanas. Este tratamiento se completa con pisos de lajas graníticas, de pizarra gris y de mármol blanco, que marcan el ritmo estructural y de posición a los canteros–asientos. Se recrea así la idea de ágora y bazar. Plaza y trayecto que califican el distrito del microcentro.
Así, cada ruta, cada sistema de cuartos o cuadras, obtiene una calificación identificadora, a la vez que un principio unificador. Este expediente de vegetación se complementa con idéntico piso al descripto para la peatonal existente, rediseñada y con los asientos en torno y bajo la copa de los árboles.
Este proyecto fue estudiado y re-estudiado cuidadosamente en sus aspectos de seguridad (coches autobombas y escaleras, espaciamiento de pérgolas, asientos, cartelería que no podía superar los 30 centímetros) y conductos de agua antiincendio. Como toda arquitectura, la peatonal (artefacto viviente) ha requerido y requiere de un mantenimiento periódico, ausente por muchos años, lo cual demanda un costo a la sociedad, y está en la gestión municipal saber administrar estos recursos, con la doble responsabilidad de intervenir en los espacios públicos –sumando y no restando– y disponiendo de los fondos.
Habría que evaluar el costo de un mantenimiento y propuestas adaptativas en lugar de la toma de una decisión tan radical como la de arrasar con un "lugar" y con un "símbolo e identidad popular" reconocida internacionalmente y apreciada sobre todo por los usuarios locales. A ello se ha pretendido substituirlo por una intervención caracterizada por la insignificancia y por la anomia, por una desertificación anónima y uniforme, en la cual el desplazamiento de los vehículos de seguridad pareciera ser el excluyente principio de diseño. Para ello, ya tenemos un ejemplo en las plazoletas de la Merced y de la Compañía de Jesús, con arquitectura mínima, ausente y globalizadora, sin ideas, tergiversando así la arquitectura minimalista.
En años recientes, el sistema peatonal –así como muchos espacios públicos– se ha defendido solo, gracias a los materiales nobles que la sostienen: pérgolas metálicas, pisos de granito y piedra laja. Pero, como se dijo, eso también requiere un mantenimiento. La "salud" de la arquitectura y de la ciudad es la "salud" de la sociedad.
Más preservación. Más sensatez y reflexión. Esos son los atributos ausentes, pero imprescindibles a todo poder público.