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Pasión evolutiva por la música

*Por Pablo Herreros. Charles Darwin pensaba que la música se había originado en el marco de la atracción que se establece entre las parejas de animales y los sonidos que éstos emiten durante el cortejo.

Darwin deducía estas ideas del canto de algunas aves cuando intentan encontrar pareja, pero otros autores no han restringido el origen a un sólo contexto emocional y lo han atribuido a la necesidad de expresión en la totalidad de las emociones humanas.

Es probable que Darwin cometiera un exceso de reduccionismo, ya que la hipótesis de la selección sexual no explica la enorme diversidad de contextos en los que aparece ni la extensión de estos comportamientos musicales a terrenos que no tienen nada que ver con la reproducción. Lo que tienen en común ambas corrientes es que consideran que la música humana debe ser estudiada como una adaptación al entorno, de la que derivan numerosas ventajas para los individuos, algo con lo que tampoco todos están de acuerdo. El debate sobre si se trata de un aprendizaje cultural o por el contrario es independiente de la experiencia continua.

Se sabe, desde la aparición de la resonancia magnética, que hay diferencias en la actividad cerebral cuando escuchamos un u otro tipo de música. Existe una relación clara entre las zonas asociadas al sentimiento de placer y la música percibida como agradable; y también entre las zonas de insatisfacción y la desagradable. Además, el gusto por la música es un rasgo que compartimos todas las sociedades del mundo, aunque existe una fuerte controversia sobre su origen cultural o biológico.

En varias investigaciones se ha podido comprobar que los niños prefieren los acordes consonantes a los que no lo son. Marcel Zentner y Jerome Kagan, de la Universidad de Harvard, pusieron a prueba las preferencias de niños de cuatro meses de edad ante dos tipos de melodías: una consonante y otra disonante. Los niños se agitaban y se daban la vuelta más veces con la disonante, lo que sugiere una cierta preparación innata para percibir algunas melodías concretas como placenteras. Otro gran número de estudios realizados hasta el momento coinciden en que los humanos preferimos escuchar los sonidos consonantes desde edades muy tempranas.

Tasuku Sugimoto y su equipo de investigación de la Universidad de Kyushu en Japón han tratado de profundizar en el debate sobre el origen biológico o cultural de estas tendencias, mediante la comparación con unas pruebas realizadas a una chimpancé de 17 semanas de edad, llamada Sakura. Primero, ataron un trozo de hilo de lana a una de sus extremidades, que si era tensado permitía reproducir de nuevo la grabación de un reproductor. Luego expusieron al sujeto a diferentes tipos de música durante seis semanas. Los resultados mostraron que Sakura activaba más veces la reproducción continua cuando se trataba de la música con notas en consonancia.

Algunas danzas tribales incluyen movimientos agresivos contra diversos objetos, como dar patadas a ramas o piedras. Estos sonidos nos envían información que las palabras no pueden, así que es plausible la idea de que los ritmos arcaicos sean consecuencia de la necesidad de una expresión emocional de rabia, alegría, miedo, etc.

A pesar de que hay que tener cuidado de no identificar a los modernos cazadores-recolectores con los primeros homínidos, sí es cierto que algunos métodos de los que emplean pueden ser similares, de ahí su interés en estudiarlos. Por ejemplo, los habitantes de las islas Andaman, en la India, no tenían instrumentos musicales de ningún tipo cuando fueron contactados por primera vez. Sus danzas están siempre acompañadas de palmas y golpes contra el suelo. Este hecho es interesante porque nos permite sugerir que tanto la voz como los sonidos de percusión realizados con el cuerpo pueden ser los orígenes de lo que hoy llamamos música. De hecho, una de las características en la evolución de los mamíferos recae en la tendencia en especializar y separar el aparato respiratorio de la laringe, lo que ha permitido vocalizar mejor.

El uso de la música para evocar poderes sobrenaturales u otras ceremonias sociales está presente en una gran cantidad de sociedades tradicionales. En ocasiones, hay una melodía específica para cada tipo de ritual, lo que nos hace reflexionar sobre la naturaleza y origen de la música. Los indios pies negros de Norteamérica, cuando quieren invocar la lluvia, pueden llegar a usar más de 100 objetos ceremoniales, cada uno de los cuales corresponde con una canción determinada. No valoran la música por su composición sino por su utilidad social y capacidad integradora. Esta función social es la otra hipótesis más invocada por los antropólogos en la actualidad para explicar su evolución y extensión a la totalidad de la especie.
Edward Hagen, del Instituto de Biología Teórica de la Universidad de Berlín, y Gregory Bryant, del Departamento de Psicología de la Universidad de California, creen que la música ha evolucionado como un sistema de información de la calidad de una coalición entre grupos. Los humanos somos excepcionales a la hora de formar alianzas para cooperar con otros miembros con quienes no estamos emparentados.

En un experimento muy interesante, alteraron la sincronía de una música que era reproducida a diferentes clases de estudiantes. La sincronía correlacionó con una sensación de mayor calidad de la música y ésta, a su vez, con una valoración más positiva de la alianza que les unía. Estos dos autores proponen que la música y la danza se tratan de unas formas extraordinarias de refuerzo de la organización social que pudo evolucionar a partir de la coordinación territorial que podemos encontrar en varias especies de animales, especialmente en los chimpancés.