Paradojas de la política oficial sobre el pasado nacional
*Por Beatriz Bragoni. La opinión de una prestigiosa historiadora mendocina profesional acerca de la creación de un instituto de revisionismo oficial, por parte del gobierno nacional.
Resulta paradójica, aunque no sorprendente, la reciente creación del "Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego". El decreto presidencial que le da vigor y garantiza su financiamiento con el fin de difundir una historia nacional que se pretende alternativa de la "historia liberal", inaugurada en la segunda mitad del siglo XIX por Bartolomé Mitre y Vicente F. López, no es novedoso.
El revisionismo histórico constituye una de las visiones sobre el pasado nacional más arraigadas en la cultura histórica de los argentinos y argentinas, cuyo nacimiento puede ubicarse en la década de 1920, y que en sus variantes aristocráticas como populistas, erigió héroes y villanos con el objeto de develar, entre otras cosas, las razones del fracaso argentino.
La visión "decadentista" del pasado nacional, acuñada por los historiadores revisionistas en el siglo XX, no modificó sin embargo un supuesto perdurable de la narrativa mitrista: éste es el que atribuía al país un destino de grandeza en el concierto latinoamericano, el cual había sido obstaculizado o desviado, para algunos, por la democracia yrigoyenista; para otros, por la perversa y perdurable alianza entre la oligarquía portuaria (o burguesía terrateniente) con los poderes imperiales de turno o el capital inglés.
La empresa puesta en marcha por el decreto presidencial recoge esa larga tradición y por lo tanto no es nueva. Lo nuevo está dado en todo caso por el destacado remozamiento de la ciencia histórica en muchas universidades públicas y privadas del país, y en centros de investigación del Conicet.
En las últimas décadas la historia ha tenido un destacado desarrollo que desmiente el diagnóstico trazado por los neo revisionistas, y los considerandos que acompañan el decreto fundacional del Instituto Manuel Dorrego bajo la órbita del ministerio de Economía y el de Educación. Como nunca antes, el saber histórico cultivado en el país tuvo como destino primordial dotar de mejores instrumentos analíticos y heurísticos para pensar el pasado nacional, y no como herramienta de combate o instrumento de legitimación del poder político.
Puede argüirse que el incuestionable apoyo popular dota a los actos del gobierno nacional de incontrastable legitimidad. La objeción a la iniciativa oficial reside justamente en que mientras el gobierno nacional abriga y alienta desarrollos científicos y tecnológicos capaces de colocar al país en el sendero del crecimiento y la innovación, promueve instituciones y visiones del pasado nacional ajenas por completo al estado actual de conocimiento de la disciplina histórica.
El problema es mayor al constatar la vigencia de esa concepción historiográfica en algunos Departamentos y Cátedras de universidades e institutos terciarios de la provincia donde los estudiantes, en lugar de acceder o conocer a la agenda renovada del saber histórico internacional y del producido en la Argentina, tienen que contentarse con versiones desactualizadas o vetustas sobre el pasado nacional.
Por consiguiente, la iniciativa del Poder Ejecutivo no hace otra cosa que obstaculizar cualquier reclamo legítimo de innovación y actualización disciplinar.
La iniciativa oficial resulta más paradójica si se la piensa en este registro.
Desde hace años, las historiografías cultivadas en los principales centros académicos mundiales abandonaron las concepciones que hacían de la Historia una disciplina al servicio del Estado y de la política.
A ese consenso se arribó después de constatar los flagelos que alberga cualquier historiografía militante al trazar una línea demarcatoria entre los benefactores o enemigos de las naciones o de los pueblos.
La comunidad de historiadores ajustó cuentas con ese dilema y terminó aceptando que su rol en el conjunto de las ciencias sociales y las humanidades no está destinado a la búsqueda de ancestros, de héroes o villanos.
En su lugar, el saber histórico está al servicio de mejorar los instrumentos para pensar y explicar las dinámicas de la vida social en el tiempo pasado remoto, como del más reciente, cuya naturaleza compleja está en las antípodas de visiones simplificadoras o maniqueas.