Para evitar el bullying
* Por Rolando Martiña. Este fenómeno es distinto a la violencia ocasional. Se trata de situaciones de tipo "mafioso".
La situación de acoso suele ser un espectáculo. Se desarrolla ante espectadores que, por diferentes razones, disfrutan del hecho sin involucrarse directamente, aunque pueden buscar una intervención adulta.
No sabemos si el fenómeno del acoso escolar está creciendo, pero sí que es cada vez más notorio y sus consecuencias, más graves (suicidios, homicidios, etc.). Esta conducta cruel y sistemática debe distinguirse de la violencia ocasional que suele darse en los grupos, especialmente en escuelas y colegios.
Su abordaje es difícil porque se trata de situaciones de tipo "mafioso", que se amparan en la omertá (silencio de víctimas y victimarios) y que suelen ocurrir fuera del margen de control de los adultos responsables. También, porque se afirman sobre el fértil suelo cultural de algunas creencias de padres y docentes que favorecen su desarrollo. A veces los padres dicen: "Son cosas de chicos", "tiene que hacerse hombre", "sucedió en la escuela, que lo resuelvan ellos", "no hay que ser buchón". Y los docentes: "No afectan el desarrollo de las clases", "no estamos preparados para atender eso", "las autoridades no nos respaldan".
Este síntoma se alimenta también del quiebre actual de la alianza, en otras épocas tácita, entre las dos más importantes agencias socializadoras: familia y escuela. Dos instituciones a menudo instaladas en la desconfianza mutua y frecuentemente dedicadas a ver quién tiene la culpa y la razón, más que a colaborar para resolver el problema. Revertir esa situación sería el primer paso de cualquier proceso de resolución de este de problema.
La situación de acoso suele ser un espectáculo; es decir, se desarrolla ante espectadores que, por diferentes razones, disfrutan del hecho sin involucrarse directamente. Por un lado, eso realimenta el fenómeno; pero a la vez, y afortunadamente, los espectadores pueden buscar una intervención adulta, ya que ante una investigación no deberían pasar, como el acosado y el acosador, por la difícil circunstancia de acusar o autoacusarse.
No cualquiera es acosado ni acosador, pero cualquiera puede ser espectador, ya sea como parte de un grupo permanente o en forma ocasional. Muchas veces basta una actitud de rechazo o una retirada de su parte para que el acoso se detenga.
Los acosados suelen ser personas tímidas y temerosas, o menores y más débiles o torpes que sus compañeros; suelen pertenecer a alguna minoría, ser recién llegados, tener pocos amigos, ser poco asertivos; tienden a complacer siempre a los otros para "evitarse problemas".
Los acosadores suelen ejercer algún tipo de liderazgo; es común que hayan crecido en familias violentas, por lo general se muestran impulsivos, con déficit en el autocontrol y en la empatía, y se vengan de abusos sufridos.
A ambos se los puede ayudar de diversas maneras. Respecto del acosado, hay dos líneas de acción: primero, transmitirle con convicción y empatía que la situación que padece no es su culpa, que no es una condena de por vida, que a muchas personas adultas, algunas muy destacadas, les ha ocurrido de niños, que es una etapa y que puede ser superada. Y luego, entrenarlo en la asertividad, o sea la capacidad de responder a la agresión, evitando claro los extremos de la simetría violenta en espiral. Muchas veces la actitud del acosador es puro alarde y basta una actitud firme y decidida para detenerlo.
Respecto del acosador, también hay dos líneas: primero, detener su acción lo más pronto posible y de manera firme. Porque no hacerlo es lisa y llanamente confirmarlo en su desdichado rol. Corresponde a los adultos hacer valer su autoridad y en caso extremo aplicar las sanciones correspondientes, en beneficio de la mayoría y para no sentar precedente de anomia e impunidad. Y luego, tratar de encauzar su tendencia al liderazgo de modo positivo, encargándole, por ejemplo, tareas de responsabilidad y, si es posible, de altruismo hacia compañeros necesitados.
Es necesario iniciar un proceso de socialización en cierta medida contracultural, y eso básicamente le corresponde a la familia. Pero la escuela puede hacer mucho. A continuación se enumeran algunas líneas a seguir:
- Es necesario estar atento, pero no alarmarse. El estado de escándalo no es el mejor para pensar ni decidir nada.
- Ante un primer caso, la actitud serena y firme de los docentes puede hacer desistir a un acosador. Y, como en tantas otras cosas, la detección precoz es fundamental. Hay que estar atentos a los cambios de conducta llamativos de algún alumno.
- Dada la importancia del secreto en estos casos, todo lo que se haga para darle estado público al problema será bienvenido. Claro que habrá que superar otra barrera cultural: asumir que se tienen problemas hace perder prestigio. Desde el último padre de familia hasta el más encumbrado funcionario deberían trabajar para revertir esa pauta.
- Las escuelas deberían elaborar una política al respecto. Es decir, no deberían reaccionar como si cada vez fuera la primera. Es necesario prever ciertos procedimientos, si es posible acordados con los padres, para saber qué hacer y sobre todo qué no hacer ante una denuncia o sospecha. Y deberían ser ampliamente receptivas a ellas. Lo mismo para los padres respecto de los mensajes, verbales o no verbales, de sus hijos.
- Debería instalarse la consigna "no al abuso" para decir "no" a toda aquella conducta que supone un mal uso o uso indebido o no autorizado del cuerpo, las ideas, los sentimientos, la privacidad, el espacio, los objetos el tiempo o el buen nombre de otro. En ese sentido, será conveniente desarrollar actividades comunitarias de todo tipo, para crear conciencia de que en una cultura del abuso nadie está a salvo.
No sabemos si el fenómeno del acoso escolar está creciendo, pero sí que es cada vez más notorio y sus consecuencias, más graves (suicidios, homicidios, etc.). Esta conducta cruel y sistemática debe distinguirse de la violencia ocasional que suele darse en los grupos, especialmente en escuelas y colegios.
Su abordaje es difícil porque se trata de situaciones de tipo "mafioso", que se amparan en la omertá (silencio de víctimas y victimarios) y que suelen ocurrir fuera del margen de control de los adultos responsables. También, porque se afirman sobre el fértil suelo cultural de algunas creencias de padres y docentes que favorecen su desarrollo. A veces los padres dicen: "Son cosas de chicos", "tiene que hacerse hombre", "sucedió en la escuela, que lo resuelvan ellos", "no hay que ser buchón". Y los docentes: "No afectan el desarrollo de las clases", "no estamos preparados para atender eso", "las autoridades no nos respaldan".
Este síntoma se alimenta también del quiebre actual de la alianza, en otras épocas tácita, entre las dos más importantes agencias socializadoras: familia y escuela. Dos instituciones a menudo instaladas en la desconfianza mutua y frecuentemente dedicadas a ver quién tiene la culpa y la razón, más que a colaborar para resolver el problema. Revertir esa situación sería el primer paso de cualquier proceso de resolución de este de problema.
La situación de acoso suele ser un espectáculo; es decir, se desarrolla ante espectadores que, por diferentes razones, disfrutan del hecho sin involucrarse directamente. Por un lado, eso realimenta el fenómeno; pero a la vez, y afortunadamente, los espectadores pueden buscar una intervención adulta, ya que ante una investigación no deberían pasar, como el acosado y el acosador, por la difícil circunstancia de acusar o autoacusarse.
No cualquiera es acosado ni acosador, pero cualquiera puede ser espectador, ya sea como parte de un grupo permanente o en forma ocasional. Muchas veces basta una actitud de rechazo o una retirada de su parte para que el acoso se detenga.
Los acosados suelen ser personas tímidas y temerosas, o menores y más débiles o torpes que sus compañeros; suelen pertenecer a alguna minoría, ser recién llegados, tener pocos amigos, ser poco asertivos; tienden a complacer siempre a los otros para "evitarse problemas".
Los acosadores suelen ejercer algún tipo de liderazgo; es común que hayan crecido en familias violentas, por lo general se muestran impulsivos, con déficit en el autocontrol y en la empatía, y se vengan de abusos sufridos.
A ambos se los puede ayudar de diversas maneras. Respecto del acosado, hay dos líneas de acción: primero, transmitirle con convicción y empatía que la situación que padece no es su culpa, que no es una condena de por vida, que a muchas personas adultas, algunas muy destacadas, les ha ocurrido de niños, que es una etapa y que puede ser superada. Y luego, entrenarlo en la asertividad, o sea la capacidad de responder a la agresión, evitando claro los extremos de la simetría violenta en espiral. Muchas veces la actitud del acosador es puro alarde y basta una actitud firme y decidida para detenerlo.
Respecto del acosador, también hay dos líneas: primero, detener su acción lo más pronto posible y de manera firme. Porque no hacerlo es lisa y llanamente confirmarlo en su desdichado rol. Corresponde a los adultos hacer valer su autoridad y en caso extremo aplicar las sanciones correspondientes, en beneficio de la mayoría y para no sentar precedente de anomia e impunidad. Y luego, tratar de encauzar su tendencia al liderazgo de modo positivo, encargándole, por ejemplo, tareas de responsabilidad y, si es posible, de altruismo hacia compañeros necesitados.
Es necesario iniciar un proceso de socialización en cierta medida contracultural, y eso básicamente le corresponde a la familia. Pero la escuela puede hacer mucho. A continuación se enumeran algunas líneas a seguir:
- Es necesario estar atento, pero no alarmarse. El estado de escándalo no es el mejor para pensar ni decidir nada.
- Ante un primer caso, la actitud serena y firme de los docentes puede hacer desistir a un acosador. Y, como en tantas otras cosas, la detección precoz es fundamental. Hay que estar atentos a los cambios de conducta llamativos de algún alumno.
- Dada la importancia del secreto en estos casos, todo lo que se haga para darle estado público al problema será bienvenido. Claro que habrá que superar otra barrera cultural: asumir que se tienen problemas hace perder prestigio. Desde el último padre de familia hasta el más encumbrado funcionario deberían trabajar para revertir esa pauta.
- Las escuelas deberían elaborar una política al respecto. Es decir, no deberían reaccionar como si cada vez fuera la primera. Es necesario prever ciertos procedimientos, si es posible acordados con los padres, para saber qué hacer y sobre todo qué no hacer ante una denuncia o sospecha. Y deberían ser ampliamente receptivas a ellas. Lo mismo para los padres respecto de los mensajes, verbales o no verbales, de sus hijos.
- Debería instalarse la consigna "no al abuso" para decir "no" a toda aquella conducta que supone un mal uso o uso indebido o no autorizado del cuerpo, las ideas, los sentimientos, la privacidad, el espacio, los objetos el tiempo o el buen nombre de otro. En ese sentido, será conveniente desarrollar actividades comunitarias de todo tipo, para crear conciencia de que en una cultura del abuso nadie está a salvo.