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Para el mundo se predice un “estancamiento secular”, en Argentina es más probable una “estanflación secular”

Las circunstancias preanuncian tensiones económicas extremas en el segundo semestre, que pueden llegar a tener un correlato social mucho peor que el que se vivió en el año 2002.

La decisión de extender la cuarentena por 17 días más, con mayores restricciones en el Área Metropolitana de Buenos Aires, sin que la gente advierta que el gobierno tiene un plan de salida de la actual encerrona económica, está llevando a muchas decisiones de cierres de empresas, convocatorias de acreedores y angustias extremas de personas que no saben cómo van a poder generar un mínimo de ingreso para alimentar a su familia.

El gobierno sugiere que va a otorgar subsidios sociales como para atender a quienes queden sin ingresos, al punto de comenzar a hablar de un salario básico universal, como lo propone Eduardo Duhalde haciéndose eco de un reclamo insistente del Papa Francisco.

Sin duda, se trata de puro voluntarismo, desconocedor de la dramática situación fiscal por la que atraviesa el país y el enorme peligro inflacionario que significa la total destrucción del crédito público y la emisión monetaria descontrolada.

Esta combinación de circunstancias preanuncia tensiones económicas extremas en el segundo semestre. Tensiones económicas que pueden llegar a tener un correlato social mucho peor que el que se vivió en el año 2002.

Un repaso de los pronósticos sobre la evolución esperada de las economías internacionales que están sufriendo caídas del producto y del empleo semejantes a las que sufre nuestro país, pone de manifiesto que en general se espera un rebote rápido tan pronto como se logre controlar la evolución de la pandemia. Tal es así que los mercados de acciones de esos países no han sufrido grandes caídas ni tampoco experimentaron fuertes aumentos en sus tasas de riesgo país.

La mayoría de los pronósticos, sostienen que, aún con recuperaciones nacionales en “V” s pronunciadas, es probable que la economía global asista a un largo período de estancamiento secular debido a la desarticulación de las cadenas de valor que afectarán al comercio mundial, al incremento de la aversión al riesgo provocado por el miedo al rebrote del coronavirus y al efecto de los nacionalismos que se están expandiendo en el mundo, comenzando por el de los mismos Estados Unidos.

Nadie pronostica un boom de las commodities como el de la primera década de los 2000. Por el contrario, es probable que se asista a un deterioro creciente de la demanda de materias primas y a un aumento de los esfuerzos para economizar energía y otros recursos no renovables.

Ante este panorama mundial y la dramática situación en la que se encuentra la economía argentina, es prácticamente imposible visualizar una recuperación semejante a la de la mayoría de las economías del exterior. La ausencia total de crédito público y las tensiones inflacionarias que se derivan de la expansión monetaria descontrolada, no permiten predecir una recuperación en “V” pronunciada, porque aun cuando se recupere la demanda de bienes y servicios, existirán fuertes obstáculos para el aumento de la oferta, debidos a la destrucción de capacidad productiva por deterioro del tejido empresarial y la indisponibilidad del capital de trabajo necesario para recuperar los niveles de empleo y de producción anteriores a la pandemia. A diferencia de casi todo el resto de las naciones, Argentina venía sufriendo estanflación desde 10 años atrás y un deterioro de la capacidad productiva acentuada por la falta de inversión en sectores claves de la economía.

Además, ante la ausencia de un boom de las materias primas y el estancamiento secular de la economía global, lo más probable es que Argentina no pueda escapar a esa tendencia, pero partiendo de un nivel de actividad bastante inferior al que habrán alcanzado las economías con mayor capacidad de recuperación post pandemia. No es aventurado imaginar que Argentina, peor que un estancamiento secular, sufra una “estanflación secular”.

Las consecuencias políticas de un escenario económico como el descripto, no son fáciles de predecir, pero no es descartable que puedan significar, para bien o para mal, un nuevo cambio organizacional de la Argentina. Alberto Fernández ha dicho, que ésta podría ser una oportunidad para “cambiar al mundo”, aunque se lamenta que sólo él y el actual presidente de México parecen empeñados en lograrlo. Vale la pena indagar, a qué “cambio del mundo”, se refiere el presidente Fernández.

El deseo presidencial de cambiar al mundo

Para Alberto Fernández la crisis que se está viviendo podría ser una inmejorable oportunidad para cambiar al mundo, tal como se lo señaló al ex presidente Lula da Silva. Pero reconoce que será muy difícil lograrlo.

Lamentó no contar con el acompañamiento de quienes gobernaron América Latina en los años de Lula. Sostuvo que necesitaría a un Néstor Kirchner, a una Dilma Rouseff, a un Hugo Chávez, a un Rafael Correa, a un Fernando Lugo y a un Evo Morales. Y, para no parecer demasiado ideologizado, agregó: a un Pepe Mujica, a un Tabaré Vázquez, a un Ricardo Lagos o a una Michel Bachelet. Pero no los tiene. Con esta afirmación, redujo a los actuales gobernantes de Brasil, de Ecuador, de Paraguay, de Bolivia, de Uruguay y de Chile a la categoría de resignados cultores de la decadencia económica y la injusticia social.

Sólo le faltó argumentar que el crecimiento de América Latina entre 2003 y 2010 no se debió al impresionante aumento de los precios de las commodities de exportación y a las reformas heredadas de la década de los 90s, sino a las gestiones de los presidentes “progresistas” cuya ausencia añora. No aclaró si estaba recitando su discurso de política exterior o el de Cristina Kirchner, pero a esta altura de los acontecimientos esa aclaración sería superflua.

Basta revisar los pronunciamientos de Alberto Fernández, sobre ésta y todos los demás capítulos de políticas públicas durante el gobierno de Cristina Kirchner, para quedar convencido que desde que fue elegido por ella como candidato a la Presidencia, adoptó como propias la interpretación de la historia y las ideas políticas y económicas de su promotora. Ya no queda nada de aquel Alberto Fernández por el que no menos de un 15 % del electorado votó pensando que podría moderar el desprecio de Cristina Kirchner por las instituciones republicanas, la racionalidad económica y la relación madura con todas las naciones del mundo.

Por consiguiente, a menos que se produzca un cambio político muy acentuado, algo que hoy no se visualiza como probable, es muy difícil pronosticar algo mejor que la “estanflación secular”.

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