Papagayos y papagayas
* Por Ernesto Tenembaum. Por donde uno mire, el panorama económico se presenta más complicado que en los últimos años.
Ninguna persona seria discute eso. Hubo, incluso, una admisión de la propia Presidente de la Nación, cuando dijo que "el mundo se nos vino encima", en un giro muy distinto a aquel del 2009, según el cual estábamos "firmes, en medio de la marejada". El hecho objetivo es ese. La economía que crecía a tasas chinas lo hace más lentamente o, según quién lo describa, o según el área, ya no crece. Un día aparece el dato de que cae la producción industrial, otro que cae el monto de operaciones inmobiliarias, luego que disminuyen las exportaciones o la importación de bienes de capital. El Gobierno enfrenta una fuga de capitales, entonces limita la compra de dólares –con un método poco explicado– y se genera rápidamente un mercado negro de divisas, donde empiezan a jugar especulaciones de todo tipo, grandes, chicas y medianas. O cierra parcialmente y de manera errática la importación. O la abre, o la vuelve a cerrar. Se generan algunos chispazos con Brasil. Y se reconoce, además, la magnitud de la crisis energética que se generó en estos años y obligó a gastar muchos dólares para evitar el desabastecimiento.
Todo ese paquete –al que se le podrían agregar muchos más datos– presenta un cuadro muy complejo. Como es obvio, la pregunta clave no es si hay problemas o no –es obvio que los hay– sino cuál es su magnitud, cuál es su duración y si el Gobierno está gestionando bien ante las dificultades. De ninguna manera esta nota pretende responder esas preguntas, ya que el autor anda a tientas en el área. Pero sí señalar que en los próximos dos años quizá se salde un debate importante sobre lo que ocurrió en la Argentina desde el 2007.
Una fuerte corriente de economistas –y no sólo neoliberales, algunos también ex simpatizantes kirchneristas o incluso miembros del Gobierno– sostiene algo así como que el Gobierno ya estrelló la economía y lo que estamos viendo es cómo entra el agua lenta pero inevitablemente por el pequeño boquete condenado a crecer cada vez más.
Digamos que el razonamiento se expresa así:
"El Gobierno negó durante años la inflación. Mientras los precios crecían a un ritmo mucho mayor que el dólar, miró para otro lado. No sólo eso. Preocupado por ganar las elecciones por amplio margen, gastó mucho dinero en estimular el consumo, lo que aumentó la tasa inflacionaria. Esa situación, combinada con un dólar casi fijo, consumió gran parte de las ventajas competitivas provocadas por la bruta devaluación del 2002. A eso se le agrega una política de precios en energía y servicios públicos que obligó a multiplicar subsidios y, por lo tanto, generó problemas en las cuentas públicas, por diversas vías. Y de repente, se exporta menos, hay fuga de capitales, se produce menos. Y el Gobierno intenta tapar el sol con las manos imponiendo trabas que aumentan el mal humor y la percepción de que todo va mal y por ende la fuga hacia la moneda extranjera. Toda esta situación, proyectada en el tiempo, es peor porque la dinámica, ya lanzada, permite percibir que el dólar seguirá perdiendo la carrera contra la inflación mes a mes, año a año. Esas fragilidades ya son importantes, pero mucho más cuando se complica el frente externo con los problemas de Europa y la devaluación en Brasil".
Según esta percepción, la economía argentina tendrá en los próximos años un desempeño muy mediocre. El Gobierno se habría gastado todo el crédito en el 2011, acelerando al máximo, por motivos electorales, o por errores técnicos, una maquinaria que no daba para tanto. Y ya es tarde para corregir el rumbo sin costos altos. El capital adoptará una postura conservadora. Habrá presiones devaluatorias serias. El Gobierno se negará a aplicarlas lo más posible. Y así.
Desde el oficialismo se responde que todo este análisis está cargado de expresión de deseos y de dogmas provenientes de la ortodoxia económica. Problemas siempre hay en un proceso económico –de orden externo o interno– y este gobierno tiene recursos, solvencia y experiencia para soportarlos hasta que el contexto permita recobrar la senda del crecimiento. La crítica al camino recorrido se asienta en prejuicios antipopulares que no reconocen los beneficios sociales del estímulo que recibió el país en estos años. Los controles son una forma de atenuar la crisis que viene del exterior. Generan ruido cuando se implementan y luego la sociedad se adapta y vuelve a producir de otra manera. Tarde o temprano, el estímulo al consumo generará la inversión privada que se necesita para seguir creciendo. Los problemas no son tan graves y está claro que hay un gobierno con capacidad para enfrentarlos, aun cuando nos tengamos que olvidar de las tasas chinas y crezcamos varios años al 3 o 4 por ciento.
Hay que decir que en este debate el oficialismo tiene varios elementos a su favor, ya que ha habido muchos referentes económicos que anunciaron, desde el 2003, la progresiva aparición de escenarios muy negativos que no se produjeron. Y aun en el peor año de la serie, el 2009, muy pocos de los economistas distanciados de la gestión oficial pronosticaban un rebote de la magnitud que se produjo. A esos observadores, Axel Kicillof los llamó "papagayos" en su célebre discurso en el Congreso, al defender la estatización de YPF.
De todos modos, los críticos en los últimos tiempos han tenido un par de reivindicaciones. Son ellos, y no los economistas que defienden al oficialismo, los que venían anticipando los serios problemas energéticos y las crecientes restricciones externas como producto del desacople entre los precios (la inflación) y el dólar, así como un desaceleramiento tan drástico como el que ha empezado a producirse. Los papagayos, que venían de capa caída, han tenido un par de revanchas últimamente. Una mala gestión de los problemas actuales contribuirá no sólo a desprestigiar el modelo sino a promover las ideas económicas que, hasta hace poco, estaban descartadas: de tal magnitud es lo que está en juego.
De más esta decir que de estas batallas seguramente surgirán escenarios políticos diferentes. El oficialismo tiene una desventaja ya que la desaceleración se produce en tiempos en los que necesita, si quisiera forzar una reforma constitucional, una sucesión de triunfos electorales arrolladores. En el mundillo político, todo el mundo está mirando con atención esta combinación entre política y economía en tiempos tan raros.
Y alguna gente está muy nerviosa. Entre ellas, Beatriz Paglieri, la segunda de Guillermo Moreno, quien mantuvo el miércoles un inédito enfrentamiento con Eduardo Anguita, periodista de Radio Nacional y de Miradas al Sur, quien le preguntó por la fuga de capitales.
–¡No hay fuga de capitales! –advirtió Paglieri–. Es un error decir eso. ¡Yo no puedo permitir que diga eso!
–¡Pero hay fuga de dólares, Beatriz, cómo que no!, ¡hay fuga de dólares! –contestó el periodista.
–Anguita, estás hablando desde el desconocimiento...
–No, no, no me desautorice Beatriz, porque no me parece que una conversación entre un periodista con muchos años de ejercicio y una funcionaria sea la de no escucharnos... Yo no hablo solamente de lo que leo en Clarín y en La Nación, estoy hablando en base a cifras sobre fuga de capitales de autores que no son enemigos de este gobierno. Ser periodista no significa ser iletrado.
–Pero tampoco significa que uno transmita información que le hace daño al país, porque no hay fuga de capitales en el país y si lo hubiera sería un hecho grave –respondió Paglieri.
Como bien se lee en la información oficial del Banco Central, hay fuga de capitales.
Y, sí: como dice Paglieri, es un hecho grave.
Todo ese paquete –al que se le podrían agregar muchos más datos– presenta un cuadro muy complejo. Como es obvio, la pregunta clave no es si hay problemas o no –es obvio que los hay– sino cuál es su magnitud, cuál es su duración y si el Gobierno está gestionando bien ante las dificultades. De ninguna manera esta nota pretende responder esas preguntas, ya que el autor anda a tientas en el área. Pero sí señalar que en los próximos dos años quizá se salde un debate importante sobre lo que ocurrió en la Argentina desde el 2007.
Una fuerte corriente de economistas –y no sólo neoliberales, algunos también ex simpatizantes kirchneristas o incluso miembros del Gobierno– sostiene algo así como que el Gobierno ya estrelló la economía y lo que estamos viendo es cómo entra el agua lenta pero inevitablemente por el pequeño boquete condenado a crecer cada vez más.
Digamos que el razonamiento se expresa así:
"El Gobierno negó durante años la inflación. Mientras los precios crecían a un ritmo mucho mayor que el dólar, miró para otro lado. No sólo eso. Preocupado por ganar las elecciones por amplio margen, gastó mucho dinero en estimular el consumo, lo que aumentó la tasa inflacionaria. Esa situación, combinada con un dólar casi fijo, consumió gran parte de las ventajas competitivas provocadas por la bruta devaluación del 2002. A eso se le agrega una política de precios en energía y servicios públicos que obligó a multiplicar subsidios y, por lo tanto, generó problemas en las cuentas públicas, por diversas vías. Y de repente, se exporta menos, hay fuga de capitales, se produce menos. Y el Gobierno intenta tapar el sol con las manos imponiendo trabas que aumentan el mal humor y la percepción de que todo va mal y por ende la fuga hacia la moneda extranjera. Toda esta situación, proyectada en el tiempo, es peor porque la dinámica, ya lanzada, permite percibir que el dólar seguirá perdiendo la carrera contra la inflación mes a mes, año a año. Esas fragilidades ya son importantes, pero mucho más cuando se complica el frente externo con los problemas de Europa y la devaluación en Brasil".
Según esta percepción, la economía argentina tendrá en los próximos años un desempeño muy mediocre. El Gobierno se habría gastado todo el crédito en el 2011, acelerando al máximo, por motivos electorales, o por errores técnicos, una maquinaria que no daba para tanto. Y ya es tarde para corregir el rumbo sin costos altos. El capital adoptará una postura conservadora. Habrá presiones devaluatorias serias. El Gobierno se negará a aplicarlas lo más posible. Y así.
Desde el oficialismo se responde que todo este análisis está cargado de expresión de deseos y de dogmas provenientes de la ortodoxia económica. Problemas siempre hay en un proceso económico –de orden externo o interno– y este gobierno tiene recursos, solvencia y experiencia para soportarlos hasta que el contexto permita recobrar la senda del crecimiento. La crítica al camino recorrido se asienta en prejuicios antipopulares que no reconocen los beneficios sociales del estímulo que recibió el país en estos años. Los controles son una forma de atenuar la crisis que viene del exterior. Generan ruido cuando se implementan y luego la sociedad se adapta y vuelve a producir de otra manera. Tarde o temprano, el estímulo al consumo generará la inversión privada que se necesita para seguir creciendo. Los problemas no son tan graves y está claro que hay un gobierno con capacidad para enfrentarlos, aun cuando nos tengamos que olvidar de las tasas chinas y crezcamos varios años al 3 o 4 por ciento.
Hay que decir que en este debate el oficialismo tiene varios elementos a su favor, ya que ha habido muchos referentes económicos que anunciaron, desde el 2003, la progresiva aparición de escenarios muy negativos que no se produjeron. Y aun en el peor año de la serie, el 2009, muy pocos de los economistas distanciados de la gestión oficial pronosticaban un rebote de la magnitud que se produjo. A esos observadores, Axel Kicillof los llamó "papagayos" en su célebre discurso en el Congreso, al defender la estatización de YPF.
De todos modos, los críticos en los últimos tiempos han tenido un par de reivindicaciones. Son ellos, y no los economistas que defienden al oficialismo, los que venían anticipando los serios problemas energéticos y las crecientes restricciones externas como producto del desacople entre los precios (la inflación) y el dólar, así como un desaceleramiento tan drástico como el que ha empezado a producirse. Los papagayos, que venían de capa caída, han tenido un par de revanchas últimamente. Una mala gestión de los problemas actuales contribuirá no sólo a desprestigiar el modelo sino a promover las ideas económicas que, hasta hace poco, estaban descartadas: de tal magnitud es lo que está en juego.
De más esta decir que de estas batallas seguramente surgirán escenarios políticos diferentes. El oficialismo tiene una desventaja ya que la desaceleración se produce en tiempos en los que necesita, si quisiera forzar una reforma constitucional, una sucesión de triunfos electorales arrolladores. En el mundillo político, todo el mundo está mirando con atención esta combinación entre política y economía en tiempos tan raros.
Y alguna gente está muy nerviosa. Entre ellas, Beatriz Paglieri, la segunda de Guillermo Moreno, quien mantuvo el miércoles un inédito enfrentamiento con Eduardo Anguita, periodista de Radio Nacional y de Miradas al Sur, quien le preguntó por la fuga de capitales.
–¡No hay fuga de capitales! –advirtió Paglieri–. Es un error decir eso. ¡Yo no puedo permitir que diga eso!
–¡Pero hay fuga de dólares, Beatriz, cómo que no!, ¡hay fuga de dólares! –contestó el periodista.
–Anguita, estás hablando desde el desconocimiento...
–No, no, no me desautorice Beatriz, porque no me parece que una conversación entre un periodista con muchos años de ejercicio y una funcionaria sea la de no escucharnos... Yo no hablo solamente de lo que leo en Clarín y en La Nación, estoy hablando en base a cifras sobre fuga de capitales de autores que no son enemigos de este gobierno. Ser periodista no significa ser iletrado.
–Pero tampoco significa que uno transmita información que le hace daño al país, porque no hay fuga de capitales en el país y si lo hubiera sería un hecho grave –respondió Paglieri.
Como bien se lee en la información oficial del Banco Central, hay fuga de capitales.
Y, sí: como dice Paglieri, es un hecho grave.