Otros tiempos
*Por Miguel Ángel Rouco. La economía también tiene sus síntomas. Una suba de la recaudación impositiva da cuenta de una mejora en la actividad económica, por ejemplo. O bien un incremento del consumo muestra que el poder de compra del salario mejoró. Y así con otros síntomas.
Pero, ¿qué evidencia la economía cuando los síntomas son: un aumento de la inflación, un incremento de la fuga de capitales, presiones cambiarias, salariales y sociales? Si la economía funcionara en tan buena forma como lo expresa el gobierno en su campaña proselitista, ¿por qué razón existen estos síntomas económicos?
La discusión de fondo y el callejón en el que se metió el gobierno se llaman mejora de la competitividad de la economía. Después de años de despilfarrar capital, la gran encrucijada que se le plantea a la Casa Rosada pasa por cómo lograr mejorar la competitividad sin caída del salario real –léase devaluación– y sin resignar recursos.
Los mercados se anticipan y hasta la gente no experta también. Ésta apuesta contra el peso porque ve en la actitud del gobierno una intención de esperar a que pasen las elecciones para tomar medidas tendientes a restablecer la competitividad.
La discusión presupuestaria sobre qué hacer con los casi 10.000 millones de dólares de excedentes de ingresos calculados para el 2012 esconde la raíz del problema.
Si bien es cierto que el apetito oficial por utilizar políticamente esos recursos resulta evidente, no es menos cierto que ese destino implica aumentar el gasto improductivo, lo cual agrava los problemas.
Si al gobierno le sobra dinero, está claro que es de los contribuyentes y debiera volver a ellos. Pero ilusiones al margen, si sobra dinero, el gobierno debiera disminuir la presión tributaria para mejorar la competitividad de la economía en su conjunto porque, de lo contrario, se aumentará la presión sobre el tipo de cambio, haciendo estallar nuevamente la economía, tal como ocurrió en tantas otras oportunidades. Bajar impuestos no implica perder recursos, porque una caída de la presión fiscal se transformará automáticamente en mayor capacidad de consumo, más demanda agregada y mayor recaudación. La presión fiscal de la administración Kirchner es la más alta de la historia y se asemeja a un típico torniquete de la pura alquimia ortodoxa.
Al no tener margen para corregir la paridad nominal cambiaria y licuar los costos internos –se acelerarían la inflación, la tensión sobre el dólar y la fuga de capitales–, la única herramienta al alcance del gobierno es trabajar sobre la reducción de impuestos. Atrás quedaron los tiempos del todo vale de la emergencia económica. Son los tiempos de aliviar la carga a los agentes económicos antes de que sea demasiado tarde. Es el gran desafío para los próximos inquilinos de la Casa Rosada.
El gobierno tiene que dar señales claras. La falta de ellas incrementa la propensión de los agentes económicos hacia la dolarización de sus tenencias, a pesar de que el gobierno utiliza préstamos del exterior para maquillar la caída de las reservas y con ello intentar dar señales de confianza y respaldo.
Esos préstamos provenientes del Banco Internacional de Ajustes de Basilea superaron largamente los 2.000 millones de dólares. Pero es un pasivo y genera intereses.
La inestabilidad del escenario internacional acelera la dolarización y el gobierno deberá enfrentar otra encrucijada, subir las tasas para frenar la dolarización y la fuga de divisas, con el costo de retener la economía, de manera de disminuir la presión sobre el tipo de cambio. Aunque éste no parece ser un camino elegido por el oficialismo.
En el 2011, la fuga de capitales ronda los 17.000 millones de dólares, ante la pasividad oficial.
Con una expansión monetaria del 40% anual y un gasto público que crece en igual proporción, la tentación de ir al dólar es muy grande.
En este contexto, la fuga de divisas obliga al Banco Central a absorber más pesos, lo que pone al país a salvo de mayor inflación.
Pero los dólares se acaban porque los ingresos por exportaciones tienen tendencia declinante. Las decisiones tienen ahora otra velocidad. La incógnita pasa por saber si las futuras autoridades tendrán la suficiente inteligencia para entender la complejidad del problema.
Es cierto que la crisis aceleró los tiempos, pero éstos son de decisiones inteligentes, para trabajar sobre los costos y mejorar la competitividad tanto en el sector público como en el privado.
Son tiempos donde no habrá ayuda financiera por muchos años ni para aliviar la carga para hacerla más llevadera ni tampoco para perder el esfuerzo.
Son otros tiempos...