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Otro Poncho exitoso

Si fuese cierto aquello de que "40 años son una edad terrible porque nos convierte en lo que somos", podría decirse, en relación con la Fiesta Nacional del Poncho, que no sólo tiene por delante un futuro consolidado, sino además, caracterizado por las bondades de todos los proyectos exitosos.

Si fuese cierto aquello de que "40 años son una edad terrible porque nos convierte en lo que somos", según sentencia del escritor francés Charles Pèguy, y que su observación pudiera ser verdadera no sólo para las personas, podría decirse, en relación con la Fiesta Nacional del Poncho, cuya cuadragésima primera edición culminó anoche, no sólo que tiene por delante un futuro consolidado, sino además, caracterizado por las bondades de todos los proyectos exitosos.

Una primera evaluación, que deja el señalamiento de detalles para el comentario más prolijo que podrá hacerse sólo después de un tiempo, deja a la vista suertes tan valiosas como la extraordinaria cantidad de su público que gozosamente vivió la fiesta en sus diez jornadas, el acompañamiento de un estado del tiempo más próximo al otoño que al "debido" invierno, la medida y calidad de lo que se mostró a los visitantes, tanto en lo que respecta a las artesanías de la provincia y de otros puntos del país y de la región latinoamericana, como al programa artístico vinculado con el canto y el baile, la rotunda confirmación del talento y la gracia de los niños catamarqueños que animaron esa sección no menos brillante de la Fiesta que es "el Ponchito", la presencia activa de representaciones del arte y la destreza manual de los pueblos originarios que mantienen viva las culturas precolombinas, la belleza de las jóvenes de la provincia destacada particularmente durante la clásica elección de la nueva Reina del Poncho y la exaltación de la gracia infantil a través de la también esperada consagración de la Reina del Ponchito.

Además, otra vez la exhibición de la producción agroindustrial y de la proverbial riqueza en materia de tejidos, repostería y licorería mostró la singularidad catamarqueña que en el pasado colocó a Catamarca entre las más sólidas economías del país.

Una vez más, la Fiesta del Poncho constituyó una buena experiencia catamarqueña. Quienes trabajaron para hacerla posible pueden sentirse satisfechos, por más que todavía pueda hacerse mucho en favor del brillo y provecho de un acontecimiento que cada año prueba que Catamarca está despierta y tiene savias más que suficientes para ser reconocida como prometedora parte de la nación.

El camino de la perfección siempre es más largo de lo que se supone. Y a esta Fiesta de todos pueden incorporársele novedades que garanticen la continuidad de su atractivo y hasta de su posibilidad misma.

Con respecto a esto último, bastaría señalar que el volumen -la calidad debería ser medida por los entendidos- de las artesanías que se han visto permite temer que las provenientes de fuera de la provincia terminen ocupando espacios más grandes que los que cubren las de los artesanos locales, lo que podría estar indicando una retracción de esta actividad en la provincia.
El fenómeno parece estar advirtiendo sobre la necesidad de que la formación de artesanos y de artistas de todos los géneros que aseguren planteles permanentes, y cada vez más creativos, sea motivo de una fuerte preocupación estatal y privada. Sería lamentable que la inevitable extinción de estos artistas o su desplazamiento por los que llegan desde otros puntos, tal vez con una oferta cualitativamente superior, constituya, a la postre, más un motivo de depresión que de sano orgullo provinciano.

La Fiesta Nacional del Poncho, su cuadragésimo primera edición, concluyó anoche exitosamente.