Otra vez el torniquete
Por Daniel Muchnik. El autoabastecimiento de papel, libre de cualquier atadura económica y de cualquier capricho o decisión oficial fue una de las tantas banderas esgrimidas política y económicamente desde mediados del siglo veinte.
No fue, como algunos creen, patrimonio del pensamiento del movimiento desarrollista, de la misma manera, o con el mismo apremio con el que fue planteado el autoabastecimiento petrolero por ejemplo o la autarquía en la producción del acero. En ese sentido, cuando en la década del 60, el editor César Civita propuso la creación de una fábrica de Papel Prensa, encontró respaldo empresarial y oficial, aunque luego se erigió en terreno de disputas feroces entre distintos sectores que apetecían su propiedad, con lo que el pionero sufrió innumerables presiones, donde participaron algunos jefes militares, el ministro de Economía José Ber Gelbard y su delfín más apreciado y beneficiado: David Graiver. Bien se sabe, el proyecto de Papel Prensa tuvo el destino de oficiar de una de las joyas más preciadas entre un montón de negocios no tan santos y obscuros de Graiver, negocios soterrados cuyas claves Graiver, operador financiero de los Montoneros, se los llevó a la tumba.
La propuesta de Papel Prensa nacional no fue, entonces, la respuesta a una veleidad personal. Era, esencialmente una empresa, debía ser lógicamente rentable por ende pero por sobre todas las cosas serviría para alejar fantasmas del pasado. El peronismo en el poder tuvo, con su líder sentado en la Casa Rosada entre 1946 y 1955 una estrategia de feroz enfrentamiento con la prensa opositora. La arrinconó, la vapuleó, la cercenó, hizo con ella lo que quiso y obtuvo ciertos silencios entregando a los medios que quedaron cupos especiales de papel importado para que pudieran circular. Como recuerda Hugo Gambini en su vasta y prolija "Historia del Peronismo", en 1946, de los seis matutinos sólo dos (Democracia y El Laborista) habían apoyado al "Líder de los Descamisados". Así, La Prensa, La Nación, El Mundo y Clarín (recién surgido) y los vespertinos La Razón. Crítica y Noticias Gráficas se embarcaron en una inocultable propaganda a favor de Tamborini-Mosca, la fórmula de la Unión Democrática que finalmente fue ampliamente derrotada.
Toda esa realidad fue modificada de raíz. Al concluir los primeros seis años de administración de gobierno, el peronismo dominaba una poderosa organización periodística, que le adjudicaba el monopolio total de la información que circulaba en el país. Una de las formas preferidas por el poder político para manipular a la prensa no partidaria era restringir sus cuotas de papel importado, tonelada a tonelada, día a día.
Teniendo como verdad que la relación de los distintos gobiernos con la prensa nunca ha sido fácil, la puesta en marcha de Papel Prensa, con una participación accionaria del Estado, en 1976, generó un alivio frente a un país hipocondríaco en cuanto a decisiones provenientes de la Casa Rosada. Por disidencias editoriales Clarín ya había padecido la intervención estatal. En el tercer gobierno peronista, en 1973, el ministro Gelbard, la Confederación General Económica y la CGT lanzaron un brutal boicot contra el diario que derivó con un representante del Gobierno tratando de manejar la Redacción.
A lo largo del tiempo desde comienzos de los años ochenta, Papel Prensa recibió muchas críticas, en especial vinculadas al precio del insumo que entregaba, en donde algunos medios se consideraron marginados, acusaciones que fueron disminuyendo con el tiempo Pero en estos días la arremetida es distinta. El gobierno de Cristina Fernández se propone radiar sí o sí, cualquiera fuera la circunstancia, a los diarios accionistas (La Nación y Clarín) de su legal pertenencia basándose en acusaciones temibles que no han podido ser probadas. El gobierno no dispone de pruebas valederas que fundamenten que La Nación y Clarín, casualmente diarios críticos de la gestión oficial, obtuvieron la propiedad de Papel Prensa bajo tortura de quienes eran los titulares originales (la familia Graiver).
La pregunta que sí tiene respuesta gira alrededor de este Gobierno que desea expulsar sin contemplaciones a los propietarios genuinos, con distintas metodologías, entre ellas acrecentando desmesuradamente las acciones del Estado en esa compañía. Los pasos están teñidos de abuso de poder y de venganza. Y sería la culminación de una campaña que lleva ya varios años, desde antes de la pelea con el campo, donde se desprestigió a los periodistas que trabajan en esos medios, y se dijo lo que quiso en una larga cadena de infundios de sus directivos. En los hechos la maniobra del Gobierno es peligrosa en muchos sentidos. Limita la libertad de expresión, cercena la voz de los que se oponen y objeta principios elementales de la vida democrática.
Está de moda "pegarle" a Clarín y a La Nación. Se mezcla resentimiento, pero también viejas envidias, cuentas a cobrar, rencillas personales, odios irracionales.
La propuesta de Papel Prensa nacional no fue, entonces, la respuesta a una veleidad personal. Era, esencialmente una empresa, debía ser lógicamente rentable por ende pero por sobre todas las cosas serviría para alejar fantasmas del pasado. El peronismo en el poder tuvo, con su líder sentado en la Casa Rosada entre 1946 y 1955 una estrategia de feroz enfrentamiento con la prensa opositora. La arrinconó, la vapuleó, la cercenó, hizo con ella lo que quiso y obtuvo ciertos silencios entregando a los medios que quedaron cupos especiales de papel importado para que pudieran circular. Como recuerda Hugo Gambini en su vasta y prolija "Historia del Peronismo", en 1946, de los seis matutinos sólo dos (Democracia y El Laborista) habían apoyado al "Líder de los Descamisados". Así, La Prensa, La Nación, El Mundo y Clarín (recién surgido) y los vespertinos La Razón. Crítica y Noticias Gráficas se embarcaron en una inocultable propaganda a favor de Tamborini-Mosca, la fórmula de la Unión Democrática que finalmente fue ampliamente derrotada.
Toda esa realidad fue modificada de raíz. Al concluir los primeros seis años de administración de gobierno, el peronismo dominaba una poderosa organización periodística, que le adjudicaba el monopolio total de la información que circulaba en el país. Una de las formas preferidas por el poder político para manipular a la prensa no partidaria era restringir sus cuotas de papel importado, tonelada a tonelada, día a día.
Teniendo como verdad que la relación de los distintos gobiernos con la prensa nunca ha sido fácil, la puesta en marcha de Papel Prensa, con una participación accionaria del Estado, en 1976, generó un alivio frente a un país hipocondríaco en cuanto a decisiones provenientes de la Casa Rosada. Por disidencias editoriales Clarín ya había padecido la intervención estatal. En el tercer gobierno peronista, en 1973, el ministro Gelbard, la Confederación General Económica y la CGT lanzaron un brutal boicot contra el diario que derivó con un representante del Gobierno tratando de manejar la Redacción.
A lo largo del tiempo desde comienzos de los años ochenta, Papel Prensa recibió muchas críticas, en especial vinculadas al precio del insumo que entregaba, en donde algunos medios se consideraron marginados, acusaciones que fueron disminuyendo con el tiempo Pero en estos días la arremetida es distinta. El gobierno de Cristina Fernández se propone radiar sí o sí, cualquiera fuera la circunstancia, a los diarios accionistas (La Nación y Clarín) de su legal pertenencia basándose en acusaciones temibles que no han podido ser probadas. El gobierno no dispone de pruebas valederas que fundamenten que La Nación y Clarín, casualmente diarios críticos de la gestión oficial, obtuvieron la propiedad de Papel Prensa bajo tortura de quienes eran los titulares originales (la familia Graiver).
La pregunta que sí tiene respuesta gira alrededor de este Gobierno que desea expulsar sin contemplaciones a los propietarios genuinos, con distintas metodologías, entre ellas acrecentando desmesuradamente las acciones del Estado en esa compañía. Los pasos están teñidos de abuso de poder y de venganza. Y sería la culminación de una campaña que lleva ya varios años, desde antes de la pelea con el campo, donde se desprestigió a los periodistas que trabajan en esos medios, y se dijo lo que quiso en una larga cadena de infundios de sus directivos. En los hechos la maniobra del Gobierno es peligrosa en muchos sentidos. Limita la libertad de expresión, cercena la voz de los que se oponen y objeta principios elementales de la vida democrática.
Está de moda "pegarle" a Clarín y a La Nación. Se mezcla resentimiento, pero también viejas envidias, cuentas a cobrar, rencillas personales, odios irracionales.