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Oriente Medio: el sentido común es ya inevitable

Por Marcelo Cantelmi* Más allá de los obstáculos en la ONU, la demanda de los palestinos por ser reconocidos como Estado está respaldada por las condiciones globales que hacen posible ese reclamo.

El último round en la ONU por la crisis crónica de Oriente Medio resume, aun desde antes del debate diplomático, el golpe más duro que sufrió en años la estrategia israelí hacia la cuestión palestina . No importa en esta conclusión el discurso titubeante de Barack Obama en el que fulminó todos sus planteos anteriores a favor de una solución madura a esta crisis que se aprieta en el cuello de la humanidad. El simple e inquietante hecho del esfuerzo para patear hacia adelante sin una idea clara la instancia a la que llegó el conflicto confirma el derrape de la estrategia de Tel Aviv y Washington.

Pero conviene eludir los análisis facilistas. Los palestinos sostienen que es la primera vez que acorralan a Israel sin la pérdida de una gota de sangre. En Ramallah este cronista escuchó a dirigentes cercanos al presidente Mahmoud Abbas reivindicar que la cuestión palestina creciera como una bandera global junto con la noción cada vez más escuchada sobre que en Israel se ejerce una suerte de apartheid al estilo de la Sudáfrica blanca que asuela a los palestinos y árabes en general. Los dirigentes se referían al bloqueo de la "largamente postergada aspiración" de este pueblo "por tener un Estado propio en las fronteras de 1967", según la descripción que el propio Obama planteó en la ONU hace un año y repitió luego cuando promocionó unas negociaciones que encallaron en el callejón de la expansión incesante de los asentamientos israelíes en Cisjordania.

Lo cierto es que la instalación del tema a partir de la iniciativa de Abbas de reclamar a la ONU que se reconozca a su pueblo como el Estado 194 de la organización es menos mérito del Ejecutivo de Ramallah que de las condiciones mundiales que hoy hacen posible ese reclamo. No es que se esperara que sucediera. El veto asegurado de Washington lo impediría. Pero esa puerta se abrió mucho más esta vez aireando el espacio jurídico de los palestinos para que se consideren como territorios ocupados los que ahora se describen como "en disputa" y avanzar en la posibilidad de denunciar al gobierno israelí ante el Tribunal de Justicia Internacional.

Aquel cambio en las condiciones mundiales es lo que no leen o leen mal EE.UU. e Israel . La Primavera Árabe con su impronta republicana le brinda ahora un continente de mayor valor institucional a la demanda palestina. La debilidad de Europa encerrada en su crisis económica, la misma enfermedad que aplacó el poder de EE.UU., impulsa los nuevos términos de esta discusión. En esa línea se debió entender que Turquía reduciría su interés por ingresar a la Unión Europea abrumada y optaría por desarrollarse como una potencia regional aislando a Israel. Tel Aviv, en lugar de advertir la nueva realidad y buscar espacios de negociación, provocó a Ankara al negarse a una disculpa consistente por la muerte de nueve turcos en el ataque en aguas internacionales a la flotilla que se dirigía hace un año para denunciar el bloqueo de la franja palestina de Gaza.

La misma miopía impidió comprender el calado de los cambios que experimenta el Norte de África y sufrió su principal aliado regional, Egipto , que se encamina a ser una democracia en la cual la cuestión palestina ocupa un lugar muy diferente al que se pactaba con la dictadura de Hosni Mubarak. El nuevo régimen de El Cairo, que describe en términos de "vergüenza" el bloqueo a Gaza, también enfrió sus relaciones con Tel Aviv por la confusa muerte de varios policías egipcios a manos supuestamente de las fuerzas de seguridad israelíes tras un ataque extremista en la ciudad fronteriza de Rafah. Las disculpas fueron ahí formales y los egipcios, que en ningún momento de su revolución atacaron a Israel, esta vez enfurecieron.

Es que es esa forma de brazo armado sosteniendo las políticas lo que se está desbaratando y es por ello, para evitar un mal mayor, que se requiere un genuino Estado palestino que acabe con esta contradicción explosiva.

Esa visión de puro sentido común es, posiblemente, la que llevó al presidente de Israel, el laborista Shimon Peres, a bajarse a último minuto de la delegación de su país en la ONU encabezada por el premier liberal Benjamin Netanyahu, reactivo a entender la realidad en otros términos que los de siempre.

La demanda palestina por un Estado propio no es nueva.

La idea de llegar a la ONU existía antes como ahora, pero EE.UU. la convertía en un tabú.
Washington, principal aliado de Israel, nunca se apartó de la letra – aun con Bill Clinton y su promocionado esfuerzo de Camp David- que hace un siglo recomendaba el republicano Teddy Roosevelt: "Habla con suavidad y lleva un buen garrote; llegarás lejos". Pero esa estrategia que modeló el poder occidental en Oriente Medio se hundió en el pantano de los desaguisados económicos que legó el experimento neocon de George W. Bush.

El ex embajador de aquel gobierno en la ONU, John Bolton, recordaba hace poco justamente que cancilleres republicanos como James Baker advertían en su momento que cualquier oficina de la ONU que aceptara la demanda palestina perdería en ese instante el financiamiento de EE.UU. "Obama no hizo nada semejante. Si uno quiere ser tomado en serio hay que actuar en serio", proclamó Bolton, una voz imperial que por aquellas circunstancias de la crisis económica, ahora suena afónica.

Cuando Obama planteó lo que ahora proponen los palestinos, un Estado con las fronteras previas a la guerra del 67 y Jerusalén Este para ese pueblo, reaccionaba no con gusto sino con inevitable realismo. Pero Netanyahu lo fulminó con un discurso en mayo pasado en el Congreso en Washington. Montado en la interna política norteamericana, el israelí fue ovacionado como un par por una oposición republicana oportunista y girada a posiciones ultranacionalistas como reacción a la crisis económica que acorrala a Obama y que es la que, paradójicamente, hace que EE.UU. pueda hoy menos que antes.

Aquel discurso cruzó también la demanda de la Casa Blanca para que Israel congele los asentamientos en Jerusalén Este y Cisjordania. Esa ofensiva de toma de tierras que ya con medio millón de colonos amenaza convertir en abstracto el sitio donde debería crearse la nación palestina, es lo que pulverizó las negociaciones entre los dos bandos que ahora tardíamente EE.UU. e Israel enarbolan como la solución de la que todo debería esperarse.
Lo que en este camino de ciegos tampoco se ve es que una victoria de Abbas en la ONU dejaría en la intemperie y debilitados a los halcones palestinos de Hamas , entre otros, acosados ya por su propia Primavera Árabe y atrincherados en negar la existencia del Estado de Israel.

Un absurdo, equivalente al de los ultras del otro lado , fanatizados en dinamitar la existencia imprescindible del Estado Palestino y que se han ganado hace tiempo ellos también el destino político de la intemperie.