Oriente Medio: ¿avances o fugas hacia adelante?
Por Marcelo Cantelmi* En los territorios palestinos crece el mismo espíritu de activismo rebelde que conmueve a todo el mundo árabe. Las dirigencias israelí y palestina lo viven con suma aprehensión.
Los remezones de la rebelión árabe se meten por la claraboya de Israel. El flamante acuerdo palestino que pretende reconciliar aún electoralmente al grupo ultraislámico Hamas con el laico partido Al Fatah es una movida con multitud de máscaras y destinos que, en honor a la cautela, debería inhibir tentaciones oportunistas . Uno de los orígenes de esta movida, y no precisamente el menor a tener en cuenta, es la tensión que la propia calle palestina ha venido imponiendo a sus líderes, en ambos bandos de los territorios y a tono con los ímpetus republicanos que se verifican en toda la región.
Esa experiencia de cambio radical en la constelación árabe ha venido a confirmar que los vectores de Oriente Medio no van hoy ni por el fundamentalismo ultraislámico ni por la guerra.
En todo ese collar de países, hay masas, en muchos casos martirizadas, que unen sus puntos de vista e ignoran lo que en Occidente se ha leído como escollos por las diferencias promocionadas dentro del Islam, para avanzar en cuestiones prácticas de mejor calidad de vida . Es básicamente un movimiento social y luego democrático. En el caso palestino la demanda de unidad que nace de abajo hacia arriba se alimenta de la noción de que eso ahora es posible precisamente por aquellos antecedentes que han derrumbado el miedo en casi toda la región.
Es algo mucho más complejo de lo que parece. Hace un puñado de meses, cuando comenzó la rebelión en esa periferia mundial, una alianza de grupos juveniles llamada Coalición 15 de Marzo, comenzó a ganar espacio callejero para revisar, en la misma clave de Egipto, Túnez o Libia el tipo de participación de la gente en el sistema de decisión.
Hubo detenidos y represión por parte del poder especialmente en Gaza pero también en los territorios gobernados por Ramallah.
La demanda de mayor participación fue leída como una insubordinación y una amenaza con las mismas tonalidades de la agonía que padecen las autocracias regionales que cayeron o están siendo desafiadas por sus pueblos. Fue después de eso que nació la consigna de unidad, más difícil de ser combatida pero que escondía claramente aquellos otros objetivos.
Como parte de sus propias calamidades, la división del campo palestino ha sido uno de los condimentos centrales de la pesadilla que atrapa a esa región , considerada la peor tragedia de la humanidad por la inestabilidad global que emite. Israel se benefició y estimuló esa interna que llegó a niveles de ferocidad y casi de guerra civil después del triunfo electoral de Hamas en enero de 2006. Ese partido ultraislámico, sunnita pero vinculado a Irán, y de estilo autoritario que creció como alternativa por la reacción ciudadana a la histórica corrupción de la dirigencia tradicional palestina, ganó esos comicios al transformar en una victoria propia el retiro ("la desconexión") dispuesto en 2005 por el gobierno israelí, de los colonos israelíes que residían en Gaza .
El entonces premier Ariel Sharon llevó adelante, adrede, de modo unilateral, esa operación buscando un efecto político: al no elegir un camino acordado con la dirigencia tradicional de los territorios, la Autoridad Palestina se debilitó y Hamas enarboló el paso como un mérito propio de su campaña militar. Dado que el grupo es considerado terrorista en Israel y en el resto de Occidente, las elecciones fueron ignoradas, los legisladores votados, perseguidos y detenidos, y el ahogo económico se multiplicó en ese páramo de pobreza en la idea falsa de que eso llevaría a una ruptura de la población con sus dirigentes.
Lo que se rompió, en verdad, fueron los territorios. En la Cisjordania más laica se impuso una conducción no votada pero que se esmeró en legitimarse, redujo la corrupción y logró notables índices de crecimiento, y en el otro lado, el grupo ultra se hizo dueño de la Franja después de una intentona imposible de sus adversarios para convocar a nuevas elecciones que garantizaran otro ganador. La crisis extendía el drama de ese pueblo: sin haber logrado los palestinos su derecho a un Estado, condición que se les debe desde la partición en 1948, estaban ya partidos en bandos irreconciliables . La división, como se sabe, es una condición que fragmenta aún más que en dos los poderes negociadores.
Esa es una de las máscaras que dibuja este proceso. Hoy incluso Israel puede enarbolar que una unidad entre los ultra de Hamas y los moderados de la Autoridad Palestina, implica menos el nacimiento de una via negociadora hacia un acuerdo de paz definitivo, que la expansión del terrorismo desde Gaza al resto de los territorios . El grupo ultraislámico se asocia previsiblemente con los halcones del otro lado y contribuye a esa construcción sosteniendo que el convenio debería excluir la cooperación de seguridad entre los palestinos de Cisjordania y las fuerzas israelíes y que definitivamente no contemplará el reconocimiento de ese país. Todo el menú imperativo necesario para que el gobierno del premier Benjamin Netanyahu encuentre, aunque proteste para los micrófonos, otro atajo para evitar cualquier negociación y esmerile el cuestionamiento internacional que le ha ganado el extremismo de sus políticas colonizadoras de los territorios y el desvío racista antiárabe que alguno de sus socios políticos enarbolan, entre ellos el canciller Avigdor Lieberman o los dirigentes del partido ultraortodoxo Shas.
Un dato no menor en este panorama es que la conducción de Hamas se asienta tanto en Gaza como en Siria, Ismail Haniya en un lado y Haled Mashal en el otro. La rebelión que está colocando contra la pared al régimen de Damasco, un aliado central de Irán, resuena mucho más allá de esas fronteras como una realidad cada vez más difícil de evitar y falsificar.
Esa protesta cubre tanto a países aliados de EE.UU. como a aquellos que visualizan a Occidente como el enemigo. En ambos casos, la elocuencia de las demandas republicanas explica los intentos para anticiparse a ellas pero también la futilidad de ese esfuerzo sino incluye cambios realmente radicales.
Hamas puede estar intentando escapar de esa ratonera con este pacto, pero la cuestión debería ser precisar qué sucede con la gente de a pie . Los palestinos han mostrado habilidad para aprovechar el desconcierto de su dirigencia y advertir la descomposición de un sistema del que se van alejando. Resumir la presión hacia la unidad en un simple gesto de fraternidad es una simplificación tan grave como construir un mero cambio gatopardista.
Las condiciones que propone Hamas para la unidad, vienen de un agenda que la realidad ha hecho añicos . La paz que plantea la calle parece ir en una dimensión más madura. Hay mucho camino por andar, pero en los territorios esta apareciendo el mismo espíritu que muta todo el universo árabe, desintegrando supuestos de años. Es una vara que debería alcanzar a todos los jugadores. También a Israel, por supuesto.
Esa experiencia de cambio radical en la constelación árabe ha venido a confirmar que los vectores de Oriente Medio no van hoy ni por el fundamentalismo ultraislámico ni por la guerra.
En todo ese collar de países, hay masas, en muchos casos martirizadas, que unen sus puntos de vista e ignoran lo que en Occidente se ha leído como escollos por las diferencias promocionadas dentro del Islam, para avanzar en cuestiones prácticas de mejor calidad de vida . Es básicamente un movimiento social y luego democrático. En el caso palestino la demanda de unidad que nace de abajo hacia arriba se alimenta de la noción de que eso ahora es posible precisamente por aquellos antecedentes que han derrumbado el miedo en casi toda la región.
Es algo mucho más complejo de lo que parece. Hace un puñado de meses, cuando comenzó la rebelión en esa periferia mundial, una alianza de grupos juveniles llamada Coalición 15 de Marzo, comenzó a ganar espacio callejero para revisar, en la misma clave de Egipto, Túnez o Libia el tipo de participación de la gente en el sistema de decisión.
Hubo detenidos y represión por parte del poder especialmente en Gaza pero también en los territorios gobernados por Ramallah.
La demanda de mayor participación fue leída como una insubordinación y una amenaza con las mismas tonalidades de la agonía que padecen las autocracias regionales que cayeron o están siendo desafiadas por sus pueblos. Fue después de eso que nació la consigna de unidad, más difícil de ser combatida pero que escondía claramente aquellos otros objetivos.
Como parte de sus propias calamidades, la división del campo palestino ha sido uno de los condimentos centrales de la pesadilla que atrapa a esa región , considerada la peor tragedia de la humanidad por la inestabilidad global que emite. Israel se benefició y estimuló esa interna que llegó a niveles de ferocidad y casi de guerra civil después del triunfo electoral de Hamas en enero de 2006. Ese partido ultraislámico, sunnita pero vinculado a Irán, y de estilo autoritario que creció como alternativa por la reacción ciudadana a la histórica corrupción de la dirigencia tradicional palestina, ganó esos comicios al transformar en una victoria propia el retiro ("la desconexión") dispuesto en 2005 por el gobierno israelí, de los colonos israelíes que residían en Gaza .
El entonces premier Ariel Sharon llevó adelante, adrede, de modo unilateral, esa operación buscando un efecto político: al no elegir un camino acordado con la dirigencia tradicional de los territorios, la Autoridad Palestina se debilitó y Hamas enarboló el paso como un mérito propio de su campaña militar. Dado que el grupo es considerado terrorista en Israel y en el resto de Occidente, las elecciones fueron ignoradas, los legisladores votados, perseguidos y detenidos, y el ahogo económico se multiplicó en ese páramo de pobreza en la idea falsa de que eso llevaría a una ruptura de la población con sus dirigentes.
Lo que se rompió, en verdad, fueron los territorios. En la Cisjordania más laica se impuso una conducción no votada pero que se esmeró en legitimarse, redujo la corrupción y logró notables índices de crecimiento, y en el otro lado, el grupo ultra se hizo dueño de la Franja después de una intentona imposible de sus adversarios para convocar a nuevas elecciones que garantizaran otro ganador. La crisis extendía el drama de ese pueblo: sin haber logrado los palestinos su derecho a un Estado, condición que se les debe desde la partición en 1948, estaban ya partidos en bandos irreconciliables . La división, como se sabe, es una condición que fragmenta aún más que en dos los poderes negociadores.
Esa es una de las máscaras que dibuja este proceso. Hoy incluso Israel puede enarbolar que una unidad entre los ultra de Hamas y los moderados de la Autoridad Palestina, implica menos el nacimiento de una via negociadora hacia un acuerdo de paz definitivo, que la expansión del terrorismo desde Gaza al resto de los territorios . El grupo ultraislámico se asocia previsiblemente con los halcones del otro lado y contribuye a esa construcción sosteniendo que el convenio debería excluir la cooperación de seguridad entre los palestinos de Cisjordania y las fuerzas israelíes y que definitivamente no contemplará el reconocimiento de ese país. Todo el menú imperativo necesario para que el gobierno del premier Benjamin Netanyahu encuentre, aunque proteste para los micrófonos, otro atajo para evitar cualquier negociación y esmerile el cuestionamiento internacional que le ha ganado el extremismo de sus políticas colonizadoras de los territorios y el desvío racista antiárabe que alguno de sus socios políticos enarbolan, entre ellos el canciller Avigdor Lieberman o los dirigentes del partido ultraortodoxo Shas.
Un dato no menor en este panorama es que la conducción de Hamas se asienta tanto en Gaza como en Siria, Ismail Haniya en un lado y Haled Mashal en el otro. La rebelión que está colocando contra la pared al régimen de Damasco, un aliado central de Irán, resuena mucho más allá de esas fronteras como una realidad cada vez más difícil de evitar y falsificar.
Esa protesta cubre tanto a países aliados de EE.UU. como a aquellos que visualizan a Occidente como el enemigo. En ambos casos, la elocuencia de las demandas republicanas explica los intentos para anticiparse a ellas pero también la futilidad de ese esfuerzo sino incluye cambios realmente radicales.
Hamas puede estar intentando escapar de esa ratonera con este pacto, pero la cuestión debería ser precisar qué sucede con la gente de a pie . Los palestinos han mostrado habilidad para aprovechar el desconcierto de su dirigencia y advertir la descomposición de un sistema del que se van alejando. Resumir la presión hacia la unidad en un simple gesto de fraternidad es una simplificación tan grave como construir un mero cambio gatopardista.
Las condiciones que propone Hamas para la unidad, vienen de un agenda que la realidad ha hecho añicos . La paz que plantea la calle parece ir en una dimensión más madura. Hay mucho camino por andar, pero en los territorios esta apareciendo el mismo espíritu que muta todo el universo árabe, desintegrando supuestos de años. Es una vara que debería alcanzar a todos los jugadores. También a Israel, por supuesto.