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Oportunidad vs oportunismo

Por Gustavo Marangoni. Las economías de la región bailan al son del precio de sus principales exportaciones y estos vienen en descenso los últimos años.

El vecindario está alborotado. En los últimos dos meses Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y Colombia enfrentaron (y enfrentan todavía) crisis políticas de consideración. Gobernar se ha puesto más difícil. Expectativas insatisfechas, antagonismos marcados y una dinámica global que desde un tiempo atrás ha dejado de soplar a favor de nuestros países. Las economías de la región bailan al son del precio de sus principales exportaciones y estos vienen en descenso los últimos años.

No se trata de aplicar un reduccionismo económico y relegar la mejor o peor gestión que realizan las dirigencias de cada país. Pero no se entiende lo que sucede en América Latina sin ponerlo en la perspectiva de los movimientos del capitalismo global. De allí la importancia de la lectura de lo internacional para gobernar lo local. Interpretar los hechos más allá de las biografías de nuestros líderes resulta imperativo. Detrás del creciente stress entre Argentina y Brasil hay algo más que el histrionismo del presidente Bolsonaro.

El vecino más grande y poderoso se encuentra en un debate interno consecuencia en parte de la reprimarización de su economía. El desarrollo industrial como norte del establisment brasileño está en crisis y eso repercute en todo el subcontinente. La economía es global y la política es local. En el medio de ambas las sociedades sufren el stress de los cambios y manifiestan sus desilusiones y desencantos frente a quienes tienen más a manos: sus dirigentes. De allí la importancia para estos últimos de comprender el mundo adecuadamente y procurar fortalecer los regímenes políticos para que puedan funcionar como mallas de protección, verdaderos termostatos que nivelen las temperaturas para reducir la amplitud térmica y las pendulaciones de las euforias y depresiones, el calentamiento y el enfriamiento de la economía local por los movimientos externos. Ya la Biblia llamaba hace miles de años a guardar en las épocas de vacas gordas en previsión de los años flacos que siempre llegan.

No se trata de una tarea fácil. Pero resulta imprescindible para evitar pasar de auges de consumo a ajustes impiadosos o bien tener macroeconomías prolijas con sectores eternamente postergados de los beneficios.

El próximo 10 de diciembre un nuevo presidente comenzará su mandato en nuestro país. Su desafío será renegociar el peso de una deuda insoportable en el contexto de una estanflación interna y convulsiones de los vecinos. La ventaja es que las instituciones locales y los mecanismos de contención han funcionado hasta aquí razonablemente bien frente a tanta pesadumbre. Se reabre el crédito de la sociedad que quiere y necesita confiar en la posibilidad de recuperar en su vocabulario palabras postergadas como trabajo, producción y estabilidad  para ir dejando atrás, sin magia pero sin pausa, la devaluación permanente y sus secuelas de inflación y pobreza.

Nuestra experiencia y fracasos recientes y los pesares de nuestros vecinos debieran funcionar como antídoto para evitar recaer en experiencias gastadas o en seguir abusando de la grieta política y los parches económicos. La paciencia colectiva no es infinita. Es momento propicio para aprovechar la oportunidad que abre una nueva etapa y resistir la tentación de los oportunismos que tanto daño han hecho.

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