Octubre, un mes bajo sospecha
Por Hugo Caligaris* Estamos en octubre. Ayer fueron las elecciones y estoy leyendo el diario del lunes 24. Mis ojos se están desorbitando. Atención: se me ha caído la mandíbula.
¡Noventa y cinco por ciento, y un cinco dividido en mitades iguales entre los votos en blanco y los anulados! ¿Cómo, y los otros? No aparecen por ningún lado. Busco en el suplemento deportivo. En el de espectáculos. En las historias solidarias. En la Ultima Página. Nada. Ni una mención pequeña, ni un epígrafe. Bueno, sí, de pronto veo algo: un suelto de Alfonsín y otro de Duhalde en las sociales, una conferencia de Lilita en la agenda cultural y consejos de Binner para cebar el mate sin que se tape la bombilla entre las misceláneas. Un sudor frío me baja por la frente. Grito: "¡No puede ser, no puede ser!" Mi gata trata de levantarme el ánimo, pero en vez de "miau, miau" parece que dijera "Amado, Amado".
Me despierto. Corro a mirar el almanaque. La pesadilla terminó: todavía transcurre septiembre. Ha sido un sueño, nada más que eso. Ni siquiera empezó la primavera, y cuando por fin empiece faltará un mes entero antes de ir a votar. Me preparo una taza de leche caliente con vainillas, remedio infalible contra la taquicardia. Todavía las cosas pueden cambiar, exclamo con alivio. "¡Garré, Garré!", asiente el perro, que viene, agitando la cola, a consolarme. Pienso: qué extraño modo tiene este pichicho de decir "guau".
Todavía no por completo dueño de mi destino, enciendo la PC. Debo escribir esta columna, la segunda de las tres que me han sido encomendadas en reemplazo de su titular, que debe su popularidad y rotundo éxito a su profesión de fe kirchnerista. Es público y notorio que yo tengo una tara: he cometido el peor de los pecados, no soy oficialista. Quedamos pocos: en mi familia debo de ser el último. Tengo que andar con pies de plomo. "Di tu palabra y rómpete, pero eso sí, sin ofender a nadie y llevando hasta el límite tu respeto por la sensibilidad de los seguidores habituales de este espacio", me repito a mí mismo.
Vuelvo a pensar en mi pesadilla. Quizás haya sido una premonición, una advertencia del subconsciente. Como enseñó Freud, uno no sueña a la marchanta, porque sí nomás, sino en el contexto de un sistema de asociaciones, dándole forma a lo inanimado por medio de representaciones y de símbolos. Analizo. Me analizo: ¿qué hay en el centro de mis terrores nocturnos, qué me persigue, cuál es el nombre ominoso del monstruo que no me deja dormir en paz? Octubre, por supuesto. La hermenéutica ha dado resultado. La culpa la tiene octubre.
A ver, a ver, que quede claro. No digo que sea el único culpable. La pandilla mediática también hizo lo suyo. Somos lo que leemos, y a mí se me habían hecho carne antes de irme a dormir una serie de títulos aviesos de los últimos días: "Giro en la oposición. Facilitarán la discusión de leyes clave", "No trabarán el debate del presupuesto", "Ni la crisis global puede con la soja", "Gesto de acercamiento de Cristina Kirchner al campo", "Boom de autos. En agosto hubo récord de producción y ventas". El monopolio está cada vez más activo. Bajo la presión de una campaña tan intensa, mi cabeza al dormirse estaba, naturalmente, a punto de estallar. Pero ninguna de estas cosas hubiera debido desvelarme de no haber sido por la inminencia del fatídico mes de octubre.
No es ningún sinsentido. Con las disculpas correspondientes a todas las angelicales criaturas nacidas en octubre, debo decir que este mes no es cualquiera. Tengo de mi lado a la historia, la verdadera historia, para respaldar una modesta proposición que estoy dispuesto a hacer y que podrá parecer tal vez insólita pero que tiene, a pesar de todo, sus fundamentos.
Es cierto que ningún mes del año resiste un archivo, pero propongo un rápido repaso del prontuario de octubre: las pruebas en su contra son rotundas. El 2 de octubre de 1187, el sultán Saladino se instala en Jerusalén, y diez siglos después el escándalo sigue. El 12 de octubre de 1492, Colón llega a la isla americana de Guanahani, trayendo la viruela y otro sinnúmero de incomodidades. El 7 de octubre de 1900 nace el tremebundo Heinrich Himmler. El 25 de octubre juliano de 1917 Lenin y Trotsky desalojan al gobierno provisional de Kerensky y comienza en Rusia la balada triste de trompeta del comunismo. El 25 de octubre de 1936, Hitler y Mussolini firman su desdichado pacto de amistad. El 3 de octubre de 1942 los nazis lanzan sus primeros cohetes V2. El 1° de octubre de 1949, Mao Zedong proclama el nacimiento de la República Popular China. Y en la Argentina, sin ir más lejos, todavía festejamos el Día de la Lealtad, surgido a nuestra historia el 17 de octubre de 1945.
Mi propuesta es sencilla: anular o, al menos, suspender por un número determinado de fechas, como la cancha de River, el mes de octubre. El año tiene doce meses, ¿qué le haría uno menos? La medida conllevaría, esto es cierto, un pequeño problema para los registros civiles, pero ya le encontrarían la vuelta. Las elecciones se realizarían en noviembre, lejos del influjo de ese mes terrible. Y la paz volvería a reinar en todos los espíritus.