Obviedades molestas
*Por Alberto Rubio. Dos grandes cuestiones inquietan la escena económica internacional. Una, los riesgos y posibilidades de evitar una recesión de alcance global.
La otra, el modo decidido de retomar un sendero de crecimiento sostenido. La primera molesta obviedad es que la experiencia de las últimas recesiones mundiales (1981, 1998, 2001 y 2008) muestran con claridad cómo el deterioro de la actividad económica alcanza tanto a economías avanzadas como a emergentes. No es para sorprenderse. El entramado internacional de las relaciones económicas de producción es cada vez más apretado. Las inversiones extranjeras directas han fortalecido los vínculos productivos y de ese modo la interdependencia entre naciones. Todas dependen de todas, aunque no por las mismas razones.
Sólo los grandes espacios económicos, caracterizados por una significativa masa crítica de población (China, India, Estados Unidos, Unión Europea y Brasil), pueden pensar en que el nivel de sus consumos internos sostenga en parte su crecimiento ante un cuadro recesivo generalizado en el mundo. Pero es una ilusión furtiva.
La segunda obviedad incómoda es acerca de la recuperación genuina del crecimiento. La estructura del capitalismo mundial desde comienzos de los noventa se asemeja a una pirámide invertida: una cantidad creciente de capital (ficticio), derivada de una diversificada proliferación financiera, pretende sustentarse en una economía productiva, en proporción, limitada y escasa. Inmensa superestructura monetaria (sólo el mercado anual de transacciones entre monedas está en el orden de los u$s 1.095 billones) contra una limitada disponibilidad de bienes y servicios reales (u$s 74 billones es el producto mundial 2010): equivale a u$s 14,80 financieros por cada dólar real de bienes y servicios producidos. Como toda pirámide invertida, tal estructura es intrínsecamente inestable.
Los especuladores pueden no hacer daño cuando sólo son burbujas en una corriente firme de espíritu de empresa. Pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en burbuja dentro de una vorágine de especulación. Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que se realice mal.
Esto expresa Keynes en el Capítulo 12 (Previsiones a Largo Plazo) del Libro IV (El Incentivo para Invertir) de su Teoría General, que cumple 75 años de su primera edición. Parece irreverente adicionar comentarios a semejantes conceptos. Con una desproporción como la señalada es imposible que el crecimiento de la economía real pueda crear beneficios genuinos para satisfacer el nivel del sobredimensionamiento financiero.
En consecuencia las corporaciones están condenadas a depender cada día más de la trampa especulativa para mantener niveles adecuados en sus ganancias. En un estudio reciente Harry Shutt señala: una porción creciente del rendimiento total de las inversiones desde el inicio de los 80 ha resultado de ganancias financieras (la apreciación del valor de los títulos en el mercado) y no de ingresos genuinos (dividendos o intereses adicionales a las ganancias reinvertidas), con ganancias representando hasta un máximo de 75% del rendimiento total en los EE.UU. y la Gran Bretaña, lo cual se compara a un promedio de menos de 50% durante el período 1900-79. Esto evidentemente sugiere que el aumento del valor ha sido propulsado más por el aumento de fondos en el mercado y la especulación de una suba permanente de los precios que del ingreso verdadero producido por la rentabilidad de los títulos (The Trouble With Capitalism; Zed Books, 1998; p. 124).
He señalado dos de las nuevas exigencias aparejadas a las ventajas del capitalismo mundializado. Un sistema global altamente vinculado genera tentaciones aislacionistas cuando aparecen situaciones críticas. El desafío de la época es no volver a un pasado de supuestas economías cerradas autosuficientes. Se trata de indagar en conjunto cómo seguir avanzando en el contexto de las nuevas realidades asociativas. Recordar además que las finanzas fueron exitosas cuando estuvieron ligadas al crecimiento productivo, al que en general facilitaron con el crédito. En definitiva, el valor de las monedas nacionales ¿no está fundamentalmente ligado a la fortaleza de sus economías?