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Obsecuencia sin límites

El oficialismo y sus aduladores no dudan en valerse del arte como pretexto para hacer proselitismo.

Lejos de ser un beneficio que se derrama sobre el mundo del arte, la iniciativa de organizar una muestra inspirada en la figura presidencial, como ha ocurrido días atrás con una galería de Palermo, ha sido la penosa actualización, después de más de medio siglo, de los fenómenos de obsecuencia hacia quienes ejercían el poder que caracterizaron los años del primer peronismo (1946-1955).

Mientras la firma de un comodato para el uso de un pabellón en los Arsenales de la Bienal de Venecia por los próximos 22 años resultó en días recientes una noticia estimulante para nuestros artistas, no puede decirse lo mismo de la convocatoria hecha con la consigna de "El arte con Cristina".

El objeto de esa muestra, para la cual se reclamaron de empresas auspicios de manera un tanto cargosa, fue presentar "cien artistas contemporáneos que acompañan el ideario", según constaba en la carta de invitación cursada por los organizadores, en la que se anunciaba que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sería invitada de honor.

No hay peor halago que el inspirado en la búsqueda de beneficios y de conveniencias que poco o, mejor dicho, nada tienen que ver con la creación y, menos aún, con las mejores tradiciones republicanas del país. Estas son incluso anteriores a la Organización Constitucional, como que arrancan con el decreto de supresión de honores a los gobernantes inspirado por Mariano Moreno.
El acto creativo debe ser, por su propia naturaleza, libre de condicionamientos. Un error de cálculo lamentable resulta extender la alta exposición que las artes visuales tienen en la actualidad al ámbito de la política, forzando una relación inexistente.

En este caso, se solicitaba la "adhesión" en función de una supuesta ideología común -¿común en qué?- y en "la magnitud y repercusión del acontecimiento".

Del mismo modo que sería injusto restarle méritos a la decisión presidencial de recuperar una obra maestra del arte universal, como el mural Ejercicio plástico , de David Alfaro de Siqueiros, es inaceptable que la figura de la primera mandataria sea usada o se preste como vehículo de promoción y argumentos para sumar sponsors y adherentes en cuestiones de instancia privada.
Se ha tratado, en suma, de uno de esos casos de obsecuencia que superan todos los límites, como la imagen deplorable de los aplaudidores de las primeras filas en los actos de la jefa del Estado que se transmiten con fuerza compulsiva por la cadena oficial de radio y televisión hasta para anunciar candidaturas de la facción política oficialista. Con fenómenos de la naturaleza comentada, se socava la credibilidad del acto creativo y se demuestra una triste pobreza de espíritu y de conciencia republicana.

Sólo podrían celebrarlos aquellos que, sin saberse bien de qué se ríen, lo hacen a mandíbula batiente ante cualquier esforzada ironía de la Presidenta, según muestra con asiduidad en actos de la Casa Rosada la televisión oficial, que se utiliza, digámoslo una vez más, como herramienta impropia de un agrupamiento político en el poder. Así se reemplaza su verdadero propósito, que es el de ser un medio del Estado y, por lo tanto, al servicio por igual de todos los argentinos.

Lamentablemente, la Presidenta ha desaprovechado la mentada cuestión a fin de manifestarse expresamente identificada con el espíritu del celebrado decreto de Mariano Moreno. Hubiera sido un testimonio de la autenticidad de los homenajes que se le hicieron al secretario de la Primera Junta durante la conmemoración del Bicentenario de Mayo, al punto que quedó como uno de los pocos próceres en pie en la antojadiza reconstrucción de la historia de la que con frecuencia bate el parche el gobierno nacional.