Obama y las fotografías
* Por Ricardo Trotti. Obama tiene que hacer lo que predica: ser más transparente. Su obligación es ser abierto y ajustarse a la verdad. Por más que duela o sea indecente.
La decisión del presidente Barack Obama de no hacer públicas las fotografías del cadáver de Osama bin Laden puede parecer una acción de genuina prudencia. Sin embargo, revela una tendencia a la poca transparencia que ha marcado su presidencia.
Obama justificó la decisión en que las imágenes que muestran el cuerpo del líder de Al Qaeda con un disparo en el pecho y otro en la cabeza podrían despertar sentimientos antiestadounidenses, incitación a más violencia o considerarse un método de propaganda.
Pero la censura tampoco actúa de bálsamo para estos males. Muchos no necesitaron ver para creer y festejaron con champán y cerveza en Times Square, en Nueva York, lo que motivó amenazas de grupos terroristas, que quieren vengar la muerte y los festejos con más atentados.
Otros son escépticos por naturaleza. Incluso si vieran las fotos, igual imaginarían conjeturas y conspiraciones. Como el gobierno iraní, que en su cántico propagandístico le da igual negar el documentado Holocausto judío que decir que Bin Laden murió mucho antes, víctima de su debilitada salud, pese a que los sobrevivientes en la fortaleza de Abbottabad confirmaron el ataque de los navy seals .
Abonado a las polémicas. No es la primera vez que Obama está marcado por la polémica que desatan las imágenes. Pocos días antes de la operación Gerónimo, en televisión nacional, demostró, con partida de nacimiento en mano, que no era extranjero. Y, a principios de su mandato, evitó a toda costa que la Justicia obligue al Pentágono a divulgar fotografías de carceleros estadounidenses torturando a prisioneros en Irak y Afganistán.
En aquel entonces, ahora y durante todo el escándalo que produjo la filtración de documentos sobre ambas guerras y de cables de la diplomacia a través de WikiLeaks, Obama y los militares argumentaron que la divulgación de materiales pondría en peligro la seguridad de las tropas e incentivaría a Al Qaeda a reclutar más terroristas, lo que nunca sucedió o quedó demostrado.
Si se permite que las autoridades decidan lo que el público debe ver, saber o no, se corre el riesgo de alimentar actitudes paternalistas que irán empeorando, ya que el gobierno tiene tendencia natural a clasificar, censurar y proteger la seguridad nacional, a expensas de la libertad de expresión.
Por eso, es saludable que la agencia Associated Press haya entablado una demanda para que Obama divulgue las fotografías, amparándose en la Ley de Acceso a la Información. Las imágenes del cadáver y de su "sepultura" en el mar Arábigo tienen un intrínseco valor noticioso e interés público, dado que se trata de la persona más peligrosa del planeta, perseguida sin éxito durante una década.
Al final, la decisión de no divulgar algo morboso por pudor o hacerlo a cuentagotas como ahora, tiene un efecto contrario y más sensacionalista, si se considera que la imaginación colectiva por lo desconocido aviva más leyendas, martirios y conjeturas que lo que podrían provocar un par de fotos escandalosas. Así lo alimentan las explicaciones detalladas de los legisladores que tuvieron acceso a las fotos; los videos divulgados sin audio que muestran a Bin Laden enfocado en mejorar su imagen y dotes propagandísticas, y el contenido de su diario íntimo, que prueba cómo elucubraba sobre el impacto de futuros atentados en Washington, Los Ángeles y Chicago.
La foto más evocativa de la operación del 1º de mayo fue la que ese domingo divulgó la Casa Blanca creyendo que así confirmaría los hechos en forma prudente.
En esa fotografía se observa a Obama, al vicepresidente, a Hillary Clinton y al personal de Seguridad Nacional mirando atónitos imágenes en directo de la operación. Para mí, no se trata de una prueba sino del equivalente a mirar el festejo de los fanáticos en una tribuna de fútbol, para intuir que a mis espaldas han batido al arquero.
El gobierno de Obama tiene que hacer lo que predica: ser más transparente. Esta disquisición ética a la que se ha autoinfligido excede su capacidad y mandato, y degrada la confianza del público. Su obligación es ser abierto y ajustarse a la verdad. Por más que duela o sea indecente.