Obama evita a la Argentina
En graves desatinos ha incurrido el canciller Timerman al explicar la omisión en la gira del presidente de los EE.UU.
Causa curiosidad que el Gobierno se haya sorprendido ante la decisión de Barack Obama de no visitar Buenos Aires durante su visita al Cono Sur. El presidente de los Estados Unidos anunció que el mes próximo viajará a Brasil y Chile, y sólo sobrevolará el territorio nacional. También irá a El Salvador.
Al evitar la Argentina, Obama confirma lo que ya se sabe: los Kirchner, a través de numerosos gestos y declaraciones, se han ganado la desconfianza y el menosprecio del gobierno estadounidense. Algunas de esas actitudes forman parte del núcleo de la política exterior del oficialismo. Por ejemplo, el idilio con Hugo Chávez, cuya manifestación más vergonzosa fue la aparición de una valija con 800.000 dólares ingresada por el venezolano Guido Antonini Wilson en un vuelo contratado por la estatal Enarsa.
La imagen del kirchnerismo en Washington también está alimentada por rarezas, gestos intempestivos y excentricidades en el manejo de la diplomacia. Por momentos, esas extravagancias pesan más de lo que se supone. Es imposible olvidar que al embajador Anthony Wayne se le ordenó reducir sus visitas oficiales a los despachos de la Cancillería. Y que a la embajadora actual, Vilma Martínez, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, le suspendió una audiencia concedida por reclamar a favor de los derechos de una compañía de su país. La máxima expresión de esas hostilidades fue el maltrato que le brindó Néstor Kirchner al presidente George W. Bush durante la Cumbre de las Américas de noviembre de 2005, celebrada en Mar del Plata
El cambio de administración en los Estados Unidos, en vez de mejorar la relación, parece haberla empeorado. Sólo Tom Shannon, el subsecretario para el Hemisferio Occidental de Condoleezza Rice, fue capaz de arrancar a los Kirchner algún detalle de cordialidad, como ser recibido en la Casa Rosada durante sus visitas al país. Arturo Valenzuela, el sucesor de Shannon bajo la gestión de Hillary Clinton en el Departamento de Estado, ya no recibe ese trato: el Gobierno lo vapuleó cuando osó transmitir que empresarios de su país se habían quejado por la falta de seguridad jurídica que padecen en la Argentina. Quien con mayor dureza vituperó a Valenzuela fue el actual canciller, Héctor Timerman, por entonces embajador en Washington.
Sería un error, sin embargo, atribuir la ausencia de Obama en Buenos Aires sólo a la agresividad del kirchnerismo. En la escena continental, se han producido un par de novedades que desaconsejan todavía más esa escala. Una de ellas es que los demócratas perdieron las elecciones legislativas en los Estados Unidos.
Ahora deben gobernar sin exponerse a las diatribas de los republicanos que, entre otros resortes de poder, controlan el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes. Allí prevalece la figura de Ileana Ros-Lehtinen, quien ocupa su banca por el Estado de Florida y no ha perdido oportunidad de condenar al populismo bolivariano, a cuyo avance se subordinaron desde temprano los Kirchner.
Obama no está en condiciones de abrir una discusión innecesaria con los republicanos, que cogobernarán con él hasta las próximas elecciones. El gobierno argentino tampoco le facilita las cosas. Hace dos semanas, en un discurso ante la Asamblea Nacional venezolana, Chávez reveló que Cristina Kirchner le aseguró su voto para que el ex guerrillero Alí Rodríguez, actual ministro de Electricidad de Venezuela y figura clave de los negocios energéticos de ese país con la Argentina, sea el sucesor de Néstor Kirchner en la secretaría general de la Unasur.
El otro dato novedoso es que, antes de asumir la presidencia de Brasil, Dilma Rousseff anunció que no continuaría la política de acercamiento a Irán de su predecesor, Luiz Inacio Lula da Silva. El coqueteo brasileño con el régimen de Mahmoud Ahmadinejad había abierto una hendija para que la Argentina pudiera ejercer una leve gravitación en el tablero global de Washington. Las condenas argentinas a la dictadura iraní a raíz de la participación de algunos de sus funcionarios en el atentado a la AMIA venían ofreciendo un contrapunto a la aventura encarada por Lula en Medio Oriente. Cristina Kirchner sabe bien que en la audiencia individual que, después de larguísimas gestiones, le concedió Obama tuvo mucho que ver la disonancia con Brasil. Ahora ese juego triangular se desdibujó, ya que Rousseff ha decidido despejar su vínculo con los Estados Unidos de cualquier contradicción en asuntos estratégicos.
En vez de examinar aquellos antecedentes bilaterales y estas modificaciones en el escenario continental, el irreflexivo Timerman optó por manifestar el despecho del oficialismo por la inasistencia del presidente norteamericano. Una vez más el canciller demostró que ignora el oficio que, desde hace ya varios años, intenta cultivar. Primero sugirió que Obama no vendría a Buenos Aires porque el Gobierno se niega a comprarle armas y, por lo tanto, no se pliega a la carrera armamentista que, según el ministro, los Estados Unidos alientan en América latina.
La de Timerman fue una excelente manera de ofender a Obama, presentado como un vulgar mercader de armamentos. Pero también hirió a los presidentes de Brasil y de Chile, quienes -si se sigue su lógica- reciben al presidente norteamericano porque están dispuestos a comprar sus mercancías (los asesores profesionales de Timerman deberían hacerle saber que, hasta ahora, Brasil se abastece en Francia para todos sus insumos de Defensa, lo que ha producido algún roce con los Estados Unidos).
Timerman decidió demostrar que su torpeza es ilimitada, y denunció al gobierno de los Estados Unidos por entrenar para la tortura a oficiales de la Policía Metropolitana -que está bajo las órdenes del gobierno porteño de Mauricio Macri- en la Internacional Law Enforcement Academy (ILEA), con sede en El Salvador. Esta vez ofendió a muchos más. En principio, a Hillary Clinton, su colega norteamericana, ya que el Departamento de Estado interviene en la administración de esa escuela. Además, la ILEA fue fundada por Bill Clinton, el esposo de la canciller.
Dijo que los oficiales de la Policía Metropolitana asisten a ese curso, acaso, como un reflejo de la ideología que procura endilgarle a Macri. No sabía Timerman, seguramente, que dos policías federales y uno bonaerense asisten al mismo curso y que ha sido aprobado por gendarmes, prefectos y policías del interior.
Timerman también maltrató con sus desacertadas declaraciones a los gobernantes de Chile, Uruguay, Brasil y Paraguay, países que también envían a sus policías a formarse a esa institución. Sin embargo, el ministro batió el récord del desatino cuando se confirmó que también Daniel Scioli y la mismísima Cristina Kirchner, es decir, su jefa, envían a sus agentes a la ILEA. Cabe pensar que no lo hacen para que les devuelvan buenos torturadores.
Es posible que Obama no haya calculado que con su decisión de no aterrizar en Buenos Aires se deteriorarían no sólo las relaciones de la Argentina con los Estados Unidos, sino también con todos sus vecinos. En cambio no caben dudas de que, a partir de la reacción muy poco profesional del kirchnerismo, se ha convencido de que aquella exclusión había sido sabia.
La Presidenta, por su parte, debería pensar si no habrá llegado la hora de controlar un poco más de cerca la calidad de sus funcionarios. No es la primera vez que Timerman, con información falsa, le hace cometer un error grave. Tendría que evitar este tipo de desaciertos en homenaje a las relaciones exteriores de la República, que son un activo de largo plazo cuya administración le fue confiada de modo muy acotado. Pero si ese motivo no la desvelara lo suficiente, podría pensar en su propia imagen. Después de todo, la señora de Kirchner es muy propensa a servirse de la escena internacional para exhibir su figura de líder. Tal vez tendría que cuidarse de quienes, por torpeza u obsecuencia, le hacen correr el riesgo de caer en ridículo