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Nuevas modas, viejos sentimientos

Veo en el supermercado a dos empleadas jovencitas, que mascan un chicle a desgano, claramente unidas sólo por el odio al patrón y el gusto por la cumbia que están tocando.

Se gritan de caja a caja: "¿Amiga, te quedó cambio?". Como todas se nombran de la misma manera, supongo que se ha puesto de moda entre los jóvenes llamarse "amigos", usado con el mismo énfasis y  fuerza que antes se ponía en "boludo".

Según se mire, se ha suavizado una costumbre, virando hacia una forma mas cariñosa de hablarse, pero menos verdadera. Creo que se ha suavizado a costa de bastardear otra palabra.

Al menos, en el diccionario de mi corazón, el "amiga" es una categoría suprema, muy cerca de una hermana, que alcanzan dos personas después de haber compartido las mismas trincheras y de haberse amparado mutuamente en cualquier batalla de la vida. Una amiga, de las pocas que una tiene, es inmune al tiempo: se las pueda hablar "las 24 horas del día y las 24 horas de la noche" y "por más que hayamos cambiado, siempre  nos reconocen". He tenido que amontonar a varios poetas para que, como siempre, me ayudaran a redondear una idea.

Milton Nascimento solía cantar: "Amigo es alguien para guardar en el lado izquierdo del pecho", y Atahualpa decía que un amigo es uno mismo con distinto cuero. Yo, de este lado femenino y cotidiano, sé que una amiga te dice siempre la verdad (no sobre si tu hombre te engaña, detalle que hay que dejarle siempre para los enemigos) sino en cosas menos burdas, como qué color te queda bien y cuál te llora a la cara. Amiga es la que presta la oreja para oírnos decir una  pavada que nos angustia. Con la que juntos lloramos a algún muerto y celebramos a algún hijo, casi con seguridad compartimos un vino y reímos o nos lamentamos por nuestros insensatos amores.

Una amiga está para lo grande y lo pequeño, compartiendo sin decirlo esa curiosa manera de ver el mundo que tenemos las mujeres, donde lo importante y lo intrascendente se entretejen permanentemente. Así podemos pasar de la receta de un biscochuelo a una mastectomía, de la pilcha para una fiesta al comentario de un divorcio, de política al cine, en ese extraño laberinto de hormigas borrachas que es la partitura de la charla de las mujeres.

Básicamente compartimos, aun a distancia, un pasado que se entrelaza, donde sabemos que nada hubiese sido igual sin su presencia. La que se toma un ómnibus o un avión sin  avisar, disfrazada de paquete, o nos arrastra de los pelos a un cine o a un teatro cuando nos ve tristona, luego de haber fracasado con un vino o un té.

Son las que jamás hablarán mal de la otra en público y guardará un secreto hasta los extremos que quería Borges: el olvido. Saben hablar y saben de una manera inigualable, guardar silencio, sin que implique ni expectativa, ni censura. Sólo ese dejarse estar como un ocioso jazmín al sol. Pero, justo es reconocerlo, son extraños momentos entre amigas, que siempre encontramos algo para hacer, mientras charlamos porque hemos sido educadas en el rechazo del ocio... depilarnos ya nos parece un trabajo. Y lo es.

Cuando veo a las adolescentes gritarse "¡amiga!", me pregunto qué significará la palabra para ellas.... Bue, mejor que "boludo" suena.