Nueva década sin viejos rencores
En el decenio que iniciamos, debe construirse una sociedad plural, inclusiva, justa, limpia, si se recuerdan y corrigen los errores de más de un cuarto de siglo de extravío en esos objetivos.
Mañana iniciamos una nueva década, que pasará a integrar –a partir de 2013– la tercera desde que la República recuperó las instituciones de la voluntad popular.
El patrimonio de esperanza que aporta cada nueva etapa en el camino del tiempo fue contrabalanceado por una realidad esquiva, conflictiva. La vertiginosa valorización de las commodities (productos primarios) en la última década produjo una especie de milagro. La única intervención estatal fue mantener durante algún tiempo extremadamente alta la cotización del dólar, divisa que al término de la convertibilidad estaba depreciada 40 por ciento.
Pasamos de esa subvaluación a una fuerte sobrevaluación inicial que se diluyó con el tiempo pero que permitió al agro, junto con la industria, ser el principal impulsor de la reactivación, levantar quiebras y embargos que pesaban sobre 60 por ciento de sus explotaciones y contener el cierre de tambos y el abandono de la ganadería, imposibles de sostener durante la década de 1990.
El optimismo actual se basa en el despegue de la economía, que tiene la peculiaridad de haber desnacionalizado los resortes fundamentales de su sector industrial y la minería.
En forma simultánea, la política fue perdiendo factores esenciales del sistema democrático –los partidos políticos–, aunque en un primer momento se pasó del congelamiento impuesto por la dictadura a las gigantescas movilizaciones de masas, algo que ahora parece leyenda, cuando los punteros deben pagar y suministrar transporte, alimentos y bebidas para reunir a un público que en su mayoría ignora para qué se moviliza.
La sustitución del radicalismo por el alfonsinismo y su efímero proyecto de Tercer Movimiento Histórico marca el comienzo del colapso de las agrupaciones políticas, que se agravó en el último cuarto de siglo. Sólo cuentan ahora los personalismos, en una deplorable feria de lealtades. Nadie sabe qué modelo de país pretende una dirigencia balcanizada hasta el paroxismo, unida apenas por la voluntad de poder por el poder mismo. Si no existe democracia sin partidos, tampoco existe cuando un solo partido hegemoniza el poder.
Dejamos atrás 27 años de esperanzas y frustraciones, de experimentos económicos y políticos destruidos por el oportunismo, el clientelismo y la obsecuencia. Esa triste experiencia debe servirnos en los próximos 10 años, si realmente queremos una sociedad abierta, con verdadera inclusión social y equitativa distribución de la riqueza, en la que los derechos humanos sean de todos y no una reparación unilateral de aberraciones perpetradas en un tiempo de terror.
En el decenio que mañana iniciamos, la Argentina debe ratificar su voluntad de construir una sociedad plural, inclusiva, justa, limpia, siempre que se recuerden y corrijan los errores de más de un cuarto de siglo de extravío.