Nuestro crecimiento desbalanceado
*Por Jorge Colina. Desde 2004, quienes aprovecharon la bonanza del empleo y la recuperación del salario real fueron adultos con educación media y alta.
Entre los años 2004 y 2011 el país recorrió un intenso camino de recuperación económica, laboral y social. Disminuyó el desempleo y aumentaron el empleo formal y el salario real. Sin embargo, analizando en profundidad la dinámica de la recuperación, aparecen fenómenos de alta implicancia.
Uno particularmente relevante es que quienes aprovecharon la bonanza del empleo y la recuperación del salario real fueron mayoritariamente las personas con niveles de educación medio y alto . En contrapartida, las personas adultas con déficits educativos, en general, se mantuvieron en la informalidad o directamente se retiraron del mercado laboral.
Es positivo que el aparato productivo genere puestos de trabajo con exigencia de educación media y superior. Esto implica crecientes niveles de productividad y la generación de incentivos a favor de la inversión en capital humano. El problema es que Argentina tiene una enorme proporción de gente adulta que no terminó la secundaria . Según datos del INDEC, entre las personas con 20 a 64 años de edad, el 24% tiene secundario completo y un 33% tiene estudios superiores, el resto (43%) tiene la secundaria incompleta o menos.
Ante la escasez de puestos de trabajo formales para los bajos niveles de educación, estas personas se mantuvieron trabajando en la informalidad o directamente se retiraron del mercado laboral . Tipologías paradigmáticas es el paso a la condición de ama de casa entre las mujeres adultas y los "nini" (ni trabajan ni estudian) entre los jóvenes. En muchos casos, los planes sociales lubricaron estos procesos . Prueba de ellos es que entre los años 2004 y el 2011, la gente con entre 20 y 64 años con bajos niveles de educación que está laboralmente inactiva subió de 27% a 31% y, entre estos, los que reciben un plan social pasaron de 8% a 26%.
Por eso, resulta de alta importancia social tender a que toda la población tenga la secundaria completa, habilidades para el trabajo y rápidamente acumule experiencia laboral relevante.
Para ello hay que mejorar sustancialmente las tasas de retención de la escuela secundaria y los niveles de calidad educativa, donde Argentina está muy y crecientemente rezagada. También es muy importante contar con un sistema de capacitación laboral que brinde formación para el trabajo y actualización continua a la fuerza laboral.
Tan importante como esto es revisar aspectos de las instituciones laborales que, más allá de los objetivos declamados, operan como un factor de discriminación contra la mano de obra menos calificada . Es claro que el cambio tecnológico le imprime al mercado laboral un sesgo de creciente demanda de formación, pero también contribuye de manera decisiva, potenciando este sesgo, el diseño de gran parte de las regulaciones laborales.
A modo de ejemplo, en la determinación del salario mínimo no se hace una consideración especial por las micro y pequeñas empresas (que es donde se emplea el 87% de los empleados asalariados informales y la gente de baja educación) ni tampoco por las diferencias regionales en las condiciones de productividad. Rigen los mismos mínimos legales en la Ciudad de Buenos Aires y la Patagonia, que en el NOA y NEA, cuando las condiciones de productividad son muy diferentes. El resultado es que en las provincias del norte el empleo asalariado "en negro" llega al 42%, muy por encima de CABA (25%) y Patagonia (18%). Por eso, sería recomendable relajar el alto nivel de centralización y promover la diferenciación de los pisos salariales según condiciones de productividad considerando cuestiones de tamaño de empresa y región geográfica.
Otro ejemplo son los altos costos no salariales . Las cargas sociales operan en la práctica como un impuesto sobre la mano de obra ya que, para un trabajador de salarios relativamente bajos, no generan beneficios importantes. Un trabajador que realiza 30 años de aportes accede a una jubilación que no difiere de la jubilación de una persona que nunca hizo aportes, recibe las mismas asignaciones familiares y recibe de subsidio de desempleo $400 mensuales, monto muy inferior al que se consigue con un plan asistencial.
Es decir, trabajar en formalidad es muy costoso y el beneficio no es diferente del de trabajar en la informalidad.
Por eso, resulta muy importante, para la gente de menor calificación, el establecimiento de un régimen de seguridad social no contributivo financiado con impuestos generales.
En suma, altos costos para emplear formalmente excluyen a la gente de bajos niveles de educación de los segmentos más modernos de la economía . De allí la "dualidad" presente en la Argentina de un sector moderno donde se emplean los más educados, con altos salarios y empleo formal, y un sector atrasado donde se emplean los menos educados, y donde prevalece la informalidad y el asistencialismo.
Uno particularmente relevante es que quienes aprovecharon la bonanza del empleo y la recuperación del salario real fueron mayoritariamente las personas con niveles de educación medio y alto . En contrapartida, las personas adultas con déficits educativos, en general, se mantuvieron en la informalidad o directamente se retiraron del mercado laboral.
Es positivo que el aparato productivo genere puestos de trabajo con exigencia de educación media y superior. Esto implica crecientes niveles de productividad y la generación de incentivos a favor de la inversión en capital humano. El problema es que Argentina tiene una enorme proporción de gente adulta que no terminó la secundaria . Según datos del INDEC, entre las personas con 20 a 64 años de edad, el 24% tiene secundario completo y un 33% tiene estudios superiores, el resto (43%) tiene la secundaria incompleta o menos.
Ante la escasez de puestos de trabajo formales para los bajos niveles de educación, estas personas se mantuvieron trabajando en la informalidad o directamente se retiraron del mercado laboral . Tipologías paradigmáticas es el paso a la condición de ama de casa entre las mujeres adultas y los "nini" (ni trabajan ni estudian) entre los jóvenes. En muchos casos, los planes sociales lubricaron estos procesos . Prueba de ellos es que entre los años 2004 y el 2011, la gente con entre 20 y 64 años con bajos niveles de educación que está laboralmente inactiva subió de 27% a 31% y, entre estos, los que reciben un plan social pasaron de 8% a 26%.
Por eso, resulta de alta importancia social tender a que toda la población tenga la secundaria completa, habilidades para el trabajo y rápidamente acumule experiencia laboral relevante.
Para ello hay que mejorar sustancialmente las tasas de retención de la escuela secundaria y los niveles de calidad educativa, donde Argentina está muy y crecientemente rezagada. También es muy importante contar con un sistema de capacitación laboral que brinde formación para el trabajo y actualización continua a la fuerza laboral.
Tan importante como esto es revisar aspectos de las instituciones laborales que, más allá de los objetivos declamados, operan como un factor de discriminación contra la mano de obra menos calificada . Es claro que el cambio tecnológico le imprime al mercado laboral un sesgo de creciente demanda de formación, pero también contribuye de manera decisiva, potenciando este sesgo, el diseño de gran parte de las regulaciones laborales.
A modo de ejemplo, en la determinación del salario mínimo no se hace una consideración especial por las micro y pequeñas empresas (que es donde se emplea el 87% de los empleados asalariados informales y la gente de baja educación) ni tampoco por las diferencias regionales en las condiciones de productividad. Rigen los mismos mínimos legales en la Ciudad de Buenos Aires y la Patagonia, que en el NOA y NEA, cuando las condiciones de productividad son muy diferentes. El resultado es que en las provincias del norte el empleo asalariado "en negro" llega al 42%, muy por encima de CABA (25%) y Patagonia (18%). Por eso, sería recomendable relajar el alto nivel de centralización y promover la diferenciación de los pisos salariales según condiciones de productividad considerando cuestiones de tamaño de empresa y región geográfica.
Otro ejemplo son los altos costos no salariales . Las cargas sociales operan en la práctica como un impuesto sobre la mano de obra ya que, para un trabajador de salarios relativamente bajos, no generan beneficios importantes. Un trabajador que realiza 30 años de aportes accede a una jubilación que no difiere de la jubilación de una persona que nunca hizo aportes, recibe las mismas asignaciones familiares y recibe de subsidio de desempleo $400 mensuales, monto muy inferior al que se consigue con un plan asistencial.
Es decir, trabajar en formalidad es muy costoso y el beneficio no es diferente del de trabajar en la informalidad.
Por eso, resulta muy importante, para la gente de menor calificación, el establecimiento de un régimen de seguridad social no contributivo financiado con impuestos generales.
En suma, altos costos para emplear formalmente excluyen a la gente de bajos niveles de educación de los segmentos más modernos de la economía . De allí la "dualidad" presente en la Argentina de un sector moderno donde se emplean los más educados, con altos salarios y empleo formal, y un sector atrasado donde se emplean los menos educados, y donde prevalece la informalidad y el asistencialismo.