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Nuestras rutas de la muerte

La catástrofe de ayer en la ruta nacional 14 pudo haberse evitado de contar el país con autovías más modernas y seguras.

Otra catástrofe de tránsito evitable se ha producido en las últimas horas. Se trata del brutal choque de frente de un ómnibus de pasajeros contra un camión sobre la ruta nacional 14, en la localidad de Parada Pucheta, cerca de Paso de los Libres, que ha dejado un lamentable saldo de muertos y heridos. Esa vía, como la mayor parte de nuestras rutas troncales, es angosta. El tránsito, de ambas manos, se cruza a escasos centímetros de distancia.

El ancho total, equivalente a un arco de fútbol, es de apenas 7,25 metros. La única separación es una línea de pintura, método que comenzó a utilizarse en 1917 en Michigan, Estados Unidos, para demarcar el centro de las calzadas y que, posteriormente, ha sido reemplazado en ese país y otros por divisiones más seguras. La técnica vial evolucionó hacia la división física de las calzadas, con defensas metálicas capaces de evitar, precisamente, un choque frontal como el ocurrido ayer. Lamentablemente, la Argentina parece anclada en el pasado.

Los choques frontales son la causa del 66 por ciento de las muertes en nuestras rutas deterioradas, angostas en su mayoría. Otra causa frecuente de graves accidentes son los cruces a nivel con ferrocarriles y otras rutas. Es lo que ha ocurrido en la localidad bonaerense de Dolores en marzo de 2008. En una autovía recién inaugurada, que conservó el cruce a nivel con el Ferrocarril Roca, un ómnibus cruzó cuando venía el tren proveniente de Mar del Plata. Murieron 18 personas. Las banquinas sin pavimentar que se transforman en lodazales cuando llueve son otra causa de innumerables muertes.

 Así ocurrió con un auto que circulaba por la ruta interbalnearia 11, mordió la banquina, se cruzó de mano y fue embestido por un camión que circulaba en sentido contrario. En ese accidente murieron seis personas; entre ellas, dos niños de tres y ocho años. No hubiera ocurrido de haber estado pavimentadas las banquinas. En nuestras rutas abundan las curvas peligrosas con radios de giro insuficiente, especialmente para los ómnibus y los camiones. Recordemos que los ómnibus son el único transporte público terrestre.

Llevan 65 millones de pasajeros por año. En general, los vehículos son modernos y seguros, pero el trazado de las rutas sigue siendo obsoleto. Se repiten diseños de la década del treinta, cuando los viajes de larga distancia se hacían en tren. La solución es rectificar esas curvas para que los vehículos puedan mantener la velocidad de crucero sin riesgo de vuelco. Nuestra red troncal principal lleva el 57 por ciento del tránsito total, incluidos pasajeros y carga. Representa apenas el cinco por ciento de la red vial total, pero concentra el 75 por ciento de las muertes en ruta.

En los Estados Unidos y en la mayor parte de los países de Europa, se han hecho redes integrales de autopistas que han tenido notables resultados en la seguridad vial. Siete de cada ocho muertes se evitan con autopistas inteligentes, bien diseñadas y dotadas de centros de control con vigilancia permanente en tiempo real por medio de cámaras de video que permiten tomar medidas preventivas para detener infractores graves antes de que ocasionen una tragedia. Nuestras rutas están plagadas de carteles de peligro que representan la confesión explícita del Estado por no brindar un servicio seguro. Rezan, algunos de ellos, prohibido adelantarse (para evitar el choque frontal), paso a nivel sin barreras, curva peligrosa, cruce urbano, puente angosto, banquinas descalzadas, animales sueltos y baches abiertos.

La gravedad del problema con miles de muertes anuales exige soluciones de fondo: el camino ideal carece de carteles de peligro porque todos los riesgos previsibles han sido eliminados por la ingeniería vial. Hasta la década del ochenta, las redes de autopistas eran patrimonio exclusivo de los países desarrollados, como Alemania y los Estados Unidos, pioneros en la materia. Desde entonces, los países en vías de desarrollo han aplicado enérgicas políticas para equipar sus territorios con carreteras modernas.

El caso más notable es China, que decidió construir 25.000 kilómetros de autopistas en 1985 cuando tenía un millón de vehículos. Hoy, la red ha superado los 65.000 kilómetros y el parque automotor es de 42 millones de unidades. La producción anual, de 13,5 millones de vehículos, duplica a los Estados Unidos. También han hecho avances significativos Chile y México. No faltan recursos para que la Argentina pueda ponerse a tono con la modernidad y brindar carreteras seguras. Cada año el contribuyente paga casi 4000 millones de dólares por medio del impuesto al combustible. La mitad de esa cifra alcanza para que el país disponga, en una década, de una red troncal de autopistas de última generación si esos fondos se destinan a ese fin y se manejan con honestidad. El conductor está desprotegido hoy: paga el doble de lo que costaría un servicio de excelencia, pero se ve obligado a circular por rutas de la muerte en las que le cobran peaje aparte para tapar los baches y cortar las malezas.

Esta última tarea a veces tampoco se hace, como quedó claro tras los 24 días en los cuales fue infructuoso hallar el vehículo de la familia Pomar. Los recursos son suficientes no sólo para transformar en autopistas la red troncal, sino también para dotar de presupuesto a las direcciones de vialidad de las provincias, asegurar el mantenimiento y la expansión de la red secundaria, pavimentar los caminos rurales y, sobre todo, prevenir fatales choques frontales como el de ayer.