Nuestra economía líquida
La precariedad y la incertidumbre que impregnan, cada vez más, la vida nacional dramatizan los eventuales efectos sobre nuestra economía de las correcciones del real frente al dólar.
Desde 1999, cuando Brasil efectuó una dura devaluación del real frente al dólar (cuyo valor fue duplicado, de uno a dos reales), cada vez que Brasilia retoca el valor de su moneda, los argentinos nos estremecemos. Es que aquella sorpresiva decisión fue identificada como una de las principales causas del derrumbe de nuestra economía en 2001.
Regresan aquellos estremecimientos desde comienzos de este mes, cuando la divisa brasileña comenzó a ceder posiciones ante la estadounidense. Ya ha descendido al nivel más bajo desde el 17 de julio de 2009. Pero el ayer no se repite mecánicamente, porque desde enero la Argentina ha devaluado el peso en un 2,86 por ciento, casi un punto más que la actual valorización del dólar frente al real, que en el mismo período no alcanza aun al dos por ciento.
¿Por qué, entonces, la histeria y ese control policial del dólar, como calificó el ex ministro de Economía Roberto Lavagna a la catarata de medidas que dicta Guillermo Moreno a la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip)? Por algunas claras razones. En primer término, el gobierno de Cristina Fernández ya no posee la fortaleza monetaria que había construido su marido y que le permitía aplastar en 48 horas los intentos especulativos de provocar la devaluación del peso. Y aunque las reservas del Banco Central no se hubiesen dilapidado, la intervención del BCRA sería mínima, porque el mercado marginal es muy pequeño en nuestro país.
Los controles que se aplican son innecesarios e inoperantes: faltan los verdaderos controles, los verdaderamente eficaces. La Afip no está preparada para crearlos. La salida de capitales conservará su previsible ritmo de 20 mil millones de dólares anuales, y por una simple razón: el kirchnerismo, como tantos gobiernos que le precedieron, es incapaz de combatir la economía sumergida, que es por donde fluyen las corrientes de billetes verdes que emigran.
Un dato lo confirma, y pertenece al propio Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec): en 2011, el porcentaje de trabajadores informales subió al 34,2 por ciento, equivalente a 4,2 millones de empleados. Se pagan salarios en negro porque se comercializa en negro, y los activos devengados no ingresan en la economía nacional.
Por lo demás, una inflación real superior al 25 por ciento anual estimula la fuga de moneda dura, impulsada por la inseguridad jurídica, para no hablar de las obstruccionistas medidas reactivas del superministro de Economía virtual y sin necesidad de esperar la apertura de las cajas de seguridad bancaria, hipótesis de trabajo ya instalada en nuestra conflictiva realidad.
El sociólogo Zygmunt Bauman definió a la "sociedad líquida" como aquella que no mantiene un rumbo determinado, y "ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre".
Regresan aquellos estremecimientos desde comienzos de este mes, cuando la divisa brasileña comenzó a ceder posiciones ante la estadounidense. Ya ha descendido al nivel más bajo desde el 17 de julio de 2009. Pero el ayer no se repite mecánicamente, porque desde enero la Argentina ha devaluado el peso en un 2,86 por ciento, casi un punto más que la actual valorización del dólar frente al real, que en el mismo período no alcanza aun al dos por ciento.
¿Por qué, entonces, la histeria y ese control policial del dólar, como calificó el ex ministro de Economía Roberto Lavagna a la catarata de medidas que dicta Guillermo Moreno a la Administración Federal de Ingresos Públicos (Afip)? Por algunas claras razones. En primer término, el gobierno de Cristina Fernández ya no posee la fortaleza monetaria que había construido su marido y que le permitía aplastar en 48 horas los intentos especulativos de provocar la devaluación del peso. Y aunque las reservas del Banco Central no se hubiesen dilapidado, la intervención del BCRA sería mínima, porque el mercado marginal es muy pequeño en nuestro país.
Los controles que se aplican son innecesarios e inoperantes: faltan los verdaderos controles, los verdaderamente eficaces. La Afip no está preparada para crearlos. La salida de capitales conservará su previsible ritmo de 20 mil millones de dólares anuales, y por una simple razón: el kirchnerismo, como tantos gobiernos que le precedieron, es incapaz de combatir la economía sumergida, que es por donde fluyen las corrientes de billetes verdes que emigran.
Un dato lo confirma, y pertenece al propio Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec): en 2011, el porcentaje de trabajadores informales subió al 34,2 por ciento, equivalente a 4,2 millones de empleados. Se pagan salarios en negro porque se comercializa en negro, y los activos devengados no ingresan en la economía nacional.
Por lo demás, una inflación real superior al 25 por ciento anual estimula la fuga de moneda dura, impulsada por la inseguridad jurídica, para no hablar de las obstruccionistas medidas reactivas del superministro de Economía virtual y sin necesidad de esperar la apertura de las cajas de seguridad bancaria, hipótesis de trabajo ya instalada en nuestra conflictiva realidad.
El sociólogo Zygmunt Bauman definió a la "sociedad líquida" como aquella que no mantiene un rumbo determinado, y "ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre".