Noruega: matar en nombre de la nación
*Por Adriano Bosoni. Los recientes atentados en Noruega, que dejaron alrededor de siete decenas de muertos, despertaron la alarma en toda Europa y generaron otro motivo de preocupación para un continente que lleva casi tres años luchando contra una tenaz crisis económica.
Aunque los episodios de este tipo son relativamente aislados, se producen en el contexto de una región que vira peligrosamente hacia posiciones de nacionalismo extremo con tintes xenófobos.
La confirmación de que el atentado había sido perpetrado por un noruego, Anders Behring Breivik, resultó aún más atemorizante que si se hubiera tratado de un atacante extranjero. Si la existencia de un enemigo externo genera pánico en cualquier sociedad, aún más perturbador es saber que el responsable de la violencia fue un noruego que alegaba defender los intereses de su país.
De hecho, según su autor, los ataques fueron necesarios para "salvar" a Noruega de la "amenaza marxista y musulmana". Lejos de mostrar signos de arrepentimiento, Breivik reivindicó sus actos y los calificó como "necesarios" para debilitar al gobernante partido socialdemócrata y su "campaña para importar musulmanes".
De la mano de una crisis que no da respiro y acompañando a las tasas de desempleo más elevadas desde la Segunda Guerra Mundial, los últimos meses han visto un crecimiento desmedido de agrupaciones nacionalistas, antiglobalización y xenófobas. Aun con sus diferencias, todos estos grupos comparten características distintivas: rechazo a la inmigración –principalmente musulmana, pero también europea–, profundo escepticismo sobre la Unión Europea y la moneda común, y críticas crudas a la socialdemocracia y su incapacidad para dar respuesta a la crisis.
En Noruega, Finlandia, Suecia y Dinamarca, pero también en Holanda y en Francia, cada vez son más los partidos que afirman que cada país debe cerrar sus fronteras, poner trabas al comercio y mirar con recelo a sus vecinos. Plantean un continente que defienda de modo celoso aquello que se percibe como una identidad nacional amenazada por culturas foráneas, que desconfíe de la incesante movilidad de personas, bienes y capitales y que por lo tanto regrese a una etapa anterior a la globalización acelerada que caracteriza al siglo XXI.
En este punto, los escalofriantes episodios de Noruega son una degeneración extrema que no, necesariamente, representa la ideología de los flamantes nacionalismos populistas. Sin embargo, resultan sintomáticos del creciente clima de miedo e incertidumbre que vive el continente de cara a la brutal crisis económica.
El único balance positivo de la tragedia es que tal vez ayude a los europeos a repensar el viraje ideológico que está sufriendo el continente. Como bien lo demostraron las manifestaciones en homenaje a las víctimas de los atentados –que unieron a miles de personas de diferentes grupos sociales y étnicos– la inmensa mayoría de la sociedad del viejo continente todavía cree que la tolerancia y el diálogo obtienen mejores resultados que el terror y la violencia.
(*) Profesor. Análisis Internacional. Universidad del Salvador. Mail: abosoni@usal.edu.ar
ADRIANO BOSONI (*)