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Noruega: el fin de la ingenuidad

* Por Daniel Zovatto (Director regional de Idea Internacional para América latina y el Caribe) El fanatismo de Breivik y su masacre a sangre fría han colocado a Noruega en una encrucijada: si prevalece el miedo o si preserva sus valores y los principios que la distinguen.

El sanguinario doble atentado perpetrado en Noruega el viernes último fue un golpe feroz a la identidad cultural de un país que, hasta hace pocos días, se consideraba inmune a este tipo de tragedias. El joven Anders Behring Breivik, al parecer en una acción individual, hizo explotar un coche bomba en un edificio público y luego disparó en la isla de Utoya contra jóvenes del partido socialdemócrata noruego, con un saldo de 76 muertos y decenas de heridos.

El horrible ataque trae a mi mente la imagen del cuadro El grito (1893), pintado por el expresionista Edvard Munch. El rostro inundado de pavor que refleja esa obra es el que hoy, en mi opinión, describe mejor la tragedia noruega más grave desde la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué pudo haber llevado a un joven de 32 años a pro­tagonizar se­mejante acto de barbarie en uno de los sitios más pacíficos, desarrolla­dos y estables del mundo?

Las investigaciones preliminares caracterizan a Breivik como un fundamentalista cristiano, islamófobo, derechista, racista y enemigo acérrimo de las políticas liberales de inmigración. En sus primeras declaraciones ante la Justicia, reconoció su autoría, aunque negó ser culpable. Calificó sus acciones como "atroces pero necesarias" para "castigar a la socialdemocracia por importar musulmanes" y "para salvar a Noruega y a Europa Occidental de los musulmanes y del marxismo cultural".

De sus propias declaraciones, en cuentas de Facebook y Twitter y otros documentos incautados, surgen evidencias que permitirán delinear el perfil psicológico de Breivik, sus creencias, el propósito de su accionar y sus conexiones. Incluso, declaró que organizó el atentado con el apoyo de dos células.

Las pistas sociológicas. Pero, quizá, habrá que buscar las pistas sociológicas de semejante acto de barbarie en las novelas de los escritores suecos Henning Mankell (y su famoso detective Kurt Wallander) y del ya fallecido Stieg Larsson , quienes describen de modo sutil las pulsiones oscuras y el malestar que atraviesa a las, en apariencia, perfectas sociedades nórdicas.

Larsson, en su condición de periodista (antes de hacerse mundialmente famoso gracias a la trilogía Millennium ) había alertado acerca de la posibilidad de que en Estocolmo (Suecia) pudiesen producirse atentados terroristas similares al de Oklahoma, Estados Unidos.

Disponemos, decía en uno de sus artículos de 1995, "de todos los ingredientes: odio, fanatismo, glorificación de la violencia y mentalidad sectaria". Y si bien no acertó con el país, sí lo hizo en relación con el área geográfica y cultural.

Dentro de esa línea de pensamiento, varios analistas calificaron este ataque como el "Oklahoma City" europeo, en alusión al ataque perpetrado por el militante de derecha Timothy McVeigh , quien en 1995 detonó un camión bomba frente a un edificio del gobierno federal en esa ciudad, que provocó la muerte de 168 personas y heridas a 400.

Los movimientos ultraconser­vadores de derecha europeos, que se caracterizan por un sentimiento de fuerte repudio, odio y xenofobia frente al islam y la inmigración, vienen fortaleciendo sus contactos y creciendo electoralmente en varios países, entre los que cabe mencionar a los Países Bajos, Austria, Dinamarca, Finlandia, Suecia y la propia Noruega.

El xenófobo y ultranacionalista Partido del Progreso noruego (fuerza en la cual militó Breivik hasta 2006) obtuvo 23 por ciento de los votos en las pasadas elecciones y se convirtió en la segunda fuerza política. El claro avance de la ultraderecha, con su mensaje de nacionalismo y xenofobia, y su ataque frontal al multiculturalismo, demanda en mi opinión una reflexión profunda acerca del peligro que esas fuerzas representan no sólo en Noruega sino en Europa toda.

Impacto cotidiano. ¿Qué impacto tendrá esta masacre en el modo de vida de los noruegos? ¿Hasta qué punto logrará infundir miedo en una sociedad que hasta hace pocos días se creía inmune al terror y que era una de las más abiertas del mundo? Éste es el gran tema a observar: cómo evolucionará esa sociedad en los próximos meses, en especial respecto a su capacidad para digerir esa tragedia sin afectar sus valores y principios.

Lo que es seguro es que habrá severos cuestionamientos acerca de la debilidad de la seguridad noruega y de la falta de eficiencia de sus servicios de inteligencia. Es probable que, como consecuencia de esos atentados, surjan voces que demanden –como ocurrió en Estados Unidos y el Reino Unido después de los atentados terroristas que afectaron a ambos países– mayor seguridad y controles, disposiciones más represivas y regulaciones más restrictivas en materia de inmigración, libertad y derechos humanos.

El fanatismo de Breivik y su masacre a sangre fría han colocado a Noruega en esta encrucijada. Si prevalece el miedo y la sociedad se cierra, entonces Breivik habrá logrado su objetivo principal: estremecer, en lo más profundo, los valores de apertura, seguridad, libertad de expresión. Por el contrario, si procesan su dolor y su temor y preservan los valores y principios que los distinguen, entonces el grito de pavor que hoy desgarra a Noruega se convertirá en un grito de libertad.

Conscientes de que, además de la tragedia humana, la consecuencia más grave de los atentados sería si éstos provocan un cambio negativo en el estilo de vida, el rey Harald V y el primer ministro Jens Stoltenberg se apresuraron a hacer un llamado a la población a no doblegarse, a mantenerse unidos, a no tener miedo y a responder a los atentados "con más democracia, más apertura, más humanidad, pero sin ingenuidad".