Noches de radio, sushi y champagne
En general, mi vida es tan previsible como la de Kant que, según cuenta la leyenda, sus vecinos ponían en hora los relojes al verlo pasar. Pero cuando se altera todo se convierte en una montaña rusa imposible de saber dónde va a parar.
@CWargon
No se por qué acepté ir a ese programa de radio, quizás porque un sábado a la noche es el único día en que puedo trasnochar o porque no pude resistir el amable acoso al que me sometieron.
Pero allí estaba a las diez de la noche rumbo a la radio. Llevar vida de almeja, tiene su precio: no tengo la más vaga idea de quiénes son los nuevos conductores y cuéles de ellos son interesantes y cuéles no. Estas eran jóvenes, mujeres, superrrr modernas. La radio era una mezcla de under con off, es decir imposiblemente pequeña e intolerablemente mugrienta.
Sobre la mesa había seis piezas de sushi y una botella de champagne, como para dar un toque de distinción, pero el sushi estaba viejo y el champagne resultó ser una sidra recalentada. De cualquier modo era alcohol y vuelvo a confesar que sólo tomo precisamente en ese tipo de situaciones. No me ayuda a olvidar, como en el tango, no me pone contenta como en una fiesta entre amigos, pero al menos me ayuda a sobrellevar el mal trago que veía venir y vino.
Los temas que adornaron la mesa fueron el sexo anal y cualquier forma de chabacanería imaginable. No soy una pacata, pero creo en los sinónimos, aprecio una metáfora, pero básicamente me interesan las ideas, vengan en el formato que vengan. Todo esto estaba ausente. Me comencé a sentir más que incomoda. Pensé en levantarme e irme, pero una vaga solidaridad de género mal entendida me sujetaba a la silla.
Abro un paréntesis sobre la ropa, porque yo, que me había sentido super paqueta a la mañana con un pulover blanco y una capa negra, a la noche parecía una ballena recién desembarcada del Abasto frente a la extrema delgadez y algunas desnudeces de las chicas. No era fundamental pero sumaba al malestar, sobre todo por esa maldita manía de las fotos y el Facebook donde seguro deben andar dando vueltas. Nunca falta un hijo de puta que las suba.
El arranque fue patético, La conductora tenía preparado un monólogo sobre el programa que creo era lindo, pero el operador se equivocó y le abrió el micrófono antes de que se sentara, nadie atinaba a pedir un tema musical y yo transpiraba de los nervios, esta vez sí rotundamente solidarios. Finalmente arrancamos y la conductora puteó al operador (ahora recuerdo que le faltaba un diente) pero parecía que todo marchaba de acuerdo a los planes (de ellas) . Yo aclaré que me sentía como Peter Seller en La fiesta inolvidable: ¿quién se había equivocado en invitarme? Nadie sonrió, parece que no habían visto la película.
También cuando cada una describió las tangas que llevaban y hasta la que no llevaba nada, me apresuré aclarar que yo usaba faja (era mentira pero no sabía qué decir para diferenciarme) ¡Patética! Y así íbamos cuando de pronto le avisan a la conductora que no venía una invitada porque algo había pasado con el taxi. Tengo muchos años de radio y creía haber visto todo. No me refiero a que la conductora se levantará como un rayo y quisiera arrancarle la cabeza al productor. Suele ocurrir. Pero esta vez, después de una gresca fenomenal, fuera del estudio (las demás habíamos quedado encerradas adentro sudando la gota gorda) y montada en su propia ira, entró a desenchufar su lapto y gritando: ¡¡¡¡yo me voy!!!! No sé si les queda claro pero era lo mismo que si un piloto de avión al enfrentar una tormenta, se tirara del avión al grito de "yo me bajo". Entre todos consiguieron calmarla y terminó el programa.
Huí en mitad de la noche, levemente borracha, sin despedirme, y sin saber muy bien si dejaba atrás una juventud que me es ajena, o a un grupo de desmedicadas terminales... pero solo esto explica lo que va a seguir. Nos vemos.