No hay plan B
*Por Raúl Acosta. Dos veces debe decirse: no hay plan B. No hay plan de contingencia en el gobierno y ay, ay, ay, no aparece el más mínimo plan en la oposición.
En Argentina nadie quiere mirar las paredes donde el cartelito es claro: en caso de incendio rompa el vidrio. Ni manguera ni hacha.
La cuestión no es sencilla de digerir. Muchos callan su íntima convicción: esto no está definitivamente bien. En mitad de la fiesta se aconseja festejar. Hablar complica.
Se insiste. Si la viuda tose dos veces o la lipotimia de ligera pasa a ligera pero sostenida: ¿quién sigue tocando y quién dirige la orquesta? Asumamos nuestra realidad. Kunkel, Diana Conti, Parrilli, Zanini, Bielsa, Scioli, Capitanich, Boudou, Moreno, Mariotto, Julián Domínguez, Aníbal y Alberto Fernández (olvidar a los traidores es descuidarse y perdonar) Horacio Rosatti, Gustavo Béliz, Taiana, Timermann hijo, Abal Medina hijo, Nilda Garré, Lorenzini, Lorenzetti, Echegaray, Marcó del Pont, Randazzo, Débora Giorgi. Estos nombres danzan o danzaron en el universo CFK. ¿Quién levantará la pancarta si la viuda necesita descanso? Qué índice apretará los timbres.
En Argentina la certeza es una. No hay plan B en personas a cargo de algo tan brumoso como real. Las medidas de gobierno tienen las dos calificaciones. Ciertas y difusas. Aclaremos. Las medidas del gobierno, las conocidas, han sido y son concretas. Que obedezcan a una planificación no puede decirse sin pecado. Toda planificación tiene un desarrollo, todo proyecto tiene una finalidad. De dónde venimos, a qué lugar vamos. No dan respuesta los discursos de tribunas, no. No es bueno obligar a la adivinanza.
Para los proyectos no hay personas providenciales, hay desarrollo. Si el plan es el peronismo convendría recordar que Capitanich no es Gioja y Durán no es Alperovich. Que no lo serán. Que, por caso, De la Sota no es Scioli. Que no son compatibles excepto en un punto: el interés político, el interés por el poder. Si el proyecto es el poder y la salida es el peronismo, sola y únicamente, estamos, simplemente, mordiéndonos la cola.
Hoy el kirchnerismo amplía su base. Repite conducta. No se ha oído, en el kirchnerismo, la extensión al infinito del epíteto que, públicamente, le escupió sobre la oreja Kunkel a Solá. Hoy ambos sonríen, renace la calma, un himno a la vida los arados cantan. Hay un mensaje que baja del peronismo: que los críticos que exigen conductas éticas le vayan a cantar al poema de Alfredo Lepera.
El plan B del peronismo es siempre el mismo. Resistir. Resistir a como dé lugar. El peronismo lucha por el poder hasta que lo consigue. Ya está. Ahora luchemos contra las fuerzas del mal. Estamos sanos, somos peronistas, somos argentinos. Dios es nuestro y Maradona también.
El asunto es peligroso, quien no tiene plan B es el país. La única, la verdadera razón es que tanto el socialismo como el radicalismo, primos en la mirada del pasado y en la del porvenir, también son estatistas. Argentina aceptó que "algo se hizo bien", que simplemente había que mejorar. Malo conocido que bueno por conocer fue el slogan triunfante.
Se ha escrito: "El nivel de corrupción no fue claramente superior que el de otros gobiernos". Tal vez sea cierto pero, cualquier nivel de corrupción es malo; a menos que se acepte que gobernar es corromperse. Eso parece. Eso es. Cínica encrucijada: ¿el plan B incluye el freno a la corrupción?
En Argentina, país, provincia, ciudad, la biología está haciendo lo suyo. Aquellos que fueron actores en 1970 están muertos o retirados. Aquellos que lo fueron en 1982/83 están boqueando. Los que se incorporaron activamente en el 90 son los dueños de la pelota y no piden permiso. Con el siglo XXI como horizonte miran un mundo digital, muy cruel, más cruel porque ahora se sabe (online) que es mundial el acto de crueldad y los dirigentes que vienen son líquidos, prácticos o posmo, lo mismo da.
Argentina sigue referenciada en Discépolo. Los hermanitos plantearon un país que debería ser el propio, pero que los miraba mal. Que siempre los miraría mal. Stéfano es el gran drama que nos come los talones, históricamente. Hoy cualquier peronista ampliado lo sabe: la culpa es de los otros y el mundo es muy jodido con nosotros, los buenos. Weber, en Argentina, no vendería su libro, la ética protestante, ni siquiera en cuotas, con la tarjeta de débito automático y un viaje a la tumba de Lutero de regalo.
Acostumbrado a comprar en los outlet Argentina entiende que esto es lo que hay. Zapatillas con alguna manchita, un número más grande o más chico, no en el color que se quería, pero de marca. Segunda selección. Discontinuados. Nadie pide cambios en el outlet. Lo ve, lo prueba y se lo lleva.
Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, honesto pensador, comprometido con sus lecturas (y su pensamiento) pide que se amplíe el debate, la libre discusión sobre el presente y sus actores. Para exigirlo apela al argumento más simple: 53,90 por ciento de los votos útiles. No es un argumento, es un hecho. Se quedará solo Horacio si pide debate. El peronismo puro y duro no es una discusión ni un conciliábulo.
No hay una democracia liberal ni un proyecto claro en ejecución, ni un destino aparente. El peronismo es una voluntad unívoca de vivir bien y prestarle alegría al vecino. El peronismo es la cigarra de la fábula y en Argentina, piensa el peronista, siempre es verano. No busca en Constituciones y pactos internacionales nada propio. No es Costa Rica ni Alberdi su madre o su padre. Consejo elemental. No se disfrazan de contemplativos, magnánimos, ecuánimes y democráticamente justos quienes confiesan ser peronistas. Ni, mucho menos, intentan explicar la revancha.
Las justificaciones teóricas, los discursos generosos y simpáticos, desde la tribuna, los artículos pseudohistóricos explicando al peronismo, no son nada más que culpas de un fantasma, de un redomado fantasma. El diván liberal cobijó al peronismo. Parecería que han terminado el tratamiento. Recibió el alta. Sentirse sano es estar sano. No hay plan B.
Hoy su brazo izquierdo condena a su brazo derecho y siguen, felices y a los gritos en el carro. Ya sucedió. Sucede. El vaivén es el del movimiento. De sustancia nada nuevo. Algo sencillo de entender. El peronismo no es sustancia, es un comportamiento permanente, rutinario. Todos los días sale el sol. Allí estará el argentino, el peronista, calentándose. Para el peronismo el calor es su sentimiento. El único. Se insiste, cualquiera sabe, el sol no tiene plan B. La economía sí. Eso, a un buen peronista, no le interesa para nada.