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No hay domingo para las mujeres

Es extraño que dentro de los reclamos del feminismo no esté el feriado dominical para las mujeres.

Es extraño que dentro de los reclamos del feminismo no esté el feriado dominical para las mujeres. No conozco ni he conocido una sola mujer que pueda aprovechar un domingo como Dios manda: rascándose.

Los bebés, por ejemplo, no dejan de tomar la teta o comer porque sea domingo. Con una desconsideración que han de arrastrar de por vida piden lo suyo y, lo suyo, siempre es provisto por una mujer.

Tampoco se privan de hacernos cambiar los pañales todas las veces que fuera menester para ayudarnos a pasar un alegre descanso dominical. No me vengan por favor con la historia de que ahora los varones  ayudan. Es verdad, "ayudan" y se agradece pero, según la Real Academia, ayudar es "prestar cooperación". Ya la palabra "prestar" nos da idea de lo precario de esas acciones, porque lo que se presta se devuelve. Y no entraré en detalles.

Pasado el crítico momento de la lactancia viene el crítico momento del colegio. En esta etapa el domingo sirve para controlar deberes y preparar delantales o uniformes para la semana entrante.

Lo curioso es que, aunque la vida siga, los bebés saquen barba y todos se vayan de nuestra ala hacendosa, el domingo nunca queda para el ocio. Es el momento de acomodar lo que se alborotó durante la semana. De hacer algún arreglo que postergamos, en mi caso para adelantar notas y consultar algunos libros (dije "consultar" porque en mi austero diccionario de mujer, leer por puro placer, entra en la categoría del ocio extremo).

A tal punto es esa imposibilidad que he llegado a pensar que hay algo en la esencia de lo femenino, parecido a un hormiguero debajo del trasero, que va mucho más allá de cualquier distribución del trabajo, o injusticias masculinas.  Algo en nuestra naturaleza que siempre está bullente, inquieto y vital.

Viene a mi mente desde el fondo de los tiempos la milenaria postal. Veo a Adán y Eva en el paraíso, frente al manzano, ese árbol del bien y del mal, cuya fruta chorreaba sabiduría. Veo la cara de pelmazo de Adán, su absoluta abulia, su desinterés por cualquier cosa que exceda el partido del domingo o su equivalente bíblico y alcanzo a leer su pensamiento: "si estamos tan bien así"!... y también veo a mi tatarabuela, ansiosa, queriendo el saber pero, por encima de todo, "saber" que iba a pasar, si en lugar de una siesta edénica y aburrida, mordía el fruto, desafiaba a Dios y comenzaba el dengue.

El final de la historia lo sabemos todos, las conclusiones son siempre libres... ¿es que Dios nos castigó quitándonos un domingo, o es que ninguna mujer se aguanta ese ocio profundo, quieto y alienado que pude disfrutar un varón? Y ese, precisamente fue el castigo.

Perdón por la filosofía en ojotas... ahora lo piensan ustedes... Salgo corriendo porque quiero dejar ordenada una ropa que tengo que arreglar el domingo.