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No es regalo K: Cristina lo sabe útil y pone fichas

*Por Gabriel Bustos Herrera. ¿Por qué esta vez Cristina vino al "desayuno" de la Corporación? No trae regalos. Los K han leído el proceso transformador de la vitivinicultura. Y le ponen fichas.

Se quedaron en el camino víctimas del aislamiento tranqueras adentro en la viñita chica, rústica y familiar, desconfiados del agrupamiento. Sin embargo -viñateros de 10 hectáreas y contratistas- los míos se hubieran sentido orgullosos de este sábado de Vendimia. Y entendido que Cristina y su gente -como suelen hacerlo los del sillón de la Rosada- no vinieron como Reyes Magos.

Los K han entendido el proceso de transformación que afronta la vitivinicultura, que construye su futuro gestando una estrategia, y esa mesa de voz y voto en la que todos (todos, chicos y grandes, viñateros y bodegueros, cooperativistas o no, mendocinos, sanjuaninos o riojanos, técnicos del INTA, del INV, los ministros provinciales) debaten y deciden la política grande de la viña, de la bodega y del vino al mundo (y cada año aportan plata a esa construcción).

Ya no lo decide sólo el Barrio Cívico o los portadores de sellos. Debaten y -sin postergar urgencias y diferencias- están aprendiendo a priorizar coincidencias.

Se ocupan del vino nuevo, de incluir a los más chicos (sumándolos al negocio) y de los grandes (de los que invierten tecnología, trabajo y empuje).

Han tomado el destino en sus manos sin esperarlo todo del político de turno.

Si rascan en el tarro oficial, ahora lo plantean para cambiar y compartir la renta.

Sin hada madrina. Nuestras familias terminaron en los barrios pobres de la Gran Ciudad, en el éxodo de cientos de miles de pequeños viñateros. Pero mi Manuel o el tata Gabriel no hubieran visto llegar a la presidenta como al hada madrina, según sugirió alguna vez, muy obsecuente, Celso Jaque. Habrían aprendido, orgullosos, de estos nuevos aires que no alcanzaron a aprovechar.

Y no es nostalgia. Es convicción, porque el futuro se construye (no es verdad que "lo que es, es"). Y no lo hace sólo el gobierno de turno. Ni el dios mercado con su biblia y sus profetas.

¿Acaso los rostros de la primera fila en el patio del Hyatt no fue muestra de que el oeste del vino está gestando una verdadera política de Estado -no sólo de partidos políticos-, que procura integrar a los más chicos al negocio de los más grandes, modernizar y poner al buen vino en las vidrieras del mundo?

Con historia de compromisos, ahí estuvieron ex gobernadores y ex directivos de las cámaras productivas u organismos técnicos que pusieron fichas en el Plan Estratégico y en la mesa de la Corporación. Tal vez con énfasis distintos, aportaron dirigentes de la producción, empresarios, gerentes de las cámaras privadas (incluidos de Bodegas Argentinas y cooperativistas de Fecovita), los técnicos universitarios, funcionarios nacionales y provinciales. ¿Acaso no es un testimonio de una política de Estado?

Modelo para exportar. Aquí en Mendoza, Julián Domínguez, ministro de Agricultura, dijo (cuando trajo la visa para los 100 millones de pesos en crédito de tasa subsidiada a los bodegueros que integraron a sus viñateros chicos con contrato formal por 10 años): "Creemos en este modelo integrador, asociativo y modernizador, que es capaz de construir su destino entre privados y el Estado". Y eso es.

Claro, fue también una devolución de atenciones: el cooperativismo vitivinícola, ahora en la vicepresidencia de Coninagro en reemplazo de las cooperativas lecheras, le salió al cruce a Biolcatti (el vozarrón de la Sociedad Rural y batuta en la Mesa de Enlace) el día en que pidió la renuncia de Domínguez: "Hay dos campos, el de la Pampa Húmeda sojera y granera y el otro, el del interior profundo, de las economías regionales, que suman valor agregado con la agricultura de base agrícola y que se mueven en otro modelo económico y productivo", le contestaron desde Mendoza.

O sea, por un lado el campo húmedo, que modeló siempre la vida política e institucional del país desde el Puerto. Y por el otro, la tierra que cincha contra la aridez, el centralismo y la concentración. Que aporta valor agregado industrial a lo que produce sin lluvias generosas del cielo ni humus (hay que mirar la evolución de la agroindustria en las exportaciones mendocinas). Ahora queremos ser la puerta del Mercosur al Pacífico, con el túnel bajo y el tren.

Ni regalo, ni lentejuelas. Fui invitado cuando, en los últimos 3 años, dos veces el IAE -de la

Universidad Austral, en Pilar, donde se forma la flor y nata empresaria argentina- convocó a los gestores del Plan Estratégico Vitivinícola y a la mesa común de la Coviar, para que explicaran cómo "habían conseguido asociar el esfuerzo privado y el estatal para definir una estrategia y armar una política regional de esta envergadura".

Y leí la exposición en el Coloquio de IDEA, en Mar del Plata, ante más de 500 dirigentes, empresarios y políticos de todo el país, amantes la mayoría del eficientismo económico y de la economía concentrada y de escala (en la que no les cuadra el modelo pyme cuyano heredado de los que vinieron de los barcos, en el que viven el 85% de los viñateros de menos de 15 hectáreas y varios centenares de bodegueros pyme).

Soy testigo de cuando los directivos del BID para la América Latina se llevaron entusiasmados a México y Perú el "modelo Coviar" y el de integración y modernización de viñateros y bodegueros (que el BID y el gobierno nacional financian con 50 millones de dólares).

Los profesionales del INTA, del INV y de las facultades de Ciencias Agrarias pueblan ahora los programas para modernizar, capacitar y tecnificar a los viñateros del viejo olvido. Y democratizan la información y el arreglo de precios (con el apoyo de la Bolsa de Comercio y el INV), que antes manejaban unos pocos.

Las consultoras de Buenos Aires se disputan las campañas de la Corporación para promocionar nuestros torrontés o los excelsos malbec en el país y en el mundo.

De los casi 1.700 millones de exportación de Mendoza, los asociados a la Coviar aportan unos 800 millones (en vino, mosto, pasas y uvas frescas).

No es obsequio vendimial lo del Hyatt. Ni espejitos de colores de la viña y la bodega.

Ni el gran esfuerzo ha disipado todas las angustias de viñateros y bodegueros. Tampoco limó todas las diferencias internas. Pero han conseguido convertir en algo mucho más constructivo los dramáticos "almuerzos de las fuerzas vivas" de otros tiempos (en los que alguna vez tuve que guarecerme de la lluvia de vasos, panes o racimos, que cerraron escándalos históricos entre unos y otros, delante de diplomáticos, funcionarios de toda laya, demócratas, radicales y peronistas, ministros y allegados).

No comen vidrio. Por eso vienen a jugar fuerte en esta propuesta. Hicieron un brindis matutino en el que están todos (los que no están ahí, no quisieron renunciar a los sellitos de goma con los que extorsionaban a sus pares o a los políticos de turno).

Cómo olvidar el vino agrio en las acequias, los prorrateos intervencionistas, el cajón de muerto ante el palco vendimial, los escraches del Carrusel, los "operativos especiales" para los amigos, los subsidios antes de las elecciones, etc.

Cómo olvidar aquellos días de 2004, cuando un par de bodegueros grandes-grandes le calentaron la oreja a Roberto Lavagna. El Congreso acababa de aprobar por unanimidad la ley de creación del PEVI y la Coviar. Lavagna le pidió a Kirchner que vetara la ley empujada por lo del Gran Cuyo del vino.
 
Pero los de la mesa estuvieron rápidos de reflejos para salvarla: "A este veto lo degüello", dicen que prometió bajo el bigote Aníbal Fernández, en sus tiempos de poder. Y se la ganó a Lavagna y a sus poderosos amigos. Y el veto fue al canasto. Lo que casi aborta Néstor es a lo que hoy se suma Cristina. No es regalo. Pone fichas en algo que sabe útil.