"Niñas madres", cuestión de Estado
El tema de las chicas embarazadas antes de los 14 años merece respuestas muy amplias, ya que, además de educación sexual y política sanitaria, deben incluir los aspectos culturales y religiosos.
Que en un año haya aumentado 30 por ciento la cantidad de "niñas madres" –es decir, chicas que han dado a luz antes de los 14 años–, constituye un problema ético, sanitario y legal de alta complejidad, que tiene un fuerte impacto en la vida familiar y que, en caso de señalar una tendencia, puede acarrear consecuencias por ahora imprevisibles.
Mucho se ha hablado y escrito sobre los abusos de menores, pero en cambio no se ha tomado conciencia sobre el tema de las relaciones sexuales consentidas entre menores, que, según las estadísticas, han aumentado en forma constante en los últimos tiempos.
La ley es clara en algunos aspectos, como que toda relación sexual de un adulto con una menor de 13 años está penada, al igual que con una menor de 16 años si se aprovecha de su inmadurez sexual. Pero, como es obvio, nada dicen las normas vigentes sobre el consentimiento y las relaciones sexuales entre menores, que son más frecuentes y no encuadran en la figura del abuso de adultos a menores.
Los embarazos de chicas que lindan entre la minoridad y la adolescencia están incluidos en la agenda de la política sanitaria, pero como muchos otros temas de "la nueva epidemiología", exceden con creces los límites de la medicina para insertarse en un ámbito social mucho más amplio, que incluye aspectos culturales de una gran envergadura.
Estudios del Ministerio de Salud de Córdoba señalan que la mitad de los adolescentes comienza a tener relaciones sexuales antes de los 15 años y sólo uno de cada dos está instruido sobre métodos anticonceptivos y los usa en forma adecuada, lo que hace que muchos embarazos sean "no deseados", un término equívoco y ambiguo, que no puede ser definido con exactitud ni por la medicina ni por el Derecho. La educación sexual, en ese sentido, resulta una necesidad imperiosa, tanto en el ámbito familiar como escolar.
Pero hay otra dimensión del problema: la religiosa. Ciertas creencias –cristiana, musulmana y judía– tienen por lo general principios inamovibles, como que la castidad es obligatoria hasta el matrimonio, tanto para la mujer como para el varón. Esos principios son cumplidos de manera estricta por muchos creyentes, pero hay muchos otros que no los cumplen y adecuan sus comportamientos a parámetros culturales diferentes, no sólo entre los adolescentes, sino también entre los jóvenes y los mayores.
Esta cuestión excede la política sanitaria y los criterios judiciales, aunque el Estado tiene la responsabilidad ineludible de impulsar la educación sexual en todos los niveles. Ya no se trata sólo de la prevención del sida y de otras enfermedades infectocontagiosas, sino de una problemática mucho más amplia, de no fácil resolución, que incluye aspectos morales, religiosos y culturales de una gran dimensión.
Mucho se ha hablado y escrito sobre los abusos de menores, pero en cambio no se ha tomado conciencia sobre el tema de las relaciones sexuales consentidas entre menores, que, según las estadísticas, han aumentado en forma constante en los últimos tiempos.
La ley es clara en algunos aspectos, como que toda relación sexual de un adulto con una menor de 13 años está penada, al igual que con una menor de 16 años si se aprovecha de su inmadurez sexual. Pero, como es obvio, nada dicen las normas vigentes sobre el consentimiento y las relaciones sexuales entre menores, que son más frecuentes y no encuadran en la figura del abuso de adultos a menores.
Los embarazos de chicas que lindan entre la minoridad y la adolescencia están incluidos en la agenda de la política sanitaria, pero como muchos otros temas de "la nueva epidemiología", exceden con creces los límites de la medicina para insertarse en un ámbito social mucho más amplio, que incluye aspectos culturales de una gran envergadura.
Estudios del Ministerio de Salud de Córdoba señalan que la mitad de los adolescentes comienza a tener relaciones sexuales antes de los 15 años y sólo uno de cada dos está instruido sobre métodos anticonceptivos y los usa en forma adecuada, lo que hace que muchos embarazos sean "no deseados", un término equívoco y ambiguo, que no puede ser definido con exactitud ni por la medicina ni por el Derecho. La educación sexual, en ese sentido, resulta una necesidad imperiosa, tanto en el ámbito familiar como escolar.
Pero hay otra dimensión del problema: la religiosa. Ciertas creencias –cristiana, musulmana y judía– tienen por lo general principios inamovibles, como que la castidad es obligatoria hasta el matrimonio, tanto para la mujer como para el varón. Esos principios son cumplidos de manera estricta por muchos creyentes, pero hay muchos otros que no los cumplen y adecuan sus comportamientos a parámetros culturales diferentes, no sólo entre los adolescentes, sino también entre los jóvenes y los mayores.
Esta cuestión excede la política sanitaria y los criterios judiciales, aunque el Estado tiene la responsabilidad ineludible de impulsar la educación sexual en todos los niveles. Ya no se trata sólo de la prevención del sida y de otras enfermedades infectocontagiosas, sino de una problemática mucho más amplia, de no fácil resolución, que incluye aspectos morales, religiosos y culturales de una gran dimensión.