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Navidad en julio

Esta mañana a la salida de la radio una amiga desconcertada me preguntaba cómo era eso de festejar la Navidad en julio, si se trataba de algún calendario peruano que desconocía.

Largué la carcajada... Me encanta bautizar las cosas, quizás para ubicarlas en mi corazón. ¿Cómo se llama el momento donde se reúnen seres que se aman mucho que viajan de otro país, de otras provincias, de otros barrios, sólo para celebrar con alegría, regalos, comida y bebida, el milagro de la amistad?

No mediaba un cumpleaños, ni un casamiento, un velorio desorbitado, ni una orgía... Pues para mí, se llama Navidad. Si cae el 24 de diciembre, mejor, pero si no se arma en cualquier fecha y se llama igual. Pese a que por la reciente visita papal hasta las almas más impensadas han caído en algo religioso, dudo que nadie se pueda llamar a ofensas. Es La Fiesta, desde el fondo de los tiempos, al costado de las fogatas o en las bodas de Canaán, y también es la ofrenda que se puede hacer a un dios o a la vida misma. Una manera de afirmar la vida contra la muerte, eros frente a tánatos, y ya que estamos nos chupamos todos.

Así fue que arribaron de Perú, R & R con valijas cargadas de regalos, Cori y Norber hicieron otro tanto, Gaby cocinó dos días seguidos y yo preparé, en un acto de audacia que me enaltece, tragos peruanos. Una "algarrobita", que nunca sabré si salió fiel a la original, pero los dejó tan o mas contentos que la auténtica (me parece que se me fue la mano en el pisco pero, por ser tan dulce y espumosa, pasó por las venas directo al ombligo, y pocas reuniones hubo tan risueñas).

Amparo se dedicó a cosechar regalos: libros, videos, remeras de Violetta, que la transportaron de felicidad (¿qué es ese nuevo furor infantil?) y otras con las tres reglas con que los Incas organizaron su imperio "ama sua, ama lulla y ama quella". Traduzco sin orden: no mientas, no robes, no seas perezoso (la cuestión de no desear a la mujer de tu prójimo no les importaba para nada a los Incas, y a la luz del imperio que llegaron a construir antes de la llegada de los blancos, no pareciera ser tan importante). Recolectó también mochilas multicolores, hipopótamos del más tierno peluche con naricitas rosas, golosinas, dulce de sauco, decomisado automáticamente por su madre, un par de botas fucsias y cosas que escapan a mi memoria.

Dentro de la montaña de cosas, hubo un regalo que desató la parte mas vil de mi alma: una caja de donde al abrirla, salía música, pero adentro traía un diario personal y un espejo. Es el momento de confesar mi costado más bellaco. Hay dos cosas por las que peleo con mis nietos como una hampona: los juguetes y los dulces, y no tengo ningún límite (salvo la fuerza física), en persuadirlos embaucarlos, chantajearlos para obtener lo que quiero. En ese caso "quería ese diario", y comenzamos una negociación infernal. La llamé a un aparte y comencé el apriete.

-¿Ampi vos sabes lo que te regalaron?

-Un diario para escribirle adentro mis cosas, contestó con suficiencia y mirándome con desconfianza porque me conoce.

-¿Y vos qué vas a escribir?, respondí, ninguneando su vida. A mí sí me pasan cosas más importantes.

-Sin retroceder un paso, Ampi afirmó: "En casa a cada rato se nos pierde el Chupetín (su caballo) y Chocolate muerde gente ¿vos que tenés?"

-Estaba por contestar a tu abuelo, pero como no se pierde y no muerde a nadie... me di por vencida. Acepté su cross de derecha, después de todo es cierto, no tengo caballo, ni perro, y casi ni gente. Así que cambié el ángulo de la negociación... "Pero ese es un diario raro porque tiene un espejo. Vos sabés que la abu escribe y jamás se mira al espejo"

-Claro, dijo Amparo, "pero yo sí. ¿No ves cómo tengo el pelo bien lisito, y vos sos toda rulosa?".

-Ampi -dije con voz suplicante- lo quiero tanto que soy capaz de desmayarme.

-Me miró cual una cucaracha (así me sentía) y con voz helada replicó: "Abu, no me gustan `las desmayaciones´" Perdí tres a cero.

La fiesta siguió hasta que ella cayó rendida abrazada a su diario. Y los grandes, ya mareados de tanta algarrobina, de tanta alegría compartida, de tanto recuerdo repasado. Nos dijimos adiós, hasta la próxima Navidad, dónde y cuándo nos toque... y ya que estábamos nos deseamos un próspero Año Nuevo. Amén.