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Nada de limosnas

Lo mismo que aquellos sindicalistas que protestan porque, al aumentar los ingresos de sus afiliados, éstos se ven obligados a pagar el impuesto a las Ganancias, el gobierno nacional no puede sino sentirse molesto por la declaración reciente del comisario de Desarrollo de la Unión Europea, Andris Piebalgs, de que en adelante la Argentina podrá "hacerse cargo de su propia pobreza", razón por la que debería dejar de recibir ayuda financiera aportada por los contribuyentes de Europa.

Compartirán su actitud los representantes del gobierno norteamericano que, en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo, últimamente han votado en contra de otorgarnos préstamos blandos que a su juicio deberían destinarse sólo a países que son mucho más pobres que el nuestro. Parecería, pues, que entre los líderes de los países ricos está difundiéndose la convicción de que, en vista del éxito espectacular del "modelo" que, según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, merece ser copiado por el resto del mundo, ya no tiene sentido tratar a la Argentina como un país que necesita la caridad ajena para atenuar sus lacras sociales, de ahí el fastidio reflejado en las palabras de Piebalgs.

Aunque los motivos de los europeos tienen mucho que ver con sus propias penurias financieras, también ha incidido en su voluntad de modificar los programas de ayuda el triunfalismo que se ha apoderado de ciertos líderes de países "emergentes" que día tras día les informan que, dentro de muy poco, los reemplazarán como los gerentes de la economía mundial.

Tienen razón, claro está, los que insisten en que es poco razonable seguir ayudando económicamente a países que, en buena lógica, deberían ser perfectamente capaces de valerse por sí mismos. Puede que la Argentina sea pobre en comparación con Estados Unidos, los miembros de la Unión Europea, el Japón, Australia y Canadá, pero así y todo forma parte de la clase media internacional y por lo tanto sería legítimo pedirle que contribuya con fondos para los realmente atrasados, entre ellos Bolivia y Paraguay.

Al fin y al cabo, el ingreso per cápita es más de dos veces superior a aquel de la nueva estrella del firmamento económico mundial, China, y ocho veces mayor que el de la India. Asimismo, contamos con un sinnúmero de ventajas comparativas, como las supuestas por una población no muy grande y recursos agrícolas y mineros abundantes, que posibilitaron la recuperación macroeconómica muy rápida que experimentamos una vez superado el caos provocado por el colapso de fines del 2001 e inicios del 2002.

La resistencia de los europeos y norteamericanos a continuar brindando asistencia financiera a países que a su juicio no la precisan se debe no sólo a la necesidad de reducir el gasto público sino también a la conciencia de que hasta ahora los frutos de los programas en tal sentido han sido decididamente magros. Han hecho mella las críticas de quienes arguyen que en el fondo se trata de transferir grandes sumas de dinero de los bolsillos de los contribuyentes pobres del Primer Mundo a las cuentas bancarias abultadas de los ricos del Tercero, ya que una proporción significante de los miles de millones de dólares o euros suele ser apropiada por funcionarios corruptos y sus amigos empresarios, sin llegar nunca a los auténticamente necesitados.

Con el propósito de impedir que esto siga ocurriendo, los donantes de ayuda monitorean la evolución de los programas que están costeando con cada vez más rigor, además de subrayar en cada momento la importancia de respetar ciertas normas básicas, lo que en algunas partes del mundo ha dado lugar a situaciones escandalosas. Por lo demás, han entendido que, tal y como ocurre en sociedades en que es habitual que muchas familias vivan de subsidios estatales, la dependencia es de por sí mala. Aunque en la Argentina los abusos de la caridad primermundista nunca alcanzaron las mismas dimensiones que en África, el Oriente Medio y algunos países de Asia, el mero hecho de que se haya visto incluida en la nómina de países considerados incapaces de "hacerse cargo de su propia pobreza", además de la educación, la salud pública, la infraestructura básica y así por el estilo, puede considerarse desmoralizante, razón por la que sería positivo que la presidenta Cristina festejara su prevista reelección anunciando que no vamos a aceptar un centavo más.