Murió Videla: cuando la muerte es esperanza
La muerte no se festeja, dicen, pero acostumbrados a toneladas de desilusiones, es bueno ver que, a veces, las consecuencias son consecuentes.
Por Sofía Taruella
starruella@diarioveloz.com
@Sofisuu
Un hermoso cielo celeste despejado y sin nubes anticipó que hoy sería un buen día.
Esa sensación contradictoria de una muerte que no genera ni respeto es extraña. Pero es que detrás del desenlace natural de un ser humano, la muerte del dictador Jorge Rafael Videla, mientras cumplía su condena por el secuestro sistemático de bebés nacidos en cautiverio -entre otros cargos- es la comprobación de que todo tiene su fin y de que, a veces, las consecuencias son consecuentes.
De cualquier manera, esto no significa el comienzo de una nueva era de utopías concretadas si no hay un compromiso real para que así sea. La muerte, después de todo no es más que el más humano y predecible de los finales.
Pero que Videla terminara sus días en una cárcel COMÚN y donde además enfrentaba un nuevo juicio por su responsabilidad en el llamado Plan Cóndor, es de esos pequeños granitos de arena de optimismo en la playa de las desilusiones, tristezas y dolores.
La muerte no se festeja dicen, a mí hoy, por lo menos, me genera esperanza.