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Mundial marcado para la familia del "Topo" López: su mujer había estado en un tiroteo

A días de haber llegado a Brasil para realizar la cobertura de la Copa del Mundo, Verónica Brunati presenció un tiroteo y lo relató en primera persona.

La cobertura del Mundial de Brasil estuvo marcada por los problemas desde un principio para Jorge "Topo" López y su esposa, también periodista, Verónica Brunati. La cronista del diario español Marca estuvo en medio de un tiroteo.

La mujer de "Topo" junto con sus compañeros de trabajo presenció un tiroteo en Belo Horizonte y el auto en el que viajaban quedó en medio de la balacera.

La periodista relató el mal momento vivido en el diario español donde trabaja, bajo el estremecedor título de: "¡Tiene un revólver! ¡Acelerá! ¡Acelerá!"

A continuación, el relato en primera persona de Verónica:

"En el Estado de Minas Gerais el peligro está a la vuelta de la esquina. Seguir a la selección argentina tiene su riesgo por aquí. Como estar metida en medio de un tiroteo.'¡Tiene un revólver! ¡Acelerá! ¡Acelerá!'...

Para trasladarnos, los periodistas argentinos ensayamos cada día una estrategia para evitarlo. La primera señal de emergencia fue comprobar que los GPS de los coches rentados indicaban rutas poco seguras. En un estado que alberga 13 millones de habitantes, las rutas son verdaderas hilos de telas de araña. Y muchos se llevaron más de un susto cuando sus coches fueron conducidos por caminos supuestamente seguros al interior de las favelas, los barrios peligrosos. La explicación fue: los mapas de los GPS no están actualizados con las nuevas modificaciones.

A partir de ahí, todos hicimos un esfuerzo por recordar desde nuestros hoteles el camino más seguro encontrado. Cada autopista, cada desvío, cada señal que condujera a Ciudad Do Galo, el predio de Atlético Mineiro, la casa de la Selección Argentina en Brasil. Hay tantos ramales de las autopistas en la distancia de 30 kilómetros entre Belo Horizonte y Cidade do Galo, que cualquier error puede conducirte a sitios inesperados y en apariencia peligrosos.

Pero el segundo día de intentar la ruta a Cidade do Galo, un empleado de mi hotel en Vespasiano nos recomendó a mí y a un colega un atajo. Vespasiano es un municipio de 6.000 habitantes. Gente humilde y trabajadora. Pero aislado de las grandes urbes. Y peligroso, especialmente por la noche. Pero durante el día, es una postal más de cualquier barrio humilde de Brasil.

Rúa de Oliveira, un domingo a las 11.30 de la mañana no parecía un camino inseguro, sino una avenida más de un barrio de la zona. Vimos supermercados. Un cajero automático, y gente andando hacia la iglesia. Y eso nos tranquilizó. Siempre recto dirección a la autopista, que nos conduciría a Ciudad Do Galo. Subíamos a unos 60 kilometros por precaución. Son caminos con pronunciadas subidas y bajadas entre morros repletos de casitas precarías, unas sobre otras.

Escuchábamos música. Con las ventanillas levantadas (norma básica de seguridad). Cuando veo un 'minino' moreno de unos 18 años, acompañado de dos niños pequeños. Hasta ahí, nada preocupante. Ellos caminaban por la acera, cerca de un almacén, y mi auto se acercaba a ellos . A partir de entonces sentí que nuestro tiempo se detenía en una sucesión de instantes eternos. Y aunque fueron solo un par de minutos: vi que el 'minino' se acercaba a nosotros y que junto a su muslo giraba con los dedos de su mano derecha el tambor de un revólver. Y empecé a gritar como loca: '¡Tiene un revólver! ¡Acelerá! ¡Acelerá!'.

El chaval caminó apuntando en dirección a nosotros. Hasta que estuvo a medio metro nuestro y disparó. Cerramos los ojos y giramos las cabezas, como si pudiéramos así corrernos de la línea de fuego. Una reacción estúpida. Solo Keanu Reeves puede doblarse y eludir las balas. Pues eso no lo hicimos. Y afortunadamente no éramos nosotros el blanco. Nos hubiera matado. Y esas balas impactaron en un vecino al que el chaval insultaba y disparaba. No sé cuantas explosiones escuché. Conté cinco pero pudieron ser más. Luego ya no escuchaba. Estaba aterrada. La mente en blanco. Y no tuve valor de darme vuelta. Jorge había acelerado. Los gritos de alguien. Y más tiros. Y luego el silencio.

Lo último que vi fue los niños. Pequeños como mis hijos Agustín y Lucía de tres y cuatro años, contemplando como si se tratara de un juego, a su ¿hermano? cargar un revólver y dispararle a un vecino. No estaban asustados.

Cuando regresé al hotel, le conté al empleado lo que nos había sucedido esa mañana. E indagué más sobre Vespasiano esperando una respuesta tranquilizadora que me permitiera vivir en paz los próximos 30 días de Mundial. Me escuchó asombrado. Pero enseguida me dijo con resignación: 'Tal vez haya sido un ajuste por temas de droga. Esto también es Brasil'".