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Mucho más que un espejo

* Por Carlos Pagni, No hace falta demostrar que la amistad con Hugo Chávez ha modelado la historia del kirchnerismo.

Nota extraída del diario La Nación

Es imposible narrar la aversión de los Kirchner a una interpretación pluralista de la política, y su adaptación cada vez más entusiasta al populismo, sin mencionar su contemporaneidad con el chavismo.

Sin embargo, discernir la naturaleza y el alcance de esa consonancia resulta problemático . Sobre todo si se renuncia a categorías mecanicistas, como el plagio o la influencia.

La relación con la Venezuela de Chávez es el único vínculo externo que Néstor y Cristina Kirchner mantuvieron sin altibajo alguno a lo largo de una década. Ellos, que no pudieron perseverar en la afinidad con España, en la familiaridad con Uruguay, en la buena vecindad con Chile ni en la asociación comercial con Brasil, entablaron con el presidente fallecido un romance frente al cual el carnalismo de Menem con Bush se reduce a mera cortesía.

Las simpatías personales o ideológicas son pistas engañosas para explicar esa solidez. Chávez estuvo vinculado, desde el comienzo, a la solución de dos problemas que el kirchnerismo no consiguió resolver en una década: financiamiento y energía.

Aislado de las redes internacionales de inversión, Néstor Kirchner encontró en el venezolano a un prestamista permisivo.

Entre 2006 y 2008, Chávez financió a Kirchner en más de 5000 millones de dólares, a través de los Bonos del Sur. Tras el disfraz de la generosidad bolivariana se escondió una pésima decisión financiera del kirchnerismo, el "desendeudamiento", que se amparó en la coartada de independizar la política económica. El Gobierno saldó por adelantado una deuda de 9500 millones de dólares con el Fondo Monetario Internacional, por la que se pagaban intereses del 4,5% anual, para adquirir otra con Venezuela a más del 10% anual. Cuando esa tasa se volvió usuraria -15,6% en septiembre de 2008- los Kirchner buscaron una fuente de ingresos menos exigente estatizando el sistema previsional.

El protectorado material de Chávez fue más amplio en el área energética. En 2004, el desabastecimiento obligó a Kirchner a suspender las exportaciones de gas a Chile. El auxilio llegó a través del antiguo "Comandante Fausto", Alí Rodríguez, actual secretario general de la Unasur y por entonces presidente de Pdvsa. Fue él quien ideó el fideicomiso binacional para el trueque de alimentos por combustibles, que ha sido el eslabón más firme y controvertido del amorío entre kirchneristas y chavistas.

En el nexo energético están presentes los rasgos de un estilo inconfundible, común a los Kirchner y a Chávez: la predilección por las relaciones comerciales interestatales. La receta inaugurada con Venezuela se ensaya ahora con Angola, con Azerbaiján y, es muy probable, con Irán.

La ineficiencia es el otro rasgo de familia que aparece en estos intercambios. El fuel oil y el petróleo no venían, en general, de Venezuela, sino de otros mercados. La estatal Enarsa gastó fortunas en explorar la faja del Orinoco sin obtener reserva alguna. También iba a instalar 600 estaciones de servicio con Pdvsa, de las que se construyeron sólo dos. La planta regasificadora de Bahía Blanca quedó en veremos. Y Pdvsa no exploró uno solo de los bloques off shore asignados a Enarsa, como había prometido. Esta inoperancia militante adquirió rasgos de realismo mágico en aquella imagen de Kirchner y Chávez trazando con el dedo en un mapa de América del Sur el gasoducto de 4000 kilómetros que uniría el Caribe con el Plata.

El fideicomiso de la energía manchó la unión con Chávez con la sombra de la corrupción. La valija con 800.000 dólares de Guido Antonini Wilson y la embajada paralela denunciada por el diplomático Eduardo Sadous son estampas imborrables de la poco edificante peripecia moral del kirchnerismo.

Es posible que el rédito más alentador de la conjunción bolivariana sea el incremento del comercio, que saltó de 100 a 1500 millones de dólares anuales, gracias al trabajo poco resonante de Eduardo Sigal, el ex secretario de Comercio Alfredo Chiaradia y la ex embajadora en Caracas Alicia Castro.

Más allá de su dimensión utilitaria, ¿el chavismo ha sido para el kirchnerismo un espejo que adelanta, un modelo de llegada? El lugar común dice que sí. Pero el nexo entre ambas experiencias es intrincado.

La política exterior de los Kirchner se sirvió del idilio con Chávez como una variable dependiente de su progresivo alejamiento de Estados Unidos. Esa camaradería fue explicada primero como una forma de evitar que Chávez se sumara al "eje del mal". Casi un servicio a Washington. Pero cuando el FMI postergó, en agosto de 2004, la aprobación del programa argentino, Kirchner se entregó, despechado, a los brazos del emir caribeño. En noviembre de 2005 vapuleó a George W. Bush en Mar del Plata, mientras organizaba con su socio una contracumbre de las Américas. En diciembre de 2007, cuando desde los tribunales de Miami trascendió que los dólares de Antonini estaban destinados a la campaña de su esposa, el ex presidente se sumó a la desopilante patrulla de rescate de rehenes de la FARC en la selva colombiana. Dos meses después Cristina Kirchner invitó a Chávez a insultar desde Buenos Aires al presidente de Estados Unidos, que visitaba Montevideo. Este juego triangular prefiguró la relación con Irán, cuya vuelta de campana no se explica si se excluye a Estados Unidos como referencia permanente de la política exterior.

Las adhesiones y rechazos con Caracas y Washington estuvieron dirigidos, sobre todo, a una audiencia doméstica: haciéndole la segunda voz a la melodía antiimperialista del chavismo, los Kirchner halagaban a su clientela de izquierda, que ve en el "socialismo del siglo XXI" un relanzamiento de la revolución cubana y que encontró a menudo en Pdvsa una caja amiga. También sembraron una contradicción entre sus adversarios: Chávez tiene innumerables feligreses en el FAP, la UCR y la CGT de Moyano, lo que revela la extensión del consenso que subyace hoy a la política argentina.

Sin embargo, el kirchnerismo ha mantenido con Caracas un alineamiento político mucho menos automático que el que lo ata a las administraciones brasileñas del PT, con las que las disonancias son sólo comerciales. En la intimidad, la Presidenta se ha mostrado escéptica sobre el conflicto de Chávez con los gobiernos norteamericanos, sobre todo por el compromiso comercial de Venezuela con Estados Unidos. Y a menudo ha criticado, en voz baja, el militarismo armamentista de su amigo fallecido. Estas reservas se expresaron en la negativa a incorporarse a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).

Otras similitudes harían pensar que los Kirchner, sobre todo Cristina, encontraron en Chávez a un inspirador: la demonización de la prensa independiente, el avasallamiento de la Justicia, el reeleccionismo indefinido, las intervenciones sobre la economía, el culto a la personalidad del que manda. Pero es más probable que ese parecido sea hijo de una concepción populista que no necesita recurrir a la imitación porque se basta a sí misma. Las inclinaciones que se habrían contagiado del chavismo ya estaban presentes en los Kirchner cuando gobernaban Santa Cruz. Además, a ellos no les hace falta alargar la vista hasta Venezuela para aprender esa lección. Les alcanza con el magisterio del general Perón, de quien el coronel Chávez se consideró siempre un discípulo.

Ahora que el gobierno venezolano fue heredado por Nicolás Maduro, este parentesco estará sometido a un ajuste. Maduro deberá controlar un frente interno desafiante, sobre todo por el ala militar de su propio movimiento. La consistencia del hiperpresidencialismo que auspician los Laclau será puesta a prueba. Y el activismo internacional bolivariano tenderá a decaer.

Devoto de La Habana y formado en el PC venezolano, para Maduro debe haber sido misterioso anunciar la muerte de Chávez el día en que se cumplieron 60 años de la de Stalin. Aplicado y trabajador, el nuevo presidente carece de la extraversión y la extravagancia de su mentor. Además, su relación con la dirigencia argentina deberá ser reseteada. Los mejores amigos de Maduro -Alicia Castro, Rafael Follonier, Jorge Taiana y Eduardo Sigal- no ocupan el centro de la escena o no están en el poder.

Las dificultades de Maduro para llenar la vacancia internacional que deja Chávez pueden ser tentadoras para otros líderes de la región. Cristina Kirchner, que acentúa la deriva populista inaugurada hace una década con bastante timidez, es uno de ellos. La ensoñación de levantar su perfil sobre la memoria de otro muerto relevante puede resultarle irresistible. Esa fantasía explica quizás en parte su entendimiento con Teherán. La Presidenta ya confesó lo que unos pocos presentían: que su acuerdo se inscribe en una gestión de pacificación universal, que ella podría protagonizar como puente entre la Unasur y el mundo islámico.

Hay que suponer que alguien con aspiraciones de esa magnitud desea también la reelección. Pero el programa no pierde su sentido si se lo ve como la salida laboral de una biografía que, desde 1989, ha transcurrido en el seno del Estado.