Mucho más de cuarenta años después
*Por Hugo Luis Ostropolsky. A través de determinadas experiencias personales, el autor recuerda a la Mendoza del pasado y a sus anteriores generaciones, comparándolas con el tiempo que nos toca vivir.
Hace mucho mas de 50 años comenzó en Mendoza a ofrecerse una beca de un año de estudios y convivencias con familias particulares en los Estados Unidos de Norteamérica. Me refiero concretamente al programa de American Field Service.
El objetivo enunciado en ese experimento social consistía en ofrecer una participación de vida en el país destinatario (en aquel momento Estados Unidos) a los estudiantes secundarios.
Ello se hacía, y hasta hoy se hace, para lograr un entendimiento de tipo práctico en el conocimiento de las diversas sociedades que se vinculaban.
Participaban estudiantes secundarios de todos lados del mundo. El hecho esencial consistía en vivir con una familia norteamericana, formando parte de su misma intimidad, lo que hacía una especie de creación de familia sustituta mientras duraba el programa.
Como punto principalísimo estaba el hecho de concurrir a una escuela secundaria del lugar y tomar parte de sus clases, de su historia, de su vida política escolar y de su sistema educativo. Y todo ello en inglés. Esto provocó la creación de vínculos afectivos, amistosos y compañerismo con los demás educandos.
En aquella época los Estados Unidos eran un centro indiscutido de excelencia educativa. Era virtud de cada cual tomar, o no, lo que se le ofrecía en el amplio abanico de posibilidades.
Y así no sólo había vinculación con norteamericanos, sino con los restantes becarios de otras partes del mundo. Aprendimos a interrelacionarnos con europeos, asiáticos, africanos, otros americanos y de diversas religiones.
Los que fuimos beneficiarios de ese programa sentimos como una unión sagrada entre nosotros, mucho mas allá de banderías políticas, nacionales y religiosas, la pertenencia a ese tipo de convivencia social.
Las diversas camadas de becarios de Mendoza, partiendo desde los que fueron en 1958/59, hasta los que partieron en 1964/65, realizamos un encuentro después de mucho más de 40 años.
Se hizo un almuerzo en un club privado de Mendoza y cada camada se ponía de pie, se presentaba, citaba a los compañeros que habían integrado cada una de ellas y se recordaba a los ausentes. Si bien todos, o casi todos, nos conocíamos entre cada camada, los embates del tiempo hacían necesario obligarnos a recordar quién era cada cual.
El grupo, entre todos, se constituye por gran cantidad de profesionales, odontólogos, médicos, abogados, profesores universitarios, escritores, pedagogos, egresados de Ciencias Políticas y Sociales, profesores de lenguas extranjeras. Muchos de ellos ocupamos cargos de importancia y relevancia; en universidades, gobiernos nacional, provinciales y municipales. En fin, un gran espectro de grupo pensante.
Pero ese fue el acontecimiento social. Lo importante es tener presente cuál ha sido la valoración tenida por nosotros, después de mucho más de 40 años; después de vivir esa experiencia, saliendo de nuestra adolescencia en otro país, con otra familia, con otra cultura y con otro idioma. En otras palabras, qué dejó esa experiencia en nosotros en nuestra madurez.
Hubo importantísimas opiniones. No pretendo citarlas a todas. Sencillamente y simplificando trataré de recordar la evaluación generalizada.
Cuando viajamos y en la época de nuestra partida (década del 60), Mendoza era una ciudad y una sociedad bastante cerrada en sí misma. Sea esto por la constitución social que la integraba como por su propia conformación política y religiosa .
Una Mendoza donde las parejas no salían solas, sino en grupos o con acompañante de la mujer. Donde para ir al cine, gran entretenimiento de la época, los varones debíamos asistir si no de traje, por lo menos con saco y corbata y las mujeres con sus mejores vestidos. Recuerdo que había cines donde se ofrecían en préstamos sacos y corbatas para poder ingresar. Y ni hablar, exactamente eso, ni hablar de sexo, con el sexo opuesto; y mucho cuidado con los besos inocentes de las parejas en público. Había cosas que no se discutían. Esa era la Mendoza de la que partíamos y era lo que había; y esa era la sociedad que conformábamos.
Con esos antecedentes de origen, la valoración generalizada fue que la experiencia vivida permitió abrir la mente a los que nos fuimos. Y eso significa entender la existencia del otro, de otras formas de pensar, de sentir, de rezar, en fin, de ser. Que la otredad no significaba el enemigo. Que el miedo a lo desconocido no debía existir sino investigar sus causas y efectos.
Que debía existir un respeto por lo otro, por otras ideas y otras formas de sentir. Que eso constituía un camino con ese pensar que permitía no sólo enriquecerse uno mismo sino mejorarse profundamente en su ser. Y eso permitió una evolución en cada uno de nosotros, quedando en cada cual la eventualidad de hacer uso de esa lección tan importante en todo ser humano, o no.