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Moyano nunca pedirá permiso

*Por Beatriz Sarlo. Borges se sentía atraído por las casualidades necesarias.

Le parecían esos momentos intrigantes y paradójicos en que un nuevo hecho sucede como producto de un azar que ha dejado de serlo. Hoy, en la lista de los posibles acompañantes de la fórmula presidencial de Cristina Kirchner, figura un nombre que no estaba antes: Héctor Recalde, diputado y abogado de la CGT, un moyanista inteligente que, como puede, traduce el rugido del tigre a la lengua de las leyes. Muchos dirán ahora que venía corriendo desde atrás, oculto por la polvareda de aspirantes, pero hasta que su nombre no apareció la semana pasada, nadie lo había mencionado como competidor. El exhorto de la justicia suiza movió la manivela de la máquina: una casualidad necesaria.

Moyano, desde hace tiempo, consigna que el "momiento obrero" del que se siente representante y vocero está preparado para más responsabilidades que las sindicales: no simplemente discutir paritarias sino discutir el reparto de poder político. A juicio de Moyano, esa aspiración se sostiene, tanto en la riqueza material por la que lo persiguen, como en la garra con que gobierna la CGT e impide que la CTA sea reconocida. La plata es indispensable para hacer política. Kirchner la acumuló porque sabía, más allá de cualquier moralina que lo dejaba indiferente, que es un instrumento clave. A Moyano, plata no le falta. Y tiene una organización incondicional. Me refiero al sindicato de camioneros, cuyas conquistas se ocupó de perfeccionar para que ellas, a su vez, redondearan su poder. Moyano sabe que puede movilizar gente decidida allí donde se le ocurra. Tiene algunos buenos compañeros, como Omar Viviani, del sindicato de peones de taxi, y, por el momento, controla la CGT.

Alguien podría decir que el viernes de la semana pasada, cuando se suspendió el paro anunciado horas antes, fue la CGT en su conjunto quien se mostró remisa a seguir a Moyano en la batalla del lunes siguiente que habría incluido acto en Plaza de Mayo y paro de transportes. Pero, aunque ese límite le haya sido puesto a Moyano, sólo un arriesgado detectará allí el cercano comienzo del fin. Moyano no va a retirarse ahora.

Más allá de la prudencia de los sindicalistas que no lo acompañaron a la guerra, el peligro judicial que acecha a Moyano despierta el sentimiento de la más alta solidaridad: si le sucede a Moyano, le puede tocar a cualquiera. Cuando se habla de corporaciones habría que agregar este sentimiento que une intereses que pueden divergir, ya que los miembros de una corporación compiten entre sí, pero reconocen los mismos adversarios externos. Zanola era insalvable. Moyano, en cambio, es atacado en el ápice de su poder. No lo toquen a Moyano, porque "vamos a armar quilombo" quiere decir también "no nos toquen". Después, se podrá diferir sobre la naturaleza del "quilombo" y su oportunidad. Pero esas son cuestiones tácticas, es decir, sujetas a deliberación.

El principio corporativo de la solidaridad existe. Es innecesario que cada vez que se lo mencione, se diga que gracias a los sindicatos y al Gobierno se han firmado más de mil acuerdos paritarios. Una cosa no tiene que ver con la otra. Se pueden firmar más de mil acuerdos paritarios y tener, al mismo tiempo, problemas con la Justicia. El kirchnerismo verdadero (no el de los actos y el cotillón) no debería escandalizarse con Moyano. Es atendible que se sienta molesto. Podría preferir que Moyano fuera otro, pero ¿escándalo? Sólo los no avezados en la cultura peronista se escandalizan con estos hallazgos.

El peronismo se especializa en colocar estas alternativas falsas. Hoy, hasta los representantes de la nueva militancia kirchnerista se ven en la obligación de defender a Moyano e interpretar que el exhorto suizo es un ataque por elevación al Proyecto. En actos como el de Huracán, según nos enteramos ahora, los camioneros aportaron miles de militantes. Lo curioso es que no mostraron sus banderas. El cotillón de ese acto era el de la nueva militancia. Sin embargo, los que no llevaron los trapos a esa cancha existen y cuatro días después estaban dispuestos a agitarlos en Plaza de Mayo para reclamar lo que creen que el Gobierno les debe.

El momento es interesante: para afirmar un perfil que seguramente la Presidenta desea, los actos tienen que ser como el de Huracán, con esa militancia, La Cámpora, el Movimiento Evita, el Frente Transversal, y toda la "buena onda". Esa es la militancia que busca prevalecer, la sub 35 que Rossi pone como símbolo en las boletas santafecinas. Y, sin embargo, algo más sustancioso tiene que fortalecer ese ejército. Prescindir de Moyano es un sueño. ¿Cómo se hace? Moyano, buen interpretador de los sueños, sabe perfectamente que, si pudieran, lo desplazarían. Va a evitarlo. No va a permitir que un puñado de dirigentes sociales que hablan bien, más unos universitarios un poco fashion , devenidos burócratas de Estado, desplacen a esos que él identificó con orgullo como "los malos, los sucios y los feos". Una fisura social, de clase, divide estas dos alas del peronismo, que la Presidenta debe mantener adheridas al mismo cuerpo.

Cuando Kirchner murió, hubo dos visiones esperanzadas: la Presidenta hablando ante un peronismo joven, limpio y progresista, como en el acto de Huracán; esa misma mujer poniendo en caja a quienes su marido no había podido disciplinar, como en la reconvención a Moyano del acto de River. Cristina, recibiendo su fuerza del Pueblo, podría ir más lejos. Se lanzó la Operación Colectoras, una espada de Damocles que cuelga sobre la cabeza de los díscolos o de los que se creen autónomos o simplemente de aquellos, como Scioli, cuya popularidad se necesita y, a la vez, se teme.

Un madrugador de la Operación Colectoras fue Martín Sabbatella, mencionado poco después como candidato a la vicepresidencia. Esa lista se vistió con gente presentable en cualquier parte, Juan Manuel Abal Medina entre varios. Pero le faltaba la otra ala. Ahora, con el nombre de Héctor Recalde, entra alguien que viene de la columna vertebral histórica. Sin ánimo de tirar sal en las escoriaciones producidas por la carrera, ¿quién de los nombrados ayudaría mejor a la Presidenta para dialogar con todos los peronismos?

Kirchner no era un aficionado a la política y por tanto no era un hombre inclinado a las fantasías; no le interesaban demasiado las ideas. Era un hombre práctico y en ese rasgo se apoyaban sus cualidades y, sobre todo, su poder de cambio. Convertía en principios aquello que le permitía construir política. Y, como no era un cínico, creía en eso que había adoptado en el momento, como fue el gran tema de la justicia y el terrorismo de Estado. Pero no les hacía asco a las terribles servidumbres y renuncios de un poder ejercido con aliados y laderos sin principios. Kirchner fue un presidente peronista porque murió discutiendo con Moyano. Si había que pararlo, era él quien agarraba el teléfono. Comía asado con sindicalistas y con intendentes; los escuchaba y hablaba su lengua. En el momento en que necesitaba ganar no hacía diferencias entre buenos y malos, entre admisibles e inadmisibles.

Por eso, fue poco previsor celebrar la herencia de Kirchner sin hacer el inventario. Moyano no actuará pidiendo permiso, como si alguien lo hubiera inventado (ventaja que tiene sobre el ala colorida de la nueva militancia). Viene de lejos. Los que necesitan hacer las cuentas con la heterogeneidad de culturas del movimiento no son los opositores, sino los kirchneristas. Ellos saben o aprenderán que, en la noche feliz de la primera victoria provincial en la carrera de la Presidenta a octubre, un plano de televisión mostró a la candidata de Cristina Kirchner abrazándose con Ramón Saadi. Ellos son los que primero tienen que explicar cómo festejan la victoria de alguien que piensa que el caso María Soledad fue un armado de los medios. Ellos son los que tienen que explicar a Gioja y explicar también el veto presidencial a la ley de glaciares. Esas son piezas de su inventario. No pertenecen a nadie más que a ellos.