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Mostrando las cartas

* Por Sergio Serrichio. El cambio de escenario está forzando al gobierno a develar algunas claves del segundo mandato presidencial de Cristina.

Mostrando las cartas

Con la oposición política resignada al rol de comparsa electoral, los países desarrollados resignados a una recesión de la que, en verdad, nunca salieron del todo (aún en el segundo trimestre de este año, ninguna de las seis mayores economías industrializadas del planeta había logrado recuperar los niveles del PBI de mediados de 2008, antes de la quiebra de Lehman Brothers) y Brasil intentando curarse en salud en vista de un contexto internacional que en los próximos años será menos favorable, en los últimos días el gobierno mostró algunas cartas que pensaba exhibir recién en 2012.

Dos muestras fueron la señal oficial que derivó en el acuerdo sobre el nuevo monto del salario mínimo, vital y móvil. La cifra acordada de 2.300 pesos, que significó un aumento de 25 por ciento, estuvo mucho más cerca del 17 por ciento que ofrecían los sectores patronales que del 41 por ciento que había planteado inicialmente la CGT encabezada por Hugo Moyano.

Como dijimos aquí hace dos semanas, Amado Boudou, el nuevo hombre fuerte del cristinismo, convenció a la presidenta de que a partir del año próximo, para evitar que la inflación se desmadre, es indispensable un fuerte gesto de desaceleración en las paritarias salariales, que se celebran entre marzo y mayo.

El 25 por ciento de aumento del mínimo (cuya incidencia directa es limitada, pues en la mayoría de los sectores el promedio de los salarios formales supera esa cifra) es sólo un anticipo de la meta a la que aspiran el gobierno y la Unión Industrial Argentina (UIA), presidida por el ya abiertamente oficialista José Ignacio de Mendiguren para el año que viene.

La idea es que la pauta salarial ronde el 10 por ciento, pues la inflación (la oficial y, si se puede, también la real) será de un solo dígito. Sin dar cifras, la presidenta se refirió a eso cuando habló de "intereses coincidentes" entre capital y trabajo y pidió "tener paciencia" para no "tirar las cosas a la marchanta".

En el altar de ese acuerdo será sacrificado Moyano, un socio de su difunto marido del que la presidenta Cristina Fernández se quiere desprender cuanto antes, aunque las razones a invocar no serán sus demandas salariales sino sus causas judiciales. Moyano, por cierto, no aceptará mansamente el matadero político. He allí uno de los choques más fragorosos de 2012.

Otra carta que el gobierno comenzó a regañadientes a orejear, en vez de dejarla sobre la mesa, como hacen quienes manejan los tiempos propios y de los demás, es el precio del dólar, que desde fines de junio subió casi tantos centavos como en la primera mitad del año.

El repunte venía ganando impulso. Tanto, que el propio Banco Central se asustó y salió a frenarlo aun a costa de una disminución del nivel de reservas. La idea no es fijar el dólar (de hecho, el gobierno quiere que suba), sino dar incertidumbre a su cotización, hacer dudar a quienes compran y desalentar una fuerte dolarización de carteras porque cuando esto ocurre, no hay reservas que alcancen para ahuyentar los fantasmas.

Por último, los voceros oficiales señalan cada vez más claramente que el próximo año habrá que comenzar a desmontar un esquema de subsidios a los servicios públicos que este año insumirá cerca de 80.000 millones de pesos. Pero, salvo sugerir que deberá subsidiarse directamente el consumo en vez de la oferta, no dicen cómo lo harán.

El adelantamiento de los tiempos obedece en gran medida a que Brasil dio un giro de política económica al combinar un importante ajuste fiscal con una rebaja de medio punto porcentual en la tasa de interés de referencia (Selic), la primera en lo que va del año, tras una seguidilla de cinco aumentos.

Lo que buscan tanto la presidenta Dilma Rousseff, como el titular del Banco Central, Alexandre Tombini, es revertir la apreciación de la moneda brasileña. A fines de 2008 se necesitaban 2,50 reales para comprar un dólar, ratio que cayó a menos de 1,60 este año, debido al espectacular ingreso de capitales (170.000 millones de dólares entre enero de 2010 y julio de este año) atraídos por altas tasas de interés real en un mundo de dinero barato. Así, sólo en lo que va de 2011 las reservas internacionales de Brasil crecieron casi 90.000 millones de dólares, hasta orillar los 350.000 millones.

El efecto indeseado fue la "reprimarización" de la economía (la participación industrial en el PBI brasileño cayó de 18 a 14 por ciento) y la "invasión" que denuncia la industria paulista.

La Argentina se benefició de la capacidad de absorción brasileña mucho menos que otros países. En agosto, por caso, las compras de bienes industriales de Brasil a China crecieron 39 por ciento, contra 12 por ciento de las compras a la Argentina (el desperdicio del mercado brasileño es más patético en el caso del trigo, pero esa es harina de otro costal).

La cuestión es que esta vez Brasil luce decidido a atacar el problema y ya logró llevar el dólar a 1,65 real, tendencia que pone en riesgo la competitividad de la Argentina en ese mercado, donde coloca 20 por ciento de las exportaciones totales, 40 por ciento de las industriales y 80 por ciento de las automotrices.

El alcance del reformateo de la política económica dependerá crucialmente del precio de la soja, que sigue jugando a favor (si se toman promedios trimestrales, la oleaginosa llegó a cotizar este año mejor que en el pico previo a la crisis de 2008). Pero seguirle prendiendo velas al "yuyo" no le queda bien a un "modelo" que se presume "diversificado".

El supuesto "modelo" alcanzó para que el oficialismo ganara las primarias y seguramente le alcanzará para ganar las presidenciales. Pero en 2012 deberá comenzar en serio a recauchutarlo.