Morir cocinados a 600 grados: habló un sobreviviente de la mayor tragedia penitenciaria
En 2005 murieron 33 presos en un incendio. Esta semana empezó el juicio a 17 guardias que estuvieron en el lugar.
"Gritaban: 'No nos dejen morir'. Estaban colgados de las ventanas del pabellón 16. Nosotros salimos del 15, los guardias querían abrir haciendo palanca en las rejas con los mangos de las zapas pero se rompían. Les sacamos las partes metálicas de esas herramientas y comenzamos a hacer boquetes de 1 metro". "Estaba todo cerrado, como en un horno".
Había desesperación adentro y afuera.
"Entraban a rescatarlos, pero caían desmayados. Ellos ya estaban muertos, muchos de ellos en el sector de las duchas".
"El humo y el fuego nos impedían ver el interior del pabellón. Todo estaba negro y teníamos que entrar y salir rápido porque nos asfixiábamos", recordó uno de los sobrevivientes. "Te agarraba desesperación de que quedaban pibes gritando y sacaban las manos por las ventanas y los veías que estaban carbonizados. Mojábamos frazadas y tratábamos de entrar".
La piel se les salía como si fuera de goma.
"No sabíamos que estaban muertos, pensábamos que estaban desmayados y cuando los agarrábamos para sacarlos del pabellón nos quedábamos con trozos de piel, se les salía la piel como si fuera un pedazo de ropa", contó otro de los sobrevivientes.
Murieron 33 personas. "Nos abrieron la puerta justo, unos minutos más y moríamos todos nosotros", aseguró otro. Era el Día de la Madre y a los guardias no les importaba.
"Fue lamentable: esperaban la orden del jefe de servicio para abrir los candados, y los pibes se estaban muriendo. Después llegaron los bomberos. Una hora después, para nada", recordó un preso. "El jefe del penal estuvo afuera de los pabellones sin hacer nada. Yo lo vi parado cerca de Sanidad. Gritaba: 'Déjenlos solos a estos', y puteaba a los detenidos que intentábamos abrir un hueco en la pared".
En shock, aterrorizados, cuando el fuego se apagó encendieron un motín.
"Tomamos el penal, no para escaparnos ni para reclamar nada. Lo hicimos en repudio a lo mal que actuaron los encargados de la Unidad, muy mal, los dejaron morir. Después lo entregamos pero por respeto a toda la gente que había llegado porque era el Día de la Madre".
Fue una de las peores tragedias de la historia penitenciaria argentina, aunque no la que más víctimas sumó. Pero sí, quizás, fue la más rápida, aún más que aquella masacre del pabellón séptimo de Villa Devoto, que se llevó a por lo menos 65 presos en 1978. Esta, la del penal de Magdalena, duró unos minutos.
Era la noche del sábado 15 de octubre de 2005. Los 58 presos del pabellón 16 de Magdalena estaban mirando televisión o haciendo manualidades para la esperada visita del domingo, Día de la Madre. Todos eran de buena conducta y por eso convivían en un régimen de autodisciplina, que les permitía manejar sus horarios y apagar las luces tarde, por ejemplo. Ninguno superaba aún los 26 años. Más de la mitad no los superaría jamás.
La barraca donde vivían era una edificación alargada, con 15 camas cucheta a cada lado, separadas por un pasillo. Entre esas camas, frazadas colgaban aquí y allá para crear biombos improvisados y dejar algún que otro sector más reservado. A un costado estaban los baños, con piletones gigantes que solían usar para lavar la ropa pero que aquella noche terminarían siendo improvisados -e ineficientes- refugios contra el humo y las llamas.
Pero para eso aún faltaba que se iniciara una pelea entre dos presos y que los guardias entraran al pabellón con toda la violencia posible para reprimir y tratar de sacar a algunos por la fuerza. "La Policía entró sin decir nada, sin dar explicaciones, sin hablar, entraron a los tiros y con los perros. Los pibes se asustaron de tantos tiros que tiraban y se fueron para el fondo. La Policía se asustó, engomó el sapo y los dejó morir", describió uno de los sobrevivientes, en referencia a los guardias. "El fuego no sé quién lo produjo pero siento que fue por miedo de tanto tiro que tiraban", dijo.
A la represión le siguió un repliegue de los presos, que interpusieron colchones entre ellos y los penitenciarios para evitar que los arrastraran hacia un castigo seguro. Enseguida, mientras se refugiaban, se inició el fuego.
Los colchones, por supuesto, no eran ignífugos. Las llamas los tomaron por completo y el poliuretano empezó a deshacerse en un humo negro y espeso. Los guardias no lo pensaron demasiado: retrocedieron hacia la puerta, salieron del pabellón y lo cerraron con llave.
Lo que siguió fue una crónica de lo que no había. Ningún sistema contra incendios se activó, fruto de fallas eléctricas y de conexiones que jamás se habían hecho. Las mangueras pronto demostrarían no poder cumplir con su función elemental de arrojar agua, en gran medida porque no había bocas adecuadas para alimentarlas. Los extintores, quedaría probado, estaban vacíos y sólo servían como objetos contundentes, bobos, inanimados.
En los pabellones gemelos y paralelos al 16, el 15 y el 17, los presos empezaron a escuchar los gritos de sus compañeros. El humo se coló entre ellos. Cuando se dieron cuenta de lo que ocurría se pusieron a reclamarles a los guardias que ayudaran a los que estaban bajo fuego. O que, al menos, les abrieran.
"Sólo hacía falta que abrieran las puertas".
Pero en lugar de eso, hubo represión. Los guardias sacaron las armas y se dispusieron a tirarle a cualquiera que se moviera.
Y en eso, se cortó la luz: "Se nos vino el humo y empezamos a los gritos para que nos abrieran a nosotros, porque nos asfixiábamos. De al lado pedían agua a los gritos y nosotros estábamos sin luz. Pasaron 15 minutos hasta que nos abrieron la puerta", le contó a Clarín un preso del pabellón 15.
Los internos de los edificios contiguos al del incendio salieron corriendo a los patios, donde se encontraron con 20 penitenciarios armados, cubiertos con cascos, escudos y perros. Les ordenaban cuerpo a tierra.
"Se oían los gritos de los pibes de al lado y nadie hacía nada. Queríamos ir y nos decían que no. Hasta que nos rebelamos y nos paramos", recordó otro detenido. Los presos saltaron a los techos del pabellón 16 y trataron de ingresar, pero era imposible. Sus compañeros asomaban los brazos por entre las rejas mientras rogaban auxilio o, al menos, agua.
Pero lo que les faltaba era oxígeno. Los presos se organizaron y tomaron los matafuegos que encontraron: "Los guardias disparaban desde las torretas".
Los matafuegos no andaban. Los usaron para abrir a golpes cuatro boquetes en las paredes de ladrillos huecos del pabellón 16. Por allí se metieron para sacar a las víctimas.
"Algunos estaban como cocinados por el calor. Era insoportable, se había formado un horno", señalaron. "Otros pibes estaban duros de quemados, en posición fetal", describieron. "También había chicos amontonados contra la reja, que estaba cerrada", apuntaron. Había presos que habían metido la cabeza en los piletones, con el agua abierta. Murieron ahí.
Y llegaron los bomberos, después de tarde.
"El primer camión que llegó no tenía agua. Los bomberos no hicieron nada, ni entraron al pabellón. Sólo repartieron máscaras", relataron a Clarín los sobrevivientes.
Los presos vivos cargaron a los presos muertos en frazadas para llevarlos hasta la oficina de Sanidad. Entre los cuerpos se amontonaron también los heridos. Eran los menos: de los 58 sólo sobrevivieron 25.
Los muertos ni siquiera se llevaron una certeza. Sólo dos de los 33 fallecidos tenía condena. El resto sólo estaba procesado.
El pabellón quedó pintado de negro por el hollín, como un horno. La temperatura había llegado a los 600 grados. Para cuando amaneció, el peor Día de la Madre de la historia ya era una realidad para demasiadas familias.
El escándalo político y mediático, sin embargo, duró muy poco, como siempre que la tragedia es entre rejas.
La investigación se inició con una serie de autopsias que hablaban de muertes por "intoxicación de ácido cianhídrico y monóxido de carbono" y de otras por "falta de oxígeno y estrés por calor". Al tiempo fueron imputados por "homicidio culposo agravado por la cantidad de víctimas" el director del penal, Daniel Tejeda, y el jefe de seguridad, Cristian Núñez. Luego se sumó la acusación por "abandono de persona seguido de muerte" a 15 guardias.
En 2006, el Ministerio de Justicia señaló "graves incumplmientos de funciones por parte del Servicio Penitenciario Bonaerense", como la "falta de mantenimiento de la red hídrica". Y dio por probado que los guardias habían dejado "la puerta delantera cerrada".
La causa penal fue elevada a juicio en 2008, pero en 2010 la Cámara de Apelaciones sobreseyó a los 15 guardias y sólo mantuvo la acusación contra los dos jefes. Un año después, el Tribunal de Casación Penal revocó ese fallo, volvió a incluir a todos los agentes y apuntó que Tejeda sabía que la red hídrica del penal no funcionaba -y no lo informaba a sus superiores- y que Núñez firmaba planillas donde certificaba que todo andaba bien. Resolvió que todos fueran a juicio oral, aunque para que eso ocurriera hubo que esperar a que la Suprema Corte ratificara la decisión.
Entre tanto, en marzo pasado la Cámara en lo Contencioso Administrativo de La Plata confirmó las indemnizaciones de 240.000 pesos para doce familiares de las víctimas que demandaron al Estado. Lo más relevante fueron los fundamentos: "Aún admitida la participación de los internos en la producción del fuego, ello constituiría una eventualidad previsible en el régimen del penal, que pudo evitarse si aquél se hubiera encontrado en las condiciones apropiadas para el cumplimiento de sus funciones (...) Corresponde atribuir responsabilidad en forma integral a la Provincia de Buenos Aires, por la falta de servicio en su deber de mantener las condiciones de seguridad necesarias para preservar la vida de los reclusos carcelarios, contrariando el mandato que impone el artículo 18 de la Constitución Nacional".
Si bien esta sentencia aún puede ser apelada, es un interesante precedente para el juicio penal que empezó esta semana contra los 17 penitenciarios en el Tribunal Oral N° 5 de La Plata. Allí declararán 400 testigos.
Dirán que pasaron 12 años. Y que recién por estos días se está por empezar a cumplir una promesa que hicieron las autoridades de entonces: que en las cárceles bonaerenses no haya un sólo colchón más que pueda ser prendido fuego para provocar una nueva tragedia como la de Magdalena.
(Fuente Clarín)