Moneda débil
Por Alfredo Zaiat* En un perturbador panorama sobre el futuro del sistema monetario mundial, la tenencia, administración y circulación de divisas extranjeras en economías periféricas es una tarea compleja.
Si además existe en la sociedad una obsesión por el dólar por una sucesión de crisis pasadas y bimonetaria gracias a la tablita de Martínez de Hoz y la convertibilidad de Cavallo, la misión adquiere mayores complicaciones. Desde el estallido de la crisis internacional, en el período 2008-2011 la formación de activos externos elaborada por el Banco Central, aproximación a lo que se denomina fuga de capitales, sumó cerca de 65 mil millones de dólares. En términos relativos, semejante monto de dólares implica una colaboración relevante de la economía argentina a la socialización que Estados Unidos pretende de su propia crisis. Ya no se trata sólo de una su-bordinación cultural y política de la elite doméstica, como se puede observar en el tono de satisfacción que difunden por diferencias menores, importantes o inventadas con Estados Unidos, sino que el compromiso se extiende a acompañar a la potencia en su torbellino económico acumulando su débil moneda.
En estos meses de mayor movimiento resulta ilustrativo conocer quiénes son los principales protagonistas de la compraventa de dólares en el mercado de cambio local. El documento oficial actualizado para conocer la dinámica de la plaza cambiaria abarca hasta el segundo trimestre de este año. En "Evolución del Mercado Unido y Libre de Cambios y Balance Cambiario" del Banco Central se explica que "la demanda neta de activos externos de libre disponibilidad registró un aumento respecto de los trimestres previos, reflejando el habitual comportamiento del sector privado en períodos preelectorales, principalmente en la demanda de billetes en moneda extranjera por parte de la franja de ahorristas de montos menores".
Las compras netas de billetes en moneda extranjera por parte de residentes totalizaron 4774 millones de dólares en abril, mayo y junio, unos 1900 millones más que lo observado en el trimestre previo. En el siguiente se intensificaron las compras. Parte de esos billetes se dirigió a constituir depósitos locales privados en moneda extranjera, que aumentaron unos 900 millones de dólares en el segundo trimestre, y para cubrir gastos de turismo y viajes de residentes en el exterior.
La evolución del mercado hasta mayo mostraba que la demanda de divisas tenía un comportamiento normal para una economía con vocación dolarizadora, aun en un año electoral. A partir de entonces comenzaron a reiterarse las opiniones de economistas del establishment que argumentan que el tipo de cambio estaba atrasado porque lo erosiona la alta inflación y, luego, la devaluación en Brasil. Así se fortaleció la idea del retraso cambiario y su ine-
vitable ajuste después de la elección presidencial en octubre. Esa situación se acentuó cuando Brasil cambió su política y comenzó a desandar la apreciación del real bajando la tasa de interés. La demanda de dólares comenzó a aumentar con un fuerte componente de minoristas, según el documento del Banco Central, que observa que ese mayor crecimiento se verificó en la plaza del "dólar billete" antes que en la del "dólar transferencia", canal que se utiliza para fugar divisas al exterior.
En ese informe oficial se presentó una estructura de la demanda bruta de billetes: el 45 por ciento fueron personas físicas o jurídicas con compras mensuales por el equivalente de hasta 10.000 dólares, un 24 por ciento entre 10.000 y 50.000 dólares, un 8 por ciento entre 50.000 y 100.000 dólares, un 18 por ciento entre 100.000 y un millón de dólares, y un 5 por ciento con compras mensuales superiores al millón. En esa distribución no se considera la generalizada práctica de los denominados "coleros", individuos sin capacidad patrimonial para adquirir dólares, pero que lo hacen para otros grandes operadores.
Más interesante es el dato de que la banca privada extranjera concentró el 61 por ciento del total operado en el mercado de cambios en el trimestre, más que duplicando la participación de la privada nacional que reunió el 27 por ciento, quedando el resto distribuido entre la banca pública y las casas y agencias de cambio, con el 10 y el 2 por ciento, respectivamente. Es ilustrativo el siguiente ranking:
Volumen operado por las entidades financieras y cambiarias con sus clientes, en millones de dólares, segundo trimestre de 2011
Las operaciones de las entidades autorizadas a operar en cambios con sus clientes acumularon en el segundo trimestre 69.988 millones de dólares, monto similar al record observado en el segundo trimestre de 2008 (70.158 millones) y reflejaron un aumento de 18 por ciento con respecto del mismo período del año anterior. Las primeras diez entidades, de un total de 125 autorizadas que operan en cambios, concentraron casi el 80 por ciento del volumen total con clientes. Dos bancos extranjeros ocupan los dos primeros lugares porque son muy activos también en el cobro de exportaciones de bienes y pago de importaciones. En la primera transacción, el Citi cursó por un total de 5177 millones de dólares, y el HSBC, de 3355, mientras que en la segunda, el monto fue de 3550 y 1749 millones, respectivamente. La suma de esas dos operaciones totalizó en el caso del Citi 8727 millones de dólares, quedando un saldo de 3858 millones por otros movimientos, entre otros la formación de activos externos en una moneda débil por parte de residentes locales.
La disposición por acumular dólares no es exclusiva de los actores económicos con excedentes de la sociedad argentina, aunque sí con una intensidad destacada. Una de las manifestaciones más peculiares de la crisis internacional con epicentro en las economías centrales es que los bonos del Tesoro de Estados Unidos e incluso el dólar se mantienen como refugio privilegiado de grandes inversores y bancas centrales. Si bien existe un desvío hacia la compra de oro y bienes tangibles, esos activos son los elegidos en una paradoja que revela los profundos interrogantes que existen sobre el reordenamiento futuro de la economía mundial. Este comportamiento expresaría que se supone que el escenario probable de salida de esta crisis implicará la recuperación de Estados Unidos de su rol de potencia hegemónica o que, ante el miedo a lo desconocido, es el único destino considerado relativamente seguro para la inmensa masa de recursos financieros desligada de la producción, creada en la actual etapa del capitalismo dominada por las finanzas globales. También puede ser una estrategia de supervivencia ante la necesidad de preservar el capital acumulado, puesto que una corrida contra esos activos arruinaría el propio patrimonio. O que es el proceso inevitable de destrucción de ese dinero ficticio, fatalidad prevista pero imposible de eludir por esos grandes tenedores de dólares y bonos estadounidenses. Lo cierto es que más allá de esas especulaciones, la política monetaria estadounidense tiene como objetivo debilitar el dólar.
La Reserva Federal de Estados Unidos adelantó su decisión de mantener la tasa de interés cercana a cero durante un período prolongado, por lo menos hasta el 2013. También continuó con el programa de compra de bonos de 600.000 millones de dólares, conocido como el programa "flexibilización cuantitativa II (QE2)", que con sus dos versiones sumó una emisión de cerca de 2,3 billones de dólares para absorber deuda pública y privada vinculada con hipotecas entre diciembre de 2008 y junio de 2011. Y no se descarta un QE3 por un monto indeterminado.
Esas medidas han debilitado el valor del dólar, depreciación que ha generado una fuerte alza en el precio de los commodities y ha alimentado las presiones inflacionarias en otros países, sobre todo en los mercados emergentes. Esa política de Estados Unidos implica transferir parte de los costos de su propia crisis al resto del mundo, al tiempo que es financiada porque los bonos del Tesoro y también el dólar son refugios del capital por el miedo a la profundización de la crisis. Esta conducta paradójica, que tiene como actor entusiasta a parte de la sociedad argentina con excedentes, es el beneficio que goza la potencia que emite la moneda de cambio universal.